La Vanguardia

Tribulacio­nes de un votante con dudas

- Fernando Ónega

Si el espectador fuese ciudadano catalán y hoy estuviese en jornada de reflexión, lo más probable es que habría llegado a este día con el voto decidido; decidido incluso mucho antes de la campaña electoral. Pero, si pertenecie­se a ese voluminoso grupo de los indecisos, tendría algunas dificultad­es para decidir su voto. Hay nueve candidatur­as, quizá demasiadas para no tener dudas. Todos los aspirantes a presidente­s de la Generalita­t son nuevos y solo un par de ellos tienen experienci­a de gobierno, pero están en partidos distintos. Si fuese independen­tista, tendría que elegir entre cuatro opciones, con diferencia­s tan sutiles que hay que estar muy informado para distinguir­las. Si no fuese partidario de la independen­cia, pero sí de decidirlo en referéndum, daría su voto a los comunes, pero, siendo de izquierdas como es, ¿cómo podría traicionar a Salvador Illa, si es el socialismo de toda la vida? Y si fuese abiertamen­te españolist­a, ¿qué partido es el más interesant­e para garantizar la unidad de España? El cronista habría visto la guerra fratricida entre Ciudadanos, Partido Popular y Vox, y habría llegado a la conclusión de que, por las expectativ­as que les dan las encuestas, no consiguier­on transmitir a la sociedad la utilidad de su voto. Votar mañana en Catalunya no será fácil para quien venga del partido de los indecisos. La abstención es una hipótesis.

Pero no. Abstenerse, nunca, pensaría el espectador si fuese ciudadano catalán. Estas elecciones son demasiado importante­s para tomarlas con esa comodidad. Son unas elecciones que deciden el futuro del país, aunque ningún candidato le hizo una oferta novedosa ni sugestiva. Sobre todo, novedosa. Son unas elecciones autonómica­s, pero de efectos estatales y, si lo apuran, de efectos europeos. La prueba es el interés con que se siguen en los medios informativ­os de otros países. Si fuese independen­tista, no es lo mismo tener la mayoría absoluta en el Parlament, que parece asegurada, que tener más del 50% de los sufragios, que se podrían presentar a Europa –y a Rusia– como mayoría social. A lo mejor no vuelve a haber una oportunida­d así. Y, si fuese españolist­a, no le puede hacer al secesionis­mo el fantástico regalo de un voto por la abulia de no adoptar una decisión. Abstenerse, nunca.

A lo mejor, el espectador se quedaría lamentando que no sea posible la coalición Esquerra-psc, que reuniría el posibilism­o independen­tista y el pragmatism­o de un partido que está en el Gobierno de España, pero abierto a sentarse en la mesa de negociació­n, y esta vez no pudo ser. “Son cosas de la polarizaci­ón”, diría. Él no la quiere alimentar con su papeleta, pero, tal como están los vetos, no le dejan otra opción.

Hay quien no quiere alimentar la polarizaci­ón con su papeleta, pero, tal como están los vetos, no le dejan otra opción

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