La Vanguardia

No os lo creéis ni vosotros

- Núria Escur

Miro fijamente la alcantaril­la que está a mis pies y leo el rótulo: “Aquí empieza el mar”. Sigo calle abajo, delante de la Sagrada Família una silla de ruedas baila sola. Da giros sobre sí misma, cabriolas, se levanta como un potro y vuelve a la calma. Hasta que un hilo intangible la llama y regresa con su dueño. Es un hombre joven sin piernas. Bueno, no exactament­e, sus piernas terminan con sus rodillas. Lleva una camiseta imperio (estará congelándo­se, pienso) y entonces… se pone a bailar, desabrido y hermoso.

Lo insólito nos puede pillar cualquier día en cualquier calle. Pero mi memoria rural me dice que ya había visto algo semejante antes. Unos amigos me lo recuerdan: Vador. Vador era un pastor del Pirineo capaz de hacer bailar doscientas ovejas a golpe de silbido. Con apenas dos órdenes subían, giraban o volvían a casa.

Las conocía a todas, por su nombre, su peso y sus ojos, cuyas pupilas, aseguraba, eran rectangula­res. Nosotros éramos incapaces de distinguir­las. Veíamos a todas las ovejas exactament­e iguales, pero Vador sabía que no lo eran. Me acordé de él el domingo, metiendo la papeleta en la urna, una más en el magma del rebaño.

Como ellas, somos rumiantes. Cual poligástri­co, cada vez que votamos tenemos mucho estómago. Volvemos a masticar el alimento electoral después de haberlo tragado. La náusea.

El mar desde la alcantaril­la, una silla que baila, la coreografí­a de un rebaño que votó. Que Dios reparta suerte, ¿verdad, Vador? Porque no hay ninguna oveja igual a otra. Tú decías que ellas siempre iban juntas porque la naturaleza no las había dotado con suficiente­s defensas individual­es contra los depredador­es. Pues eso, como nosotros, el rebaño electoral.

Ocurren cosas que no creemos porque nuestra civilizaci­ón nos ha hecho miopes.

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