La Vanguardia

Barcelona y los chicos de Miles Davis

- Miquel Molina @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es

Si alguien va en busca del mejor jazz hay un itinerario sin pérdida: seguir la pista de quienes tocaron con Miles Davis. Chick Corea no es una excepción. Ambos dejaron rastro en una Barcelona que en jazz lo ha visto casi todo. El jazz barcelonés merece darse un homenaje

Réquiem por el piano del jazz. En cuestión de semanas hemos sabido de la retirada de Keith Jarret por problemas de salud y de la muerte, el martes, de Chick Corea. Ambos contribuye­ron a la revolución que insufló nueva vida al jazz en la segunda mitad del siglo XX. Pero también compartier­on la pertenenci­a a una comunidad muy selecta: la de los músicos que alguna vez tocaron con Miles Davis. La mayoría han ofrecido conciertos en Barcelona estando en el momento álgido de sus carreras.

John Coltrane, Sonny Rollins, Elvin Jones, Ron Carter, Paul Chambers, Jack

Dejohnette, Bill Evans, Tony Williams, Joe Zawinul, Wayne Shorter, Kenny

Garrett, Cannonball Adderley, Herbie

Hancock... Todos tienen en común con Corea y Jarrett haber compartido estudio o escenario con Davis y haberse sometido así a su brutal nivel de exigencia, que los hizo mejores músicos.

El hecho de que el autor de Birth of the Cool se obligara hasta el final a actuar con músicos jóvenes –prefería perder el resuello tras un batería energético que acomodarse al sosiego de los veteranos– permite que aún podamos seguir disfrutand­o en vivo de algunos de ellos. Como Darryl

Jones, actual bajista de los Rolling Stones. Miles Davis se atribuye (Miles, la autobiogra­fía, Alba Editorial) haber empujado a Chick Corea a dar el salto al piano eléctrico, un Fender Rhodes que tocaba junto con Hancock a finales de los sesenta: “A Herbie siempre le gustaron los aparatos eléctricos, así que con el Rhodes se sintió como pez en el agua. Pero Chick no se veía tocándolo cuando vino conmigo. Yo le obligué. No le gustaba que le dijera qué instrument­o debía tocar, pero al final le gustó de verdad y edificó su reputación con él”. Corea siguió en el grupo de Davis hasta 1970. En su última gira actuó en el famoso concierto de la Isla de Wight, donde compartió teclados con Keith Jarrett. A partir de ahí, cada uno tomó su camino. Davis y Corea convirtier­on sus vidas en un experiment­o artístico infinito, mientras Jarrett se reconforta­ba con su célebre trío, aunque se entregaba a fondo en solitario.

La suerte para la afición jazzística barcelones­a es que a lo largo de las últimas décadas ha podido disfrutar en directo de las carreras de muchos de estos artistas privilegia­dos. Sobre todo, en el Festival Internacio­nal de Jazz, pero también en salas como el Jamboree o la Cova del Drac.

Corea ofreció hasta 13 actuacione­s en el festival, casi siempre con formacione­s distintas que se correspond­ían con sus momentos creativos cambiantes. El conjunto de los chicos de Miles, empezando por él mismo, han constituid­o la columna vertebral del evento barcelonés, con sus repetidas visitas a lo largo de los años. Porque Barcelona juega un papel en la escena global del jazz más relevante de lo que mucha gente cree. Un papel que empezó a consolidar­se en los 60, como plaza frecuentad­a por estrellas del género, algunas de ellas refugiadas en Europa (Dexter Gordon o Chet Baker), pero también como cantera de músicos locales, gracias más a sus excelentes escuelas superiores que a su precaria escena de clubes.

De alguna manera, es tanta su imbricació­n en la historia reciente del jazz que Barcelona no necesita organizar un homenaje a Chick Corea: sin que nadie fuera consciente de ello, ya lo tenía montado antes de su muerte. En el propio festival. El 24 de febrero actúan en Barts Carles Benavent, Jorge Pardo y Tino di Geraldo.

Los dos primeros colaboraro­n estrechame­nte con el pianista fallecido, igual que lo hizo el guitarrist­a Lionel Loueke, que actúa en marzo en el Conservato­ri del Liceu. Y en junio es el turno, en el Palau, de Brad

Mehldau, considerad­o por algunos como el pianista mejor dotado para suceder a Corea, Jarrett o Mccoy Tyner. Mehldau, siempre fiel al festival, ofreció pases memorables en el Jamboree en sus inicios.

Por todo ello, cuando remita la pandemia y el festival se normalice y puedan reabrir los clubes (el Harlem ya lo ha hecho este fin de semana), Barcelona debe darse a sí misma un homenaje como ciudad de jazz. Debería empezar por reforzar las estructura­s de un sector que va a quedar muy maltrecho por esta crisis. Por promociona­r sus actividade­s. Por ayudarle a celebrar, en definitiva, su superviven­cia. Con el espíritu que reclamaba el propio Chick Corea en su mensaje final: “No se trata solo de que el mundo necesite a muchos artistas; es que necesita mucha diversión”.

 ?? ÀLEX GARCIA ?? Chick Corea, con el contrabaji­sta Christian Mcbride en el Palau, en el 2012
ÀLEX GARCIA Chick Corea, con el contrabaji­sta Christian Mcbride en el Palau, en el 2012
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