La Vanguardia

Usemos las urnas

- Carme Riera

Hoy hay elecciones en Catalunya. Unas elecciones marcadas sin lugar a dudas por la pandemia. Ojalá que los que aseguran que el grado de abstención puede ser alto por el miedo a los contagios se equivoquen. Es necesario ir a votar, si es que no lo hemos hecho antes por correo. Votar a quienes hayamos escogido, tras calibrar bien los programas, aunque sepamos de antemano –nos lo ha recordado precisamen­te esta semana la señora ministra de Hacienda, María Jesús Montero, portavoz del Gobierno del señor Pedro Sánchez– que durante el noviazgo, eso es, la etapa de seducción que implica cualquier campaña, se prometen muchas cosas que se olvidan inmediatam­ente tras el matrimonio, eso es, tras ganar las elecciones.

El miedo a los contagios es fácil de entender, aunque no parece justificad­o si nos fiamos de las autoridade­s que advierten que, desde el punto de vista sanitario, todo está perfectame­nte controlado en los espacios destinados para poder votar. Todo el mundo entrará con mascarilla, habrá geles desinfecta­ntes, será obligatori­o guardar la distancia de metro y medio entre votantes, y los enfermos de COVID –cuyas siglas parecen aptas para un nuevo partido político, Catalunya Obrera Verda i Democràtic­a– votarán, obedientes, en último lugar. A los que les haya tocado la china de tener que estar en las mesas deberían compensarl­es por lo menos en el futuro con un viaje a Wuhan.

Conjuremos los peligros. Seamos consciente­s de que las urnas tienen un gran atractivo para los catalanes. Baste recordar cómo se acudió masivament­e a las primeras votaciones democrátic­as de 1978. Lo malo es la división de opiniones que las urnas provocan entre nosotros. Una buena parte siente un enorme respeto por las urnas que se ponen a su debido tiempo y según la legalidad democrátic­a vigente. Otros, en cambio, prefieren las que se pusieron el 1 de octubre, de modo unilateral, porque no les quedó otro remedio, se justifican, saltándose las leyes que no reconocen como propias.

Parece que un patriota independen­tista encargó las urnas del 1 de octubre, a través de Francia, a una empresa china, cuyo nombre casi de chiste, según traducción al inglés, es Smart Dragon Ballot Expert. Cuentan que esas urnas fueron subastadas después y el importe de las pujas fue donado para pagar multas. La empresa china siguió fabricando urnas a demanda del público catalán que quiso atesorarla­s. Pero como los pedidos tenían que ser en un número alto, por lo menos de quinientas unidades, algunos montaron la importació­n como un negocio y se dedicaron a la reventa.

Al alto valor simbólico de las urnas con el logo cuatribarr­ado se unen las posibilida­des de su multiuso: papeleras, contenedor­es de ropa, cubiteras de refrescos para las verbenas, proteccion­es para apicultore­s, ahora quizá contra el virus y otros mil usos, que sus dueños con una pizca de imaginació­n puedan darles. Como reposapiés, escabeles o banqueta para los más pequeños de la casa funcionan, mejor aún si les aplicamos un almohadón. Sirven también de revistero, para dejar la calceta de la abuela, cuyas agujas suelen resultar molestas, abandonada­s en el sofá de la sala de estar, e igual para dar cobijo al gato.

Todo eso y muchas otras posibilida­des que me dejo justifican su precio y, naturalmen­te, el porcentaje que se han llevado los inversores en urnas del 1 de octubre. Hubo quien la encargó como objeto decorativo para que figurara en su boda y otros para el bautizo de su hijo, llenándola­s de peladillas. Hoy todavía pueden encontrars­e en internet tiendas que las sirven a domicilio, por un precio más o menos alto si se trata de un original o de una copia. Desconozco si alguien va a encargar alguna para depositar las cenizas de su muerte política. Quién sabe. Esta misma noche podría ocurrir.

Conjuremos los peligros; seamos consciente­s de que las urnas tienen un gran atractivo para los catalanes

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