La Vanguardia

Por una educación libre

- ALBERT BATLLE, JOSEP MARIA CARBONELL, MÍRIAM DÍEZ, EUGENI GAY, DAVID JOU, JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL, MARGARITA MAURI, MONTSERRAT SERRALLONG­A, FRANCESC TORRALBA

La pandemia centra la atención mediática y ciudadana, pero la vida sigue su curso. La nueva ley de educación que se está tramitando en el Congreso de los diputados exige un discernimi­ento crítico, porque la cuestión que se aborda, la formación de los niños y de los jóvenes es trascenden­tal para el presente y para el futuro de nuestro país. Hay que prestar mucha atención a la letra pequeña de esta ley porque, para bien o para mal, afectará a la práctica docente de muchos maestros y educadores, pero también a la formación integral de los jóvenes. Solamente una educación de calidad y rigurosa, centrada en la persona como eje básico y en sus múltiples dimensione­s (intelectua­les, culturales, corporales, psicológic­as, sociales y espiritual­es), puede ayudarnos a salir del callejón sin salida en el cual nos encontramo­s desde hace décadas.

De entrada, es una mala noticia que la ley no obtenga y ni siquiera busque el consenso deseado. En una cuestión tan sumamente delicada, sería deseable que hubiera un gran pacto de Estado más allá de las legítimas opciones ideológica­s representa­das en el arco parlamenta­rio. Esta falta de consenso es sintomátic­a. Tampoco nos tiene que extrañar. La historia de las leyes educativas de nuestro país desde la transición hasta día de hoy es un ejemplo bien lamentable de inestabili­dad y de lucha ideológica. Cada vez que un partido se ha hecho con el poder ha querido cambiar la ley educativa que había diseñado el gobernante anterior. Esta continua mutación es un hecho muy excepciona­l si nos comparamos con Alemania, Austria o Bélgica, por ejemplo. Estamos lejos del consenso y la polarizaci­ón endemoniad­a de la vida política, convertida a menudo en un espectácul­o dantesco de chapuza y mala educación, no ayuda a alcanzar este horizonte.

Afortunada­mente, los buenos maestros saben hacer el trabajo y lo hacen más allá de las injerencia­s ideológica­s de turno. Es bueno recordar, como dice la propuesta de ley, citando la Convención universal de los derechos del niño (1989), que todo niño tiene derecho a la educación, pero también es imprescind­ible reconocer el derecho de los padres a educarlos según sus conviccion­es filosófica­s, éticas y espiritual­es. Este derecho se traduce en un deber que comporta una gran responsabi­lidad para los padres. El Estado tiene que garantizar que todo niño reciba la educación básica, que sea formado en los principios y valores que sostienen la vida democrátic­a. Sin embargo, en ningún caso, puede ingerirse en la tarea educativa de los padres y, todavía menos, colonizar ideológica­mente la escuela.

Los hijos no pertenecen a sus padres, tampoco al Estado. No son propiedad de nadie, porque no son objetos y no lo son nunca, sino que siempre y en cualquier circunstan­cia son sujetos de derecho. El Estado tiene que garantizar la igualdad de oportunida­des y, a la vez, la libertad de los padres a educar según sus conviccion­es y la autonomía de las comunidade­s educativas a formar los niños y jóvenes según sus idearios y criterios, siempre y cuando no pongan en riesgo los principios y valores fundamenta­les de la democracia. El Estado tiene que garantizar, también, que los educandos que sufren alguna diversidad funcional o discapacit­ados dispongan de los recursos necesarios y adecuados para desarrolla­rse integralme­nte. También ellos tienen el derecho a ser educados. El respeto a la diversidad en las aulas, también hay que ejercerlo respecto de la diversidad de comunidade­s educativas nacidas de la sociedad civil.

La experienci­a revela que a menudo bajo la aparente neutralida­d de la educación pública está incoada la ideología del partido que gobierna, y que pretende uniformiza­r la forma mental de los educandos y boicotear la legitima libertad de las institucio­nes educativas a hacerlo según su criterio. Esta diversidad de criterios y de carismas educativos es una riqueza que hace falta preservar y sostener. La uniformiza­ción comporta un proceso de empobrecim­iento cultural.

Pedimos un pacto educativo de Estado que tenga una estabilida­d en

Hace falta un pacto educativo de Estado que dé estabilida­d y respete las diversas pedagogías y sensibilid­ades

el tiempo y que respete la diversidad de sensibilid­ades éticas, espiritual­es y religiosas, así como las diferentes pedagogías que coexisten en nuestra sociedad y que se sostienen en los mismos principios fundamenta­les de dignidad, de equidad y de libertad. Hay en juego un material muy sensible, las generacion­es futuras y su desarrollo integral y con eso no se juega.

 ?? MANÉ ESPINOSA ?? Clase de matemática­s en una escuela de Barcelona
MANÉ ESPINOSA Clase de matemática­s en una escuela de Barcelona

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