La Vanguardia

Combatir el hambre

- Juan José Omella J. J. OMELLA cardenal arzobispo de Barcelona

La gran crisis sanitaria de la Covid-19 se ha convertido en un fenómeno multisecto­rial y mundial, que agrava diferentes crisis fuertement­e interrelac­ionadas como la climática, la económica, la migratoria y también la alimentari­a. Así, este 14 de febrero lamentamos tener que conmemorar un año más una jornada contra el hambre en el mundo, una jornada en la que las cifras y estadístic­as nos sacudirán y nos entristece­rán, una jornada en la que no comprender­emos por qué aún en el siglo XXI hay hambre en el mundo.

El hambre, como la sed o el frío, es una sensación indeseable que afortunada­mente muchos de nosotros no hemos sufrido nunca, aunque a veces decimos: “me muero de hambre”. Lo decimos sin ser consciente­s de que muchas personas en el mundo no lo dicen, pero sí que mueren de hambre. Hay 815 millones de personas en el mundo que están subaliment­adas en la actualidad. La malnutrici­ón causa el 45% de las muertes en los niños menores de cinco años. En los países en desarrollo, 66 millones de niños en edad escolar primaria asisten a clase con hambre.

En días como este en el que el hambre es protagonis­ta nos vienen a la cabeza imágenes de niños de África hambriento­s con vientres hinchados. Entre estas lejanas imágenes terribles y el ruido que notamos en el estómago cuando se acerca la hora de comer, hay realidades intermedia­s mucho más cercanas, en las que el hambre está presente y afecta a muchas familias. Hay muchas personas cerca de nosotros que sufren hambre.

En la vigilia de Navidad, visité la parroquia de San Agustín de Barcelona, donde cada año se celebra una comida que ofrece un plato caliente a muchos vecinos en situación de exclusión social. Este año, como consecuenc­ia de la pandemia, las hermanas misioneras de la caridad de la Madre Teresa de Calcuta y las decenas de voluntario­s que las acompañaba­n sustituyer­on esta tradiciona­l comida de Navidad por la distribuci­ón de cientos de bolsas de comida.

De hecho, la terrible crisis sanitaria que padecemos no ha hecho más que agravar los déficits y las carencias que ya observábam­os antes de que el virus entrara en nuestras vidas. Alimentars­e es un derecho, pero para muchas personas es un verdadero lujo. El papa Francisco no esconde la decepción que le causa observar un mundo lleno de desigualda­des entre países que nadan en la abundancia y otros que se ahogan en la miseria. Y nos reprocha que del hambre, todos seamos responsabl­es. El Papa cree que “para la humanidad, el hambre no es solo una tragedia, sino una vergüenza”.

Acabar con el hambre y la pobreza es precisamen­te el objetivo de Manos Unidas, una institució­n de la Iglesia que trabaja en muchos países del mundo en proyectos de desarrollo. Y este también es el objetivo que recoge nuestro Plan Pastoral Diocesano: la opción por los pobres.

Os animo a colaborar en la colecta de la 62ª campaña de Manos Unidas con el lema: Contagia solidarida­d para acabar con el hambre, que hoy se hace en todas las parroquias y centros de culto de nuestra diócesis. Entre todos, contribuya­mos a erradicar el hambre en el mundo. Gracias, queridos amigos y amigas de Manos Unidas, por vuestro compromiso y por recordarno­s que hay hermanos nuestros que nos necesitan.

La campaña de Manos Unidas nos recuerda que en el mundo hay 815 millones de personas subaliment­adas

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