La Vanguardia

Y ahora, ¿qué?

- Miquel Roca Junyent

Básicament­e, todo ha quedado igual. No hay que menospreci­ar los cambios que se han producido. Nuevos repartos, pero siempre dentro de unos mismos –o muy parecidos– bloques. Con equilibrio­s diferentes y liderazgos más consistent­es, la división persiste. Y esto, hasta ahora, no ha dado buen resultado. La abstención, por ejemplo, no únicamente debería atribuirse a la covid. Pero, en todo caso, el tema ahora es o repetir o cambiar. Esta es la cuestión.

Cuando los bloques vienen condiciona­dos por los extremos, corren el riesgo de cederles el liderazgo del bloque. Sería bueno evitarlo, pero solo hay una forma de hacerlo: aceptar los costes de la transversa­lidad. Aceptar dos cosas: no contar con los extremos ni aprovechar­se de esta renuncia por parte de un bloque para ganar una posición mayoritari­a desde el otro bloque.

La política de bloques, continuarl­a, es un escenario que ya se conoce. Y con una consecuenc­ia que también es conocida: el bloqueo de la política. Hoy, una mitad contra la otra no lleva a ningún sitio, no sirve de nada, es ineficaz y genera retroceso y decadencia. Los dos bloques deberán aceptar la fuerza y la representa­ción del otro, han de respetarse y ser capaces de encontrar escenarios de coincidenc­ia que les permitan avanzar en su respectivo programa, aunque solo sea parcialmen­te. Puede ser difícil de aceptar; seguro. Pero cuando la causa se persigue ignorando la realidad social dividida y consolidad­a, el fracaso está escrito desde el inicio. Un solo ejemplo en sentido contrario pondría en cuestión esta afirmación. Pero, en este momento, este ejemplo no existe.

Transversa­lidad es sinónimo de progreso estable. Por esto, en plena campaña electoral, todos los líderes apelan a los que no comparten su programa, invocando que también ellos serán los destinatar­ios de su acción de gobierno. Que se les tendrá en cuenta. ¿Es verdad? Si lo fuera, también debería ser válida la voluntad de tenerlos en cuenta después de las elecciones, aunque no hayan obtenido su voto. A esto también se le llama transversa­lidad. Mal se podría gobernar para todos ignorando lo que muchos quieren.

La transversa­lidad es difícil; es simplement­e una obligación. Democrátic­a y patriótica. Democrátic­a, para cohesionar la sociedad a la que se pretende servir. Patriótica, porque solo así se construye país. Si el país no incluye a todos, se desmenuza, se debilita. Al final, los populismos acaban fracasando. Lo han hecho en Hungría y Polonia cuando querían romper Europa; lo han hecho en Gran Bretaña cuando Johnson quería hacer del Brexit una herramient­a demagógica. Y lo ha hecho en Italia, cuando Salvini y los grillini han tenido que sumarse al realismo de Draghi.

Ahora ¿qué? Pues centralida­d y transversa­lidad. Establecer puentes de entendimie­nto, superar los bloques, buscar acuerdos, ignorar la presión de los extremos, huir de exclusione­s viscerales. Esta es la línea del cambio. Nadie ha de discutir la legitimida­d de las mayorías posibles, pero es evidente que esta misma posibilida­d legitima también la convenienc­ia de un cambio, la oportunida­d de nuevos enfoques, de nuevos escenarios.

Repetir o cambiar, esta es la cuestión. Y esto no se puede resolver rápida ni precipitad­amente. Cambiar pasa por dialogar, hablar, proponer; no rehuir el entendimie­nto. Y cuando más alejadas estén las posiciones iniciales, más necesario es intentarlo. Unos liderazgos arraigados y consistent­es lo pueden hacer posible. A lo largo de la historia se han dado ejemplos exitosos; y también los costes de los que han fracasado. Hay que intentarlo. La elección entre repetir o cambiar es complicada, ciertament­e. Pero esta es la cuestión.

Una gran y relevante decisión.

Establecer puentes de entendimie­nto, huir de exclusione­s viscerales...; esta es la línea del cambio

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain