CÓMO HABLAR DEL TEMA SIN ENCONTRONAZOS
La clave para poder hablar con amigos y familiares sobre vacunarse o no sin que ello ponga en peligro nuestras relaciones personales es, precisamente, evitar el cuñadismo.
No descalificar ni ridiculizar Rafael Penadés enfatiza la necesidad de huir de posicionamientos supremacistas y evitar descalificar y ridiculizar al otro como ignorante o loco.
Contrarrestar con datos
“Hay que ser más asertivo y validar la postura del otro, y a partir de ahí ayudar a quienes son antivacunas por miedo a quitarse el miedo con información, contrastando sus dudas o rumores con datos, pero evitando hacerles sentir ridículos”, comenta el psicólogo. Aconseja que si uno asegura que las vacunas van mal, que perjudican, se responda con un “¿qué datos tienes de ello?” Y si se aporta algún caso de efectos secundarios, admitamos que sí, “que no hay ningún tratamiento que no los tenga, incluso el paracetamol, pero que la información que se va teniendo demuestra que las vacunas de la covid son muy seguras, con un nivel de seguridad semejante al de vacunas anteriores”.
La persona no es su opinión Rafael San Román, psicólogo de ifeel, cree que discrepar salvaguardando las relaciones depende de las habilidades negociadoras y comunicativas de quienes intervienen. Considera que una regla de oro es diferenciar la persona de la opinión, “no reducir al otro a que es un antivacunas irresponsable y peligroso”, porque con esa persona se pueden tener puntos de vistas diferentes respecto a la vacunación y en cambio compartir otras muchas cosas y ser amigos del alma.
Sopesar y dosificar la reacción A la hora de debatir, uno puede decidir ser asertivo o agresivo, más o menos vehemente, conversar, tratar de convencer o atacar... Y debería sopesar las consecuencias que puede tener una confrontación en función del interlocutor que tiene delante –no es lo mismo si se trata de un familiar estrecho que de un conocido–, del grado de confianza para expresarse, y de si la discusión tiene sentido o va a ser un desgaste estéril.
“Al final, el conflicto es inherente a las relaciones humanas, no podemos evitarlo; la cuestión es cómo lo gestionamos, porque eso es lo que va a determinar en que estado queda la relación, si acaba devastada y por una discusión vehemente dejamos de hablarnos o si, por el contrario, la confrontación se termina con un ‘en fin, ¿nos tomamos algo?’”, concluye San Román.