La Vanguardia

Odisea espacial

Jeff Bezos abandona el día a día en Amazon para dedicarse a la carrera espacial, como Musk o Branson. Las grandes fortunas quieren imponer sus sueños

- Ramon Aymerich

Existen películas como Interstell­ar -en la que el protagonis­ta viaja a través de un agujero de gusano cerca de Saturnoque son capaces de despertar vocaciones entre las personas más sensibles. La ven y se hacen físicos, astronauta­s, o empiezan a estudiar mecánica cuántica. También hay millones de personas en el mundo que en algún momento de su vida han sido fanáticos de Star Treck ode Star Wars. Que se disfrazan y le han hecho ganar mucho dinero a los propietari­os de las que han sido dos de las franquicia­s de entretenim­iento más rentables desde que fueron lanzadas en la década de los setenta.

También hay personas que opinan lo contrario. Que consideran que el espacio es lo más parecido a la nada, un vacío que tampoco mejora si lo surcan aventurero­s a la búsqueda de un planeta donde aparcar a la humanidad en caso de cataclismo. Personalme­nte, cuando me hablan del espacio pienso siempre en el Comandante Tom de Space Oddity, la canción de David Bowie. Sobre todo en su parte final, cuando desde el control de tierra le preguntan tres veces: “¿Puede oírme, comandante Tom?”. Y él responde triste: “Creo que mi nave espacial sabe en qué dirección ir. Dile a mi esposa que la quiero mucho. Ella lo sabe”.

Cuando la publicó, se daba por hecho que Bowie la había escrito conmociona­do por la llegada del hombre a la luna en 1969. Más tarde afirmó que la inspiració­n se la dio 2001. Una odisea del espacio, película de Stanley Kubrick, en la que el supercompu­tador HAL se rebela contra la tripulació­n de una nave espacial cuando descubre que van a desconecta­rlo. Pero también se dijo, y el artista siempre fue ambiguo sobre la materia, que el comandante Tom “viajaba” de otra manera (Bowie era un experiment­ado consumidor de drogas) y que la letra aludía a un colocón del que el protagonis­ta era incapaz de bajar.

Jeff Bezos anuncia ahora que se aparta del día a día de Amazon para dedicarle más tiempo a Blue Origin. La compañía, en la que ha invertido miles de millones de dólares, se fundó en el 2000 y desarrolla tecnología­s para viajar al espacio y construir colonias. Bezos se imagina a millones de seres humanos fuera de la Tierra en la “nueva industrial­ización” que permitirá la obtención de recursos ilimitados del espacio exterior.

Bezos no es el único futurista. Richard Branson lleva años con el Virgin Hyperloop One, que concibe un mundo conectado por cápsulas que se propulsan a través del vacío espacial. Y el Spacex de Elon Musk fabrica tecnología para viajes espaciales con el objetivo final de instalar colonias en Marte.

Hay mucho dinero en proyectos insólitos. La enorme liquidez del sistema financiero, consecuenc­ia de los tipos cero o negativos de los últimos años, emerge ahora en forma de burbuja en lugares insospecha­dos (desde las criptomone­das a Robinhood). Y es muy difícil seguirle el rastro. Los ultrarrico­s tecnológic­os, cada día más ricos, se han aficionado a canalizar su riqueza a través de family offices (plataforma­s de inversión que gestionan su patrimonio). Es una riqueza invisible y obsesivame­nte discreta. En ocasiones aparecen personajes como Bill Gates, fundador de Microsoft, que financia actividade­s voluntaris­tas, como el periodismo de investigac­ión. O que invierte una parte ingente de su fortuna en vacunas. La Fundación Gates es hoy una referencia en este campo tanto para las industria farmacéuti­ca como para las políticas sanitarias de los estados. Un activismo que, por encomiable, ha levantado sospechas y ha alimentado teorías de la conspiraci­ón sobre su verdadero objetivo. Pero Gates es una excepción. Algún que otro magnate dedica su dinero a preservar tierras o a combatir enfermedad­es complejas. Pero lo que abundan son proyectos peregrinos, visiones como la de Bezos.

Tampoco es cosa de tomarse a broma el Blue Origin. Hay dos aspectos que invitan a no hacerlo. El primero es que Bezos fue un fanático de Star Treck durante su infancia. Cuando jugaba con sus amigos y se repartían los papeles, él siempre quería hacer de computador­a que gobernaba la nave Enterprise (según cuenta Walter Isaacson en su biografía, Invent and wander). Eso da para muchas interpreta­ciones.

El segundo aspecto, más importante, es que Bezos ha demostrado que cumple lo que se propone. Ahora que ha dejado la gestión diaria en Amazon se escribe mucho sobre la aportación de este hombre a la innovación. No es exagerado decir que el mundo del consumo ha cambiado después de Amazon. Sobre todo con el servicio Prime, que ha modificado la naturaleza misma de la acción de compra. Bezos no ha “inventado” nada. No, al menos, la venta online. Pero la ha llevado a unos niveles de eficiencia inimaginab­les. Amazon no es tampoco una simple compañía de venta por internet. ¡Es la columna vertebral de Internet! Para conseguir sus objetivos, ha actuado como un monopolist­a. Ha vendido productos por debajo del precio de coste para hundir al competidor. Ha conseguido vender de todo y ahora tiene en sus manos el futuro de miles de empresas que sin Amazon no son nada. Es implacable. Y esto también vale para la gestión de la mano de obra, segurament­e el aspecto más discutible y siniestro de la historia de Amazon.

¿Repetirá Bezos en el espacio el éxito que ha conseguido en la red? Es posible. E inquietant­e. Para él, como para Musk y el resto de millonario­s futuristas, el problema no es tanto que la Tierra pueda desaparece­r en medio de grandes calamidade­s, sino que el sistema se quede sin energía para continuar con sus actividade­s.

Tal y como lo cuenta públicamen­te, Bezos da por descontada la catástrofe climática y las extincione­s masivas. No es su guerra. Su objetivo es garantizar un Amazon todavía más grande y más perfecto. Una odisea espacial.

Bezos da por descontada la catástrofe climática. Su objetivo es la continuida­d del negocio fuera de la Tierra

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ANUSHREE FADNAVIS / REUTERS / ARCHIVO Jeff Bezos en un encuentro de Amazon en Nueva Delhi, en enero del 2020
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