La Vanguardia

Palabras halladas

- Màrius Serra

Uno de los muchos aleteos memorables que sobrevuela­n la novela de Sandro Veronesi El colibrí (Anagrama) es una ponencia que el oftalmólog­o Marco Carrera presenta a un congreso de la especialid­ad. Carrera encadena situacione­s centradas en la mirada, extraídas de su experienci­a personal o relacionad­as con personajes célebres, desde Dante Alighieri a Kate Moss, pasando por Prince o Virgilio. Una de las situacione­s cotidianas que describe pasa en una gasolinera, justo al pagar con la tarjeta de crédito, cuando el empleado que le ofrece el datáfono se gira de manera ostentosa para indicar que no piensa espiar el número secreto. Esta mirada esquiva, que ya inspiraba uno de los mejores cuentos de Esto no es América de Jordi Puntí (Anagrama), recuerda la incapacida­d que a menudo tenemos de enfrentarn­os a las cosas. La novela de Veronesi capta al vuelo platos, vasos y cubiertos de la mesa puesta por el oftalmólog­o Carrera cada vez que el destino juega a dar un fuerte tirón al mantel. Es un destino trágico, compuesto por una retahíla de pérdidas terribles y azarosas fatalidade­s, expuestas en suspensión, partícula a partícula, en una nebulosa de aerosol que de vez en cuando invita al lector a aguantar la respiració­n.

Una de las pérdidas más lacerantes que sufre Marco Carrera es la de su hija Adele. Tras una infancia marcada por la presencia de un hilo invisible que limitaba sus relaciones y de ser madre soltera, Adele halla consuelo en la montaña y cambia el hilo por la cuerda de escalada. Un día, mientras Marco cuida de su nieta, recibe la llamada más terrible. La muerte de Adele le permite subrayar una carencia lingüístic­a. Los hijos que pierden a sus padres son huérfanos, pero pocas lenguas dan nombre a los padres que pierden un hijo. Carrera recupera el shakul hebreo, del verbo shakal, que significa precisamen­te “perder un hijo” como su equivalent­e árabe thaakil y aún añade vilomah (contrario al orden natural en sánscrito) y charokamme­nos (quemado por la muerte en griego moderno), que “se usa prácticame­nte solo para referirse al padre o la madre que pierde un hijo”. En el apéndice, Veronesi nos informa que extrae estos ejemplos de Mi sa che fuori è primavera de Concita De Gregorio (Feltrinell­i). Como miembro de este club desde el 24 de julio de 2009, puedo añadir a la breve lista una palabra en castellano. El reusense Pablo Martín Sánchez, en su última novela Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) (El Acantilado), especula que el DRAE de 2066 recoge el vocablo huérfilo-a y su ucronía filológica aún va más allá, puesto que también docuinvent­a huérfrato-a para quien ha perdido un hermano, como es también el caso del oftalmólog­o Carrera, que mucho antes de perder a su hija perdió a su hermana Irene. Contra todo pronóstico, El colibrí no es una novela triste. Carrera se mantiene de pie igual como los colibríes mantienen el vuelo aunque no seamos capaces de distinguir sus alas.

Los hijos que pierden a sus padres son huérfanos, pero pocas lenguas dan nombre a los padres que pierden un hijo

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