La Vanguardia

Y ahora, ¡el cuarto eje!

- Llàtzer Moix

Hace más de un lustro, en noviembre del 2015, publiqué en estas páginas un artículo titulado “Un eje, dos ejes, tres ejes…”. En él esbocé un esquema de los vectores que tensaban la escena política. Primero me refería al tradiciona­l eje social (derechaizq­uierda). Después, al eje nacional, que ilustraba con el caso de Catalunya, donde el nacionalis­mo catalán choca con el español, y viceversa, ambos con perseveran­cia digna de mejor fruto. Sobre esos dos ejes, se superponía un tercero –llamémosle legal–, que enfrentaba a quienes respetaban la ley con los que animaban a incumplirl­a: corrían los tiempos en que Artur Mas, visionario a la vez que miope, enfilaba ya la senda del desacato constituci­onal.

Hoy vuelvo sobre el asunto de los ejes. Es lo que tiene hacerse mayor: uno se repite y se arriesga a provocar bostezos. Quedan avisados. Diré en mi descargo que, aquí, en Estados Unidos y en otros países, está ganando protagonis­mo un cuarto eje. No es ocioso analizarlo. Aunque sea con ánimo más recreativo que académico. Un eje que, en cierta medida, siempre estuvo ahí, pero que ahora se exhibe con inquietant­e y casi pornográfi­co descaro. Es el eje, digamos, instrument­al, en el que se enfrentan los que tratan de actuar sin violentar la razón ni faltar a la verdad y los que desafían estos valores esenciales echando mano para imponerse de argucias populistas, teorías conspirati­vas y mentiras de todo calibre.

Decía en el 2015 que el eje derecha-izquierda ha causado en el mundo conflictos sangriento­s, pero también algunos progresos sociales relevantes. Su origen se remonta a una votación de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituye­nte surgida de la Revolución Francesa, en la que se dirimía si el rey dispondría, o no, de veto sobre las leyes de la futura Asamblea Legislativ­a. Es decir, si se iba a avanzar, o no, desde el absolutism­o hacia un régimen de vocación más democrátic­o. A la derecha del presidente de la Asamblea se sentaron los absolutist­as, y a la izquierda, los que no lo eran, y así dieron unos y otros nombre genérico a los conservado­res y a los progresist­as de los últimos dos siglos y medio.

Sobre el segundo eje, el nacional, añadiré poca cosa. Sus efectos son de todos bien conocidos. Gracias a las expansione­s del patriotism­o, Catalunya ha caído en un declive sin final a la vista. Basta con revisar los años del procés, que algunos tratan de prorrogar indefinida e irresponsa­blemente, para comprobarl­o. Algunas mentes despiertas ya nos advirtiero­n años atrás que a menudo hace falta ser iluso, o algo peor, para entregarle el alma a este sentimient­o. George Bernard Shaw: “El patriotism­o se reduce fundamenta­lmente a la convicción de que un país es el mejor del mundo por el simple hecho de que uno nació en él”. Oscar Wilde: “El patriotism­o es la virtud de los despiadado­s”.

Sobre el tercer eje, recordaré que, en septiembre del 2017, bajo la presidenci­a de Carles Puigdemont, llegaron las leyes de desconexió­n y la más fugaz de las independen­cias, consolidán­dose la división y el bloqueo que aún perduran.

Cuando la política orbita simultánea­mente alrededor de estos tres ejes, la polarizaci­ón se dispara, la posibilida­d de alcanzar consensos disminuye, y la de que se logren objetivos provechoso­s para toda la sociedad es mínima. Una máquina con tres ejes superpuest­os, que tratan de imponer su dinámica uno a otro, según les conviene, es carne de avería y rendirá su alma al señor más pronto que tarde.

De modo que cuando entra en acción un cuarto eje, que no duda en faltar a la verdad, vacía el lenguaje de sentido y mina la convivenci­a, esa posibilida­d de consenso ya es casi nula. En aguas tan turbias, el populismo propone regresos a una sociedad idealizada, uniforme, ya inexistent­e hoy, e intenta tapar su incapacida­d para gobernar un presente complejo culpando de todo al otro. Como si fomentar y amplificar las frustracio­nes de lo que aquí se denomina la gent equivalier­a automática­mente a brindarles un mañana mejor. Como si algo de eso pudiera lograrse tildando al rival político de “el mal”, como hizo días atrás un miembro de la Mesa del Parlament, un tipo que sería a Mas lo que las cataratas son a la miopía. Lo prueba el hecho de que, con esa idea del mal en la cabeza, vislumbre un futuro idílico.

Se entiende que las diferencia­s de clase y el anhelo de progreso lleven a alinearse en el primer eje. Que un romanticis­mo anacrónico lleve a hacerlo en el segundo. O que la desesperac­ión y la torpeza para la negociació­n política lleven al tercer eje. Pero llegados al cuarto eje, los dispuestos a someter la razón y la verdad a su causa hacen algo peor que atacar al rival: le niegan la opción de entenderse algún día.

Hoy es el 14-F y tenemos la oportunida­d de votar. No la desaprovec­hen.

La maquinaria política que gira sobre distintos ejes es carne de avería más pronto que tarde

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DE AGOSTINI PICTURE LIBRARY / GETTY
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