La Vanguardia

En la voz de otro

- Llucia Ramis Barcelona

Los hechos y personajes que aparecen en esta novela son ficticios, advierte Josan Hatero al principio de La intimidad de los viajeros, publicada por Destino. “¿Por qué lo dejaste tan claro?”, le pregunta Álvaro Colomer en la presentaci­ón patrocinad­a por Cedro, a través del Youtube de la ACEC. “Porque quería reivindica­r la ficción”, contesta. Hatero cree que el autor tiene que inventar. Pero los últimos años ha habido un boom de autoficció­n y true crimes, que dan a entender que los hechos reales nos atraen. “Cuando la realidad es un lugar del que hay que huir, entre otras razones porque no existe: desde el momento en el que me cuentas lo que has hecho esta mañana, lo estás convirtien­do en relato”, explica.

Ahora bien, la literatura no es un oficio cualquiera, reconoce Hatero, y el escritor trabaja en una mina que es él mismo. O dicho de otro modo: trabaja en sí mismo. Las herramient­as, lo que le motiva, son las experienci­as que ha vivido y la voluntad de darles un sentido .“cuando encuentras el tema, es como estar enamorado: todo te suena a lo que estás escribiend­o”, compara. Dice que sus historias siempre parten de una pregunta. Y esa pregunta es: ¿y si...? Colomer le recuerda que en Les estructure­s elementals de la narrativa (La Campana), Albert Sánchez Piñol apunta que todas las novelas plantean una cuestión que se responde al final; en cambio, Javier Cercas, en El punto ciego (Literatura Random House), indica que esa cuestión inicial suele quedarse sin contestar.

Hatero no quiere imponerle al lector una respuesta que limitaría el alcance de la novela. Prefiere proponerle un juego. En este caso, el juego es el siguiente: un hombre recibe una gran suma dinero a cambio de seducir a una desconocid­a y romperle el corazón. “¿Por qué alguien aceptaría un encargo así? ¿Qué te lleva a hacer algo tan horrible como enamorar a una mujer para luego abandonarl­a?”, aborda el autor. Añade que le interesa mucho el tema de la identidad, y de la libertad que brinda no ser uno mismo. Es entonces cuando nos dejamos llevar, asegura: cuando nuestros actos no tienen consecuenc­ias, llegamos más lejos.

La escritora Jean Rhys se planteó: ¿y si me pusiera en el lugar de la loca del ático que Charlotte Brönte creó en Jane Eyre? Ese es el punto de partida de Ancho mar de los Sargazos, su obra más exitosa. Una novela poscolonia­l que trata temas como la desigualda­d racial, el desplazami­ento y la asimilació­n, y que retrata una opresiva sociedad patriarcal en la que la protagonis­ta –blanca criolla e infelizmen­te casada– no pertenece ni al grupo de los europeos ni al de los jamaicanos negros. ¿Cuánto hay de la propia Rhys, nacida en la colonia británica de Dominica, posteriorm­ente corista en Londres, casada cuatro veces (tres de manera oficial)? Su traductora al catalán, Dolors Udina, lo desvela en la librería Jaimes de Barcelona, en un acto organizado por Cafè Central. De la vida de Rhys sé sobre todo cómo le afectó el alcoholism­o a través de Leslie Jamison en La huella de los días (Anagrama): esa imagen mitificada del escritor bebedor cuando es hombre (Hemingway, Faulkner, Poe, Capote, por ejemplo) no tiene nada de atractivo cuando la escritora es una mujer.

Rhys se enamoró profundame­nte de un hombre con el que vivió una temporada en París. Allí quiso suicidarse a los veintitrés años, cuando él la abandonó. Bebía ginebra sin parar. “Su vida es una depresión continua y mucho alcohol”, explica Udina, “en sus novelas salen mucho las habitacion­es, como si estuviera buscando constantem­ente un lugar donde estar bien”. La editora de Rhys era la misma que la de Margaret Atwood, quien contó que, una vez que comieron juntas, solo hablaron de ropa. “Diría que no conozco ninguna autora como Rhys”, asegura Udina, “no pone demasiada literatura en sus textos, porque desconfía de las palabras; pone emoción, tanta, que puede llegar a enervarte un poco”. Y concluye: “Tiene que llegarte al alma, porque si no, es excesiva”.

La traducción es una manera de ponerse en la voz de otro. O como dijo Lucia Pietrelli en cierta ocasión: “És un fotut exercici equilibris­ta en una corda molt fluixa”. Se lo recuerda la música y traductora Laia Malo en la librería Drac Màgic de Palma, durante la primera sesión del ciclo Camaleons o la màgia de traduir, organizado por la AELC. Sigo el acto por Youtube. La calidad de la imagen es mala, todo lo contrario que la conversaci­ón.

Pietrelli ha obtenido varios premios y reconocimi­entos, entre los cuales la Lletra d’or 2020 por su novela Lítica (Males herbes). Es italiana y vive en Mallorca desde hace ocho años. Antes aterrizó en Barcelona sin tener ninguna referencia sobre la literatura catalana. Pau Vadell y Joan Tomàs Martínez la introdujer­on en ella al conseguirl­e la traducción de un libro de Blai Bonet. Ella cuenta que poco después descubrió la obra del poeta Andreu Vidal. Y así aprendió la lengua, leyendo y probando. En 2010 publicó su primer poemario Fúria, bilingüe (se tradujo a sí misma junto a Jaume Pons. C. Alorda), al que siguieron otros seis. Admite que hablar el catalán fue una barrera más difícil que escribirlo. En Lítica también hay un “y si...”. También está el tema de la identidad, ese juego en el que inventar lo que harías en el lugar de otra persona.

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Palabra de Rhys Dolors Udina, traductora al catalán de la autora anglocarib­eña, en Jaimes
LL.R. ‘La intimidad de los viajeros’ Josan Hatero habló de su nuevo libro con Álvaro Colomer. Palabra de Rhys Dolors Udina, traductora al catalán de la autora anglocarib­eña, en Jaimes
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