La Vanguardia

“¡Es la economía, imbécil!”

Pese a la crisis, que agrava las secuelas de la Gran Recesión y la conmoción derivada del choque del 1- O, la economía ha sido la gran olvidada de la campaña.

- Manel Pérez

La campaña electoral catalana ha pasado de puntillas por la economía. Todos los candidatos han coincidido en compadecer­se de los sectores más afectados por las restriccio­nes derivadas de la pandemia, especialme­nte de la restauraci­ón, y en proclamar su compromiso para ayudarles más que el gobierno competente, el central o el de la Generalita­t. Pero poco más. Una condolenci­a ritual.

La economía catalana lleva más de una década sometida a shocks de alta intensidad. Primero fue la Gran Recesión, que comenzó hace ya doce años. De ella se derivaron ajustes presupuest­arios, cierres de empresas, frenesí de desempleo y crisis social. Casi sin solución de continuida­d, llegó la crisis política, con la cadena de dudas sobre las inversione­s y la protesta empresaria­l con el anuncio del traslado de sedes. Y poco más de tres años después, la pandemia y el bloqueo económico, la parálisis del turismo y la dependenci­a de las ayudas públicas para evitar el colapso social.

Pese a las enormes diferencia­s entre la implosión financiera del 2008 y la vigente parálisis económica, en gran medida por sus orígenes divergente­s, sería temerario no advertir el enorme reto que supone para las sociedades afectadas. Los gobiernos comenzaron restando trascenden­cia económica a la pandemia, por su carácter “temporal”. Pero todas las crisis lo son. No hay mal que cien años dure, dice el refrán. Lo trascenden­te es el cambio social que provoca. Y en la economía no será menor. En la dinámica empresaria­l, en las relaciones laborales y en el papel, cada vez mayor, del Estado en la economía. Por eso causa aún más extrañeza que los candidatos hayan optado por obviar este problemáti­co desafío. Igual es que, en una especie de división del trabajo, hayan considerad­o que estos asuntos graves deben quedar para otras instancias políticas.

Costará encontrar en los programas electorale­s un diagnóstic­o preciso sobre el estado de la economía, acompañado de propuestas para salir del marasmo, más allá de generalida­des sobre digitaliza­ción, circularid­ad y ecologismo. Los fondos europeos como cataplasma para todo.

El Gobierno de Pedro Sánchez, tras casi un año de negativas, ha accedido al fin a aportar nuevas ayudas directas, incluso en forma de condonació­n de deudas y ayudas directas, a las empresas y sectores más amenazados por la total inactivida­d. Casi un año después que los vecinos. Ha sido más fácil escuchar a los candidatos lanzarse los trastos a la cabeza por lo ocurrido con el dinero público en el 2010 que ahora, en plena pandemia.

Nadia Calviño, vicepresid­enta tercera y ministra de Economía, ha reconocido estos días que la economía no anda tan bien como pronostica­ba y ha admitido aplicar esquemas que el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, reclamaba ya en junio del año pasado. Del ya hemos hecho más que suficiente, al debemos hacer más porque si no el barco se hunde. La hemeroteca es un juez implacable en momentos de crisis económica grave, como la que actualment­e se vive.

El Ejecutivo anda explicando que negocia la viabilidad de esas ayudas con Bruselas, cuando el resto de Europa lleva meses aplicándol­as sin prestar tanta atención a las formas. Esperemos que sean capaces de ponerlas en marcha antes de que en Berlín dicten que ya se ha vuelto a la normalidad y no son necesarias.

Ahora, el debate clave para miles de empresas y cientos de miles de trabajador­es es el volumen dinerario de ese paquete de ayudas e incentivos a sectores y empleos que son muy sustancial­es en el aparato productivo español. El ministerio de Economía, el Banco de España, la banca y consultora­s privadas están estos días, justamente, calibrando el gasto necesario para evitar una destrucció­n masiva de tejido empresaria­l. Desde el Gobierno se ha hablado de 20.000 millones de euros, en una primera aproximaci­ón. Las organizaci­ones empresaria­les, como Foment, han llegado hasta los 50.000. Veremos hasta donde se estiran.

Pero será un rastreo en vano localizar en los debates electorale­s catalanes referencia alguna a este asunto. Los candidatos han pugnado sobre ideas abstractas o se han reprochado actuacione­s pasadas, con más o menos rigor, sin prestar demasiada atención a las exigencias del presente. ¿Qué piensan los candidatos sobre ese plan?

La economía está en serio peligro, la catalana especialme­nte, y la campaña no parece haberle prestado mucha atención. Una tendencia que amenaza con prolongars­e también, una vez se hayan recontado los votos.

El gran reto inmediato de la política es ahora conjugar la salida de la pandemia, la aplicación generaliza­da de las vacunas a la población en condicione­s de seguridad durante los próximos meses, con una recuperaci­ón sostenida de la actividad económica, taponando la amenaza de un súbito aumento de la desigualda­d social. Especialme­nte del paro, el mal endémico, tanto catalán como español. Como nos recuerda la crisis política estadounid­ense, cerrar los ojos ante los problemas obvios del día a día ciudadano es el mejor caldo de cultivo del populismo. En Washington y en Barcelona.

Recordando la primera campaña electoral de Bill Clinton a la presidenci­a de EE.UU., en 1993, “es la economía, imbécil”. En Catalunya sigue sin saberse qué modelo económico concreto defienden los candidatos a la presidenci­a de la Generalita­t.

Entre las promesas siempre incumplida­s de los gobiernos de turno de Madrid, más inversione­s cuando hay elecciones y la tierra prometida del independen­tismo, en el futuro todos ricos, no hay manera de saber qué políticas aplicará el próximo Govern desde el Palau de la Generalita­t.

Ha sido más fácil escuchar cruces de reproches sobre el pasado que propuestas concretas de futuro

Cerrar los ojos a los problemas económicos y de desigualda­d del presente es el caldo de cultivo del populismo

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QUIQUE GARCÍA / EFE Imagen del Parlament de Catalunya
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