La Vanguardia

Nueve años después

- Laura Freixas

Hablando del momento político que atraviesa Catalunya, un amigo me recordaba que fui de las primeras en rechazar el ensueño independen­tista. Lo hice en este diario en un artículo titulado “Reflexione­s aguafiesta­s” (13/IX/2012), cuando parecía que el pueblo catalán, como un solo hombre, clamaba por la independen­cia, y que su advenimien­to, fácil e indoloro, estaba “a tocar”.

Yo no me lo creía. Desconfío de muchas cosas. De la historia contada como una sucesión de agravios. De la convicción de que las (presuntas) víctimas nunca serán verdugos. De la condena al fuego eterno de quien ose disentir (¡fachas, botiflers, colonos, nyordos...!). De la fe en la tierra prometida.

Nueve años después, ¿qué hemos ganado? Recuerdo una entrevista en que le hacían esa pregunta a Puigdemont, y solo pudo contestar: “Dignidad”. Me parece más adecuada otra palabra: realismo. De la gente de abajo y la de arriba.

En el caso de las y los que están arriba, a ese realismo se le pueden dar dos interpreta­ciones.

Una, “con el lirio en la mano” (preciosa expresión catalana), sería que se han rendido a la evidencia de que Catalunya no puede ser Estado sin apoyo internacio­nal, sin acuerdo con el resto de España y, sobre todo, con la mitad de la población en contra. Y ahora déjenme que sea mala (para algo soy facha, botiflera, etcétera) y haga una interpreta­ción más en la línea del refrán castellano “piensa mal y acertarás”. Sospecho que esas y esos líderes, sabiendo que la independen­cia es imposible, siguen vendiendo, deliberada­mente, humo para seguir gobernando.

Perdonen que sea tan cínica. Como decía en aquel artículo de hace nueve años, será que me he hecho mayor. Pero terminaré con una nota optimista: nueve años después, tenemos una ocasión, mañana, de cambiar de rumbo.

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