Cornejo, cien años vistiendo al cine
Ava Gardner, Charlton Heston, Sophia Loren, David Niven o John Wayne son algunas de las estrellas que se han sometido a sus patrones y cortes, sus agujas y alfileres. Se trata de la fábrica de ropa de escena más importante del país y de las principales de Europa; la más reconocida y veterana factoría de vestuario para cine, ópera, teatro y televisión. Es la sastrería Cornejo, que acaba de cumplir cien años. Una pequeña pero enorme empresa familiar con 45 empleados y 12.000 metros cuadrados de almacenes y talleres.
Hay debate, dentro de la compañía, sobre el número de personas que podrían salir vestidas de su sede en Madrid y sus naves en Cabanillas del Campo y Azuqueca de Henares. Las cifras son una barbaridad. “Creo que podríamos vestir a 400.000 hombres y mujeres, aunque algún encargado me asegura que con los más de cuatro millones de prendas que tenemos podríamos dar atuendo a medio millón”, señala Humberto Cornejo, patriarca de la tercera generación de la saga que lleva su apellido. Un vistazo a las instalaciones de su emporio nos indica que no exagera con los número. En todo caso, con la ropa allí fabricada medio centenar de diseñadores llevan ganados 58 premios nacionales e internacionales de Vestuario en cine, entre ellos 13 Oscars, 25 Goya, 13 César y 7 Bafta. Ni que decir tiene que nadie en España ha ganado tantos Oscars o Goyas.
Nuestra visita a la casa Cornejo avanza como el repaso completo de una vestimenta: de la cabeza a los pies. Hace de guía uno de los encargados más antiguos, Alfredo Martínez, que lleva aquí 35 años. Su padre y su abuela también pasaron media vida en estos talleres. Lo cual no es una excepción sino la regla de la centenaria sastrería, donde la mayoría de los trabajadores tienen algún familiar dentro. Otro caso es el de Mar Balmon, responsable de la sombrerería y esposa del hombre que se encarga de la zapatería, Julio Bachiller. Cuando invadimos su zona ella está reparando unos gorros militares de los ejércitos de Napoleón realizados originariamente para Los cañones de Navarone (1961). Balmon no sabe en qué película o serie van a reutilizarse, sólo tiene la vaga idea de que son para un flashback o rememoración; con la cantidad de arreglos y confecciones que hacen al mismo tiempo –los de unas 20 o 25 películas y montajes según Humberto Cornejo–, es habitual que los operarios desconozcan el destino de las piezas.
Entre los encargos que reciben, son más los de adecuación de ropa en depósito que los de fabricación de nuevo vestuario. De ahí la importancia del apabullante stock que los Cornejo almacenan. Aunque una parte de la ropa es comprada, la mayoría procede de viejas producciones suyas. Como los trajes que la casa fabricó para los bárbaros de La caída del Imperio Romano (1964) y que, casi 60 años después, ha recuperado para vestir a los guardianes de la noche de Juego de tronos ya personajes de la serie Vikingos.
La alusión a La caída del imperio romano (1963), que Anthony Mann rodó en España con Sophia Loren, Stephen Boyd, Alec Guinness y James Mason, obliga a tirar de la memoria familiar para recordar el origen e hitos históricos de la sastrería. La empresa nació casi por casuali
La sastrería Cornejo cumple un siglo vistiendo a estrellas locales y de Hollywood. Su ropa ha ganado más Oscars que nadie
dad, en 1920. Fue cuando Humberto Cornejo Arenillas, abuelo del jefe actual y bisabuelo de los que pronto le sucederán, Paula y Humberto Cornejo Rodríguez, recibió de su familia política una colección de ropa de etiqueta y disfraces. Primero los alquiló para fiestas y espectáculos. Después montó una sastrería para hacer más. Y no dejó de crecer.
Tras hacerse un nombre en el teatro, la zarzuela y la naciente industria del cine, y con un periodo en que la empresa permaneció confiscada y bajo control de la CNT, Humberto y sus hijos Vicente y Julio recibieron el impulso definitivo cuando el productor de origen ruso Samuel Bronston se instaló en España y los contrató para producciones como Rey de reyes, El Cid, La caída del imperio romano, 55 días en
Pekín o El fabuloso mundo del circo.
Eran otros tiempos. “Para El Cid hubo que vestir a 30.000 personas”, apunta el sastre cortador Carlos González. Pero ahora las productoras y más aún las plataformas ajustan al máximo los presupuestos y “esperan al último momento para hacer los encargos a fin de ahorrarse sueldos”. Así que un filme como
Mientras dure la guerra (Amenábar), que movió “más de mil trajes, añora Humberto padre, es una rareza. “Si no vendiéramos fuera, los números no saldrían”, admite.
De vez en cuando la sastrería recibe visitas como la que Robert de Niro hizo, “con sus tres caravanas ante nuestra puerta” para El puente
de San Luis Rey (2004). O como la de Arnold Schwarzenegger para
Conan el bárbaro (1982). “Aunque iba bastante desnudo, su ropa era muy complicada”, recuerda.
Pero lo habitual es que el único visitante que llegue a la sastrería para dar instrucciones y medidas sea el figurinista o diseñador de vestuario. Y entre esos profesionales “ves de todo”. “Unos son muy rígidos y otros se dejan asesorar. También los hay tiquismiquis que convierten lo sencillo en complicado”, deja caer el cortador. Y cita el “tremendo trabajo” que les supuso amoldarse a las exigencias “especiales” del figurinista de la ópera Billy Budd para el Teatro Real. Pero lo normal –matiza– es que todo vaya sobre ruedas.
Los trajes que los sastres de Cornejo hacen para cine y televisión pueden ser del todo fidedignos y requerir una concienzuda documentación de la época o bien estar falseados parcial o completamente por necesidades del guión. Así ocurre si por ejemplo a una plataforma le interesa localizar una serie en un lugar indeterminado “y nos encargan uniformes que se pueden parecer a los de la Guardia Civil pero también a otras policías”. O cuando “como decía mi abuelo”, añade Carlos González, desde América les piden ropa “para una película de romanos según Hollywood”, es decir, para unos romanos sui géneris.
Los diseñadores europeos son más rigurosos. “Los británicos son los más estrictos con la documentación, y los franceses con la producción”, nos ilustra la cortadora María de Luis, 24 años en Cornejo. Y su colega González rememora un documental galo sobre Napoleón en el que “hubo que hacer unos botones con un diseño determinado que sólo se utilizó durante tres años ”.
Los espectadores no notamos los trabajosos detalles de lo que visten los actores. “Pero la impresión general sí cambia según el modo en que se hayan hecho las cosas, y aquí procuramos hacerlas bien”, dice Alfredo Martínez. No tiene que insistir. La sastrería que le ha dado la vida lleva ahí un siglo. Será por algo.