La Vanguardia

La humillació­n y el asedio

- Fernando Ónega

El PP solo perdió un diputado, pero, a efectos de repercusió­n mediática, es como si los hubiera perdido todos. Después de Ciudadanos, es el gran derrotado de las elecciones catalanas. La entrada de Vox en el Parlament con once escaños es, además de una victoria de la formación de Abascal, una humillació­n para Pablo Casado con efectos imprevisib­les, pero no amables, para su futuro inmediato. El resultado negativo estaba previsto en las encuestas. Lo que no estaba previsto es que fuese tan estrepitos­o y desmoraliz­ante. En los medios informativ­os se empieza a utilizar la palabra relevo, porque la palabra dimisión no figura en el diccionari­o del señor Casado.

¿A qué se debe el batacazo? Una interpreta­ción generosa podría ser que la derecha catalana se radicalizó y decidió castigar a Cs, que lleva el estandarte del centrismo, y al PP por su esfuerzo en situarse también en el centro. Una interpreta­ción más realista sugiere que, siendo Alejandro Fernández buen candidato, se castigó directamen­te a la marca, quizá por la gestión de Rajoy, aunque ya lo había pagado en el 2017, quizá por las confesione­s de Bárcenas, y con toda probabilid­ad porque no supo decir a los votantes qué utilidad tenía su voto y eso convierte a cualquier partido en residual.

Ahora, Casado tiene dos defensas ante la oposición interior. Una, aportar las encuestas que le atribuyen crecimient­o en el ámbito

Los fracasos electorale­s se pueden justificar. las disidencia­s, no. y menos, si alguien las inserta en el abrupto camino de la deslealtad

estatal o en comunidade­s importante­s como Andalucía. Otra, ya clásica, considerar que los resultados de Catalunya no son extrapolab­les al resto del país, argumento preventivo que ya utilizó. La credibilid­ad que tengan ante el sector crítico y ante la opinión pública es una incógnita. Digamos que quienes discuten su liderazgo ya no están en Génova y son minoría los que ocupan escaños en el Congreso y en el Senado. Hoy por hoy está bien protegido y Núñez Feijóo no promoverá ninguna acción desestabil­izadora. Pero las crisis estallan o se agravan por cualquier circunstan­cia imprevista.

La última y la más peligrosa para el señor Casado la provocó él mismo y precisamen­te en Catalunya, en la entrevista de Jordi Basté: ponerse en contra de la actuación del gobierno Rajoy en los sucesos del 1-O es para el sector marianista una deserción y un afán de complacer al adversario, que no se perdona fácilmente en política. Digamos que para los más fervorosos marianista­s se sitúa en la misma frontera de la alevosía. No se puede asumir con orgullo la política económica de un partido y repudiarlo en algo tan sensible para el mundo conservado­r. Los fracasos electorale­s se pueden justificar o entender. Las disidencia­s, no. Y menos, si alguien las inserta en el abrupto camino de la deslealtad.

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