“Era cocinero, nunca imaginé acabar aquí”
Una decena de personas malviven en barracas muy precarias en una zona de huertos de Rubí
Puedes llamarme Jaume, en catalán, Jaime en castellano, o Hamid. Llevo 27 años en Catalunya, soy cocinero y he trabajado en restaurantes de Mallorca, Eivissa y Barcelona. Tenía una vida, con proyectos. Ahora no tengo nada. Como una vez al día, busco en la basura… Nunca imaginé acabar viviendo aquí”, explica a modo de presentación. Aquí es un descampado, en una zona de huertos y maleza, unos kilómetros más arriba de la masía de Can Ramoneda, en Rubí.
Hamid, uno de los habitantes de un asentamiento que rezuma pobreza, es un hombre delgado y amable, de origen marroquí, nacido en 1977, pero al que la vida en la intemperie del último año ha demacrado.
La situación económica y social provocada por la covid ha agravado aún más las penurias vitales tanto de Hamid como de la decena de compañeros que malviven en las chabolas. Se le acabó el contrato de cocinero, trabajó un tiempo en la obra y llegó un día en que los ingresos ya no entraron. No podía pagar la habitación en la que vivía. Y se tuvo que ir. “Nunca he pedido ayuda, siempre me he espabilado solo, pero con la pandemia todo se complicó de golpe”, lamenta.
Un colega le explicó que se podía quedar en una caseta hecha con maderas, chapa y plásticos, alejada de las miradas ajenas. No hay electricidad, ni lavabo, ni agua corriente… El colchón con mantas donde duerme, unas garrafas de agua, otras de lejía, ollas, una radio a pilas, herramientas, una tetera y una hoguera son sus lujos. Afuera, intemperie pura y dura.
Este verano, Hamid consiguió viajar a Marruecos a ver a su familia, pero debido a la pandemia quedó atrapado durante meses. “Siempre he enviado dinero a mi mujer y mis hijos. Pero esta vez mi padre me ayudó como pudo. Para mí es vergonzoso no aportar dinero a mi familia. Por eso, nada más me dejaron regresar volví a ver si mejora la cosa”, afirma, apoyándose en que es un hombre de fe.
La vida en la calle, la falta de higiene, el caminar todo el día para buscar chatarra en los contenedores ha hecho envejecer, sin piedad, a Hamid y a la decena de compañeros que malviven en la zona. Unos han ocupado un terreno, lo han limpiado y vallado con cañizo e, incluso, han colocado una puerta con candado. Han labrado un huerto con habas, guisantes y acelgas. Otros, catalanes de origen, ocupan una destartalada nave, con techo de uralita, y, por ahora, declinan hablar con esta redactora.
Lahcen, de treinta y tantos años, trabajaba de oficial yesero. Ahora se le ve débil y enfermo.
Tose mucho. Con un español precario, dice que no tiene fuerzas y se siente “muy triste”. El banco propietario del piso ocupado en el que vivía ha conseguido echarlo. Hace poco que se ha instalado en un chamizo.
Una pareja de voluntarios de Rubí, que conocieron este asentamiento mientras paseaban al perro, han cargado el coche de botes de comida y mantas y se han acercado para darles la ayuda. Agradecido, el grupo prepara un té moruno. “Ver cómo sobreviven aquí, con el frío que hace y en estas condiciones, es tremendo. Todos tienen formación y oficio. Es un tema de derechos humanos. Esperemos que el Ayuntamiento o a quien le toque les ayuden pronto”, apunta Marta.
Fuentes municipales confirman que “desde el momento en que el Ayuntamiento de Rubí es conocedor de esta situación ha actuado con rapidez para darle respuesta. Se están haciendo seguimientos personalizados para estudiar cada caso y encontrar la solución más correcta”. Por lo que respecta a los recursos económicos, desde servicios sociales “se ha facilitado el acceso a la renta garantizada a algunos de los afectados”. En paralelo, apuntan que “se ha hecho alguna derivación a los comedores sociales de Rubí, así como a entidades que ofrecen ayudas de alimentos. Cuando se ha detectado alguna problemática, se les ha derivado a centros de salud”.
Sobre la búsqueda de vivienda, desde servicios sociales aseguran que están “buscando una habitación donde realojar a estas personas, a pesar de que solo una de ellas ha mostrado su necesidad. El resto nos ha informado de que ya tienen recursos habitacionales”.
Hamid y Lahcen aseguran que nunca han visto ningún personal técnico por allí.
Los pobladores son gente con formación y oficio a la que la pandemia condena a la pobreza