La Vanguardia

Añoranza de Defensa Navarro

- Carlos Zanón

El otro día salí del hospital. Estaba muy débil y me senté en un banco. Miré a un lado y a otro de la calle y me sentí desprotegi­do y solo. Sentí qué podían sorprender­me en cualquier ataque y hacerme trizas. Y de repente, como suele pasarme en esas circunstan­cias, añoré a Defensa Navarro.

Navarro era mi amigo del cole. Su lealtad era tan parte de su fortaleza como de su debilidad. Siempre a mi lado, su metro ochenta y sus demasiados kilos, sus ganas de agradar, su bondad e ingenuidad, su sentimient­o infantil y, al mismo tiempo, épico de la vida me hizo ser su amigo. Pero no fue justa nuestra relación: yo le quería pero él me adoraba. Tanto que se apuntó al equipo de barriada en el que yo jugaba. Defensa Navarro no era Gerard Piqué, entendámon­os ya desde buen principio. De hecho, ni le gustaba el fútbol. Le gustaba el Barça y era mi amigo. Principio y fin de la cuestión. Su momento álgido eran los córners. Él no sabía marcar al hombre (y cuando lo hacía, cometía penalti) y si se colocaba por el área estorbaba al portero, así que yo le recolocaba en el primer palo de la portería y le decía cosas como que mandara a la defensa, que les gritara para que no bajáramos la tensión. Recuerdo estar a la espera de un córner, encontrarn­os las miradas y tener la sensación de que más que ganar el partido, él solo quería no decepciona­rme. Entonces, despejábam­os como podíamos y a Defensa Navarro le cogían los cinco minutos que cogían a nuestras madres cuando querían quedarse solas y locas y nos mandaban a todos a la calle.

En algún momento, debió darse cuenta que un defensa alto tenía prestacion­es que desarrolla­r en el otro área. Y en los últimos instantes de un partido que empatábamo­s, Defensa Navarro se fue para allá. El suelo estaba embarrado, se botó un córner y yo me resbalé y caí de culo y desde esa posición, vi la cabeza de Defensa Navarro emergiendo por encima de las del resto. El balón iba hacia él pero solo se iba a dejar dar. Le grité para que diera alguna dirección al balón. Él me vio sí, en el suelo y entendió tángana –Defensa Navarro también era ideal en tánganas–. Por lo que quiso desembaraz­arse de los que tenía alrededor y acudir a mi lado con la buena fortuna que agitó su cuello de toro como si fuera una veleta a la que un cambio de viento le sorprende no una sino dos veces en cinco segundos, y la pelota le impactó en la testa para clavarse en la portería. Fue la tarde de Defensa Navarro. Fue tu momento, amigo mío. Hoy te necesitaba para defender ese córner. He hecho lo que he podido sin ti.

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