La Vanguardia

Democracia

- Pilar Rahola

Fue Lincoln quien dejó sellado el sentido moderno del concepto democracia . Su frase “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo” marcó los principios y límites de lo que sería el Estado de derecho.

Sería, o debería ser, porque en ese condiciona­l se juega la salud del sistema político menos malo de todos los inventados por la humanidad. Hoy, pues, es la fiesta grande de la democracia, el día en que ese “pueblo” escoge a sus representa­ntes públicos y dibuja los escenarios de los que surgen los gobiernos. Pero para que esa fiesta grande sea luminosa, y no una inercia inevitable, ejercida con desencanto o con la nariz tapada, debe ser la culminació­n de un sistema sólido, equilibrad­o y confiable. Cuando, por el contrario, las elecciones sustentan a una democracia herida, tortuosa y desprestig­iada, entonces todo se complica. Es cuando pasamos de la frase feliz de Auster, “para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”, a la cáustica de Bukowski: “La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”. Es decir, o confiar en la solidez del Estado de derecho como garantía de las libertades, o percibir que es una estructura llena de trampas.

Ese es el agujero negro de la democracia española: que no es confiable. En los mismos días en que vamos a votar, un cantante va a la cárcel por sus tuits y canciones, mientras otros raperos se han marchado al exilio. En la España de la ley mordaza, la libertad de expresión ha sufrido un retroceso tan serio, que cabe afirmar que está peor que en los primeros días de la democracia. Si sumamos la delirante judicializ­ación del conflicto territoria­l, la barbaridad de tener encarcelad­os o exiliados a los líderes del pueblo catalán, la notoria ideologiza­ción de la judicatura, la sobrecarga ideológica de la Fiscalía, la falta de equilibrio entre los poderes del Estado, la impunidad de la corrupción endémica, los escándalos de la Casa Real, con el emérito felizmente fugado gracias a los servicios de inteligenc­ia, y el resto de escándalos, incluyendo militares con ansias de fusilamien­tos masivos, que escriben al jefe del Estado, todo ello es un pozo lleno de mugre. Con un añadido final: hoy vamos a votar al Parlament de Catalunya, teóricamen­te la sede de la soberanía catalana. Pero ello tampoco es cierto, porque dicha soberanía está cercenada, tutelada, controlada y despreciad­a hasta el punto de perseguir a los presidents que votamos.

Día grande, pues, pero democracia pequeña.

Ese es el agujero negro de la democracia española: que no es confiable

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