Una sólida amistad
El georgiano Zaza Urushadze, fallecido en diciembre del 2019, fue autor de ocho largometrajes, de los que hasta ahora únicamente se había estrenado aquí la excelente Mandarinas, que obtuvo gran éxito internacional y fue nominada a los Globos de Oro y al Oscar como mejor película de habla no inglesa. Su último trabajo, Anton, su amigo y la revolución rusa, que adapta una novela de Dale Eisler, es también un título notable. Ambientada en una pequeña localidad de la agitada Ucrania de 1918, cuando la revolución bolchevique comienza a causar estragos en sus plácidas aldeas, la película tiene por protagonistas a dos niños amigos, el Anton titular, que es alemán, y Jacob, judío, hijo del tendero local. Como Mandarinas, esta es una obra esencialmente humanista, aunque la violencia abunda, si bien formulada sin efectismo: el asesinato del padre de Anton, al principio de la película, está rodado, con extrema elegancia, a través del cristal desde el que el niño contempla aterrorizado la tragedia. Urushadze plantea dos mundos: el de los adultos, donde imperan los enfrentamientos armados, el odio, el racismo, la traición y la venganza, y el de los niños, más auténtico, más puro: juegos, tirachinas, lagartijas… Tal vez el episodio de Trotsky no acabe de estar bien encajado, pero por lo demás este es un filme bien fabricado y emotivo, con sentimiento pero sin sentimentalismo. Incluso el epílogo, en torno al reencuentro de los dos amigos ya ancianos, evita con cautela la lágrima fácil.