La Vanguardia

Espejos y espejismos

- Francesc-marc Álvaro

Votar debería servir para transforma­r la historia

Parece que hoy enviamos una postal al futuro. Todos los catalanes con derecho a voto podemos hacerlo, es el día. Las papeletas en las urnas crean realidad, aunque la democracia está abollada y la pandemia nos desfibra. Los votos esbozan qué Catalunya queremos y, sobre todo, cuál no queremos. Este esbozo está sometido a rebotes posteriore­s que se nos escapan: pactos, jueces, azares y accidentes. Y al factor humano. Lo más apasionant­e de la democracia es que siempre puede darnos alguna sorpresa. Es la poética intempesti­va de las urnas: limita al norte con los dados de Dios y al sur con el capricho del simio sofisticad­o. Votar tiene tanto de confesión con el cura como de apuesta en un casino.

El premio no es ni la absolución ni un millón de dólares: es cuando el resultado no se aleja mucho del país imaginado en tu cabeza. Entonces, echamos mano de los espejos: Catalunya comparada con otros lugares. En esta lista, hay un clásico: “la Dinamarca del Mediterrán­eo”, metáfora que ha sido enmendada esta campaña por algunos candidatos, que han advertido del peligro de convertirn­os en “la Andorra

del sur”. Escocia es un referente de los últimos diez años, mucho mejor que Montenegro. Años atrás –durante la presidenci­a de Mas–, se habló de hacer de Catalunya “el Massachuse­tts de los Estados Unidos de Europa”. En cambio, cuando el derrumbe del imperio soviético, proliferar­on las comparacio­nes con algunas naciones del centro y el este del Viejo Continente (los bálticos tenían tirón) y, antes, Pujol estaba fascinado con Baden-württember­g y Lombardía. La cosa viene de antiguo: Prat de la Riba, padre del catalanism­o político, admiraba la Prusia de Bismarck tanto como Estados Unidos; “seamos americanos”, escribió.

¿Espejos o espejismos? En una entrevista en L’avenç, el verano del 2002, Pasqual Maragall decía esto: “Yo creo que cuenta más la geografía que la historia, aunque la historia le da la sal y la pimienta”. Cuando llegó a la presidenci­a de la Generalita­t, constató –tal vez– que había sido demasiado optimista. Votar no altera la geografía, pero debería servir para transforma­r la historia. Romper los espejos, escapar de los espejismos.

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