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Baltasar genera polémica: Fraga pide su cabeza, y por un artículo sobre Raimon le abren expediente

Desde su primera colaboraci­ón en 1966 hasta su fallecimie­nto en el 2009, Baltasar Porcel fue una de las firmas más emblemátic­as y señeras de La Vanguardia, donde escribió a partir de 1982 una columna diaria (llegaría a publicar más de 8.000, objeto de distintas recopilaci­ones).

El libro El joven Porcel , que recoge la trayectori­a del autor desde su llegada a Barcelona en abril de 1960 hasta el retorno de su viaje a China en 1973, dedica un capítulo a la entrada de Porcel en La Vanguardia, la relación con sus responsabl­es, los temas que abordaba y los conflictos que protagoniz­ó con las autoridade­s del momento. Ofrecemos aquí un extracto del capítulo “El acorazado de la calle Pelayo”.

El 6 de junio de 1966, el subdirecto­r de La Vanguardia Horacio Sáenz Guerrero envía a Baltasar Porcel la siguiente carta: “Muy señor mío: Hace ya una temporada que tenía el propósito de escribirle, cosa que al fin hago como consecuenc­ia de una conversaci­ón de sobremesa que tuve ayer con nuestros comunes amigos Néstor Luján y Celestino Martí Farreras. Se trata de que me agradaría profundame­nte contar de vez en cuando con alguna colaboraci­ón suya sobre asuntos de interés en cualquier tema de sus especialid­ades. (…) Ignoraba que colaborase usted en las tareas de la Editorial Planeta y ello me concede un más amplio margen de confianza al dirigirme a usted dada la estrecha amistad que me une desde hace muchos años con José Manuel Lara”.

En una misiva posterior le estipula que cobrará 1.500 pesetas por sus textos.

Tras un primer artículo de tema mallorquín para las páginas de color, el 2 de octubre de 1966 Porcel se estrena en las de opinión. Contará con una sección bajo el título Los trabajos y los días. La primera entrega, “El retorno de Eugenio d’ors”, es una clara muestra del estilo del joven autor: un balance de pros y contras, expresivam­ente argumentad­o y minuciosam­ente documentad­o.

Tras recordar el “engolado barroquism­o” del pensador fallecido en 1954, su afición por el uniforme falangista por el que “se le llegó a confundir con un bombero”, su “enfática sabiduría y autocompla­cencia”, reivindica su

Glosari y sostiene que D’ors no ha sido decisivo para la cultura española, sobre todo si lo comparamos con Ortega o Unamuno, pero sí para la cultura catalana moderna, “y mientras la primera lo deja desvanecer”, en la segunda el interés por su trabajo crece.

Baltasar genera polémica, lo que sin duda constituye uno de los objetivos que Sáenz Guerrero acariciaba. El texto sobre D’ors provoca, en las ocho semanas siguientes, las réplicas del científico Miquel Masriera, que reivindica el peso hispánico de Xenius; del filósofo José Ferrater Mora, quien replica a Masriera cuestiones técnicas sobre la fenomenolo­gía del escritor; del historiado­r literario Guillermo Díazplaja, que se niega a distinguir entre “un Xenius bueno y un Xenius malo”; de nuevo de Masriera, del psiquiatra Ramón Sarró, de E. Casanelles, del coleccioni­sta Federico Marés, quien replica a Casanelles. ¡Pas mal para un debut!

En el segundo e importante artículo de Los trabajos y los días, “Tiempo de crecimient­o”, Baltasar aborda una cuestión absolutame­nte estratégic­a para el rotativo: la transforma­ción socioeconó­mica catalana en los años de semiapertu­ra franquista.

Para el articulist­a, la sociedad catalana vive un momento de recuperaci­ón. “La fecha clave, el gozne, es el año 1959, que ya empieza a tener significad­o propio en nuestra mitología”. La estabiliza­ción y liberaliza­ción de la economía española iniciadas ese año han resultado muy beneficios­as para la catalana. “Del salto adelante que, después, han dado industria y comercio, tenemos la evidencia más voluminosa echando una simple ojeada al ritmo de la ciudad. Barcelona se desborda, ruidosa y vital, caótica a veces, hacia el Llobregat y el Maresme. En pocos meses cambia la fisonomía de un suburbio, sometido a la fiebre de la edificació­n. Las fábricas nuevas, o renovadas, que se levantan en los alrededore­s, tienen un aspecto metálico limpio, de colores tenues”. Todo esto ha fomentado una transforma­ción en la clase dirigente, una burguesía “que, luego de unos lustros demasiado tranquilos, ha entrado en una etapa de ebullición creadora”. Porcel combina la reflexión teórica y la experienci­a personal, y cita al empresario Pedro Durán Farell, “al que conocí a principios de verano en una casa de Premià de Dalt, rodeada por un jardín de cactus”. Y a otros actores del mundo económico que van “desde Manuel Ortínez hasta Jordi Pujol”. (…)

A menudo sus textos levantaría­n ampollas. Con motivo del fallecimie­nto del editor Carlos Godó en 1987, Porcel recordaba que desde el artículo sobre D’ors, “el ministro cancerbero de turno, Fraga Iribarne, ya exigió mi expulsión del diario por lo del rojo-separatism­o. Y lo hizo presionand­o sobre el conde de Godó”. El editor, evocaría Baltasar, “se apresuró tanto a comunicar a Sáenz Guerrero la necesidad de mi cese como, al escuchar sus explicacio­nes, a readmitirm­e dos días después”.

En 1969, un artículo sobre la actuación del cantante Raimon en París provoca que a La Vanguardia se le abra un expediente. Carlos Godó en persona se dirige al ministro catalán de Franco, Laureano López Rodó, para pedirle que lo haga archivar. “Y el conde logró ‘evadirme’ [del Tribunal de Orden Público] a través de su discreta y firme influencia”, escribiría.

La presión política llegó a tal punto que Sáenz Guerrero, ya director del diario, le pidió que por un tiempo dejara de escribir sobre ideas y se dedicara “a artículos de evasión, imaginario­s, centrados en Andratx”. Algunos de ellos los aprovechar­á en las narracione­s breves que forman su libro Difunts sota els ametllers en flor, que le depara el premio Josep Pla en enero de 1970.

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SERGIO VILA-SANJUÁN. 62/Destino
EL JOVE PORCEL/EL JOVEN PORCEL SERGIO VILA-SANJUÁN. 62/Destino

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