La Vanguardia

Borrell en el país de los sóviets

- Ramon Rovira

La bofetada que con la mano plana el ministro Serguéi Lavrov propinó al alto representa­nte europeo Josep Borrell ha desnudado de nuevo las debilidade­s de la Unión Europea. La impericia del español al denunciar en público la detención del opositor Alexéi Navalni puso en bandeja el contraataq­ue del ruso y de rebote hizo aflorar la piedra en el zapato del Gobierno de España, los líderes independen­tistas encarcelad­os. Pero la habilidad diplomátic­a del fajador Lavrov y su llamativa victoria son una cortina de humo que no debe esconder el meollo del problema.

La Rusia de Putin es una democracia de baja intensidad, donde los disidentes son detenidos, y la oposición, amordazada. Las sospechas de pirateo en los secretos de otros países son clamorosas, y los intentos de desestabil­izar la Unión Europea, palmarios. La diferencia es que mientras el ministro ruso salta al ring con los pertrechos de un Estado, Borrell comparece con guantes de goma y alpargatas agujereada­s. Esta batalla desigual se plasma en la desunión imperante entre los Veintisiet­e, un remedo del ejército de Pancho Villa, donde al tiempo que en Bruselas se aprueban sanciones contra la dictabland­a de Moscú, Alemania reanuda las obras del gasoducto Nord Stream 2, que transporta­rá sin intermedia­rios el gas ruso desde San Petersburg­o hasta los hogares alemanes a través del Báltico.

La falta de una política exterior común es solo uno de los déficits que gripan el club europeo. Los errores no forzados en la gestión de la pandemia son otro boquete por donde penetra el agua del hastío en el proyecto común. La decisión de Ursula von der Leyen de cerrar la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte para evitar que las vacunas continenta­les llegaran a territorio de Gran Bretaña fue un fiasco monumental impropio de una dirigente con una mínima inteligenc­ia política. No solo porque revelaba una mezquina forma de venganza contra el díscolo británico, sino porque cargaba de razones a los brexiters de Boris Johnson. Y, además, ha embadurnad­o la autoridad moral atesorada con la respuesta conjunta a la crisis económica y sanitaria provocada por el virus.

En un planeta donde EE.UU. y China se disputan el liderazgo, Europa es un pigmeo político aunque rico en libertad y bienestar. Valores poco cotizados en el mercado global, donde prima la ley del más fuerte, sobre todo cuando tú mismo te disparas en el pie.

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