Por una educación libre
La pandemia centra la atención mediática y ciudadana, pero la vida sigue su curso. La nueva ley de educación que se está tramitando en el Congreso de los diputados exige un discernimiento crítico, porque la cuestión que se aborda, la formación de los niños y de los jóvenes es trascendental para el presente y para el futuro de nuestro país. Hay que prestar mucha atención a la letra pequeña de esta ley porque, para bien o para mal, afectará a la práctica docente de muchos maestros y educadores, pero también a la formación integral de los jóvenes. Solamente una educación de calidad y rigurosa, centrada en la persona como eje básico y en sus múltiples dimensiones (intelectuales, culturales, corporales, psicológicas, sociales y espirituales), puede ayudarnos a salir del callejón sin salida en el cual nos encontramos desde hace décadas.
De entrada, es una mala noticia que la ley no obtenga y ni siquiera busque el consenso deseado. En una cuestión tan sumamente delicada, sería deseable que hubiera un gran pacto de Estado más allá de las legítimas opciones ideológicas representadas en el arco parlamentario. Esta falta de consenso es sintomática. Tampoco nos tiene que extrañar. La historia de las leyes educativas de nuestro país desde la transición hasta día de hoy es un ejemplo bien lamentable de inestabilidad y de lucha ideológica. Cada vez que un partido se ha hecho con el poder ha querido cambiar la ley educativa que había diseñado el gobernante anterior. Esta continua mutación es un hecho muy excepcional si nos comparamos con Alemania, Austria o Bélgica, por ejemplo. Estamos lejos del consenso y la polarización endemoniada de la vida política, convertida a menudo en un espectáculo dantesco de chapuza y mala educación, no ayuda a alcanzar este horizonte.
Afortunadamente, los buenos maestros saben hacer el trabajo y lo hacen más allá de las injerencias ideológicas de turno. Es bueno recordar, como dice la propuesta de ley, citando la Convención universal de los derechos del niño (1989), que todo niño tiene derecho a la educación, pero también es imprescindible reconocer el derecho de los padres a educarlos según sus convicciones filosóficas, éticas y espirituales. Este derecho se traduce en un deber que comporta una gran responsabilidad para los padres. El Estado tiene que garantizar que todo niño reciba la educación básica, que sea formado en los principios y valores que sostienen la vida democrática. Sin embargo, en ningún caso, puede ingerirse en la tarea educativa de los padres y, todavía menos, colonizar ideológicamente la escuela.
Los hijos no pertenecen a sus padres, tampoco al Estado. No son propiedad de nadie, porque no son objetos y no lo son nunca, sino que siempre y en cualquier circunstancia son sujetos de derecho. El Estado tiene que garantizar la igualdad de oportunidades y, a la vez, la libertad de los padres a educar según sus convicciones y la autonomía de las comunidades educativas a formar los niños y jóvenes según sus idearios y criterios, siempre y cuando no pongan en riesgo los principios y valores fundamentales de la democracia. El Estado tiene que garantizar, también, que los educandos que sufren alguna diversidad funcional o discapacitados dispongan de los recursos necesarios y adecuados para desarrollarse integralmente. También ellos tienen el derecho a ser educados. El respeto a la diversidad en las aulas, también hay que ejercerlo respecto de la diversidad de comunidades educativas nacidas de la sociedad civil.
La experiencia revela que a menudo bajo la aparente neutralidad de la educación pública está incoada la ideología del partido que gobierna, y que pretende uniformizar la forma mental de los educandos y boicotear la legitima libertad de las instituciones educativas a hacerlo según su criterio. Esta diversidad de criterios y de carismas educativos es una riqueza que hace falta preservar y sostener. La uniformización comporta un proceso de empobrecimiento cultural.
Pedimos un pacto educativo de Estado que tenga una estabilidad en
Hace falta un pacto educativo de Estado que dé estabilidad y respete las diversas pedagogías y sensibilidades
el tiempo y que respete la diversidad de sensibilidades éticas, espirituales y religiosas, así como las diferentes pedagogías que coexisten en nuestra sociedad y que se sostienen en los mismos principios fundamentales de dignidad, de equidad y de libertad. Hay en juego un material muy sensible, las generaciones futuras y su desarrollo integral y con eso no se juega.