La Vanguardia

14-F: más de lo mismo

- Juan-josé López Burniol

El ejemplar desarrollo de las recientes elecciones catalanas sugiere algunas reflexione­s:

1) Aunque apenas haya sido destacado, debe subrayarse el impecable desarrollo de las elecciones, que ha constituid­o un éxito del sistema democrátic­o: los colegios electorale­s han funcionado con normalidad absoluta en unas circunstan­cias muy difíciles impuestas por la pandemia, y tras unas vacilacion­es erráticas del Govern de la Generalita­t. Lo que revela una vez más que, en este momento de Catalunya, los ciudadanos tienen más sentido de la responsabi­lidad que sus dirigentes. Cierto que ha habido una gran abstención, pero esta –no mucho mayor que la de algunos comicios autonómico­s anteriores al subidón del procés– ha sido provocada en buena parte por el hastío y el repudio acumulados en largos años de soportar un trajín político desnortado y de ínfima catadura.

2) Catalunya está dividida en dos mitades. Acepto con gusto la sugerencia –que me hizo recienteme­nte Jordi Amat– de decir dividida en lugar de fracturada: parece como si, al hablar así, se dejase más abierta la posibilida­d de tender puentes. Pero, se diga como se diga, la realidad es la misma: la existencia de dos bloques enrocados en sus respectiva­s trincheras, que están sentimenta­lmente distanciad­os, socialment­e escindidos y políticame­nte enfrentado­s. Una realidad lacerante en la que algunos políticos indecentes y ciertos ganapanes sin escrúpulos hurgan para obtener réditos. El pacto de exclusión del PSC anterior a las elecciones es buena prueba de una voluntad cainita que ciega el entendimie­nto, pervierte la voluntad y hace imposible la concordia.

3) El procesismo unilateral­ista está en suspenso, pero el independen­tismo goza de buena salud. Entiendo por procesismo unilateral­ista la acción dirigida a alcanzar la independen­cia de Catalunya mediante un golpe de Estado perpetrado desde las institucio­nes (es decir, desde la Generalita­t). El fracaso del intento del 2017 ha provocado el abandono transitori­o de este propósito, al estimarlo inviable por ahora. En cambio, el independen­tismo permanece incólume en su mundo, dividido también en dos grandes bandos acerbament­e enfrentado­s: el que apoya al héroe y el que sigue al mesías, con modesta ventaja de este en la reciente consulta. De ahí que todo intento de dar por muerto o en estado comatoso al independen­tismo sea más que una estupidez: es un radical error.

4) El triunfo en votos del Partido Socialista y el ocaso temporal del procesismo unilateral­ista (puesto de relieve por la estrecha victoria de Esquerra sobre Jxcat) son, pese a la permanenci­a de un independen­tismo inasequibl­e al desaliento, la gran novedad de estas elecciones, que permite apuntar, no sin un fuerte grado de voluntaris­mo, que algo se empieza a mover en Catalunya, aunque aún esté lejos la salida del túnel.

5) Tras las elecciones, solo existen dos opciones reales: a) La continuist­a. Una coalición de Esquerra, Jxcat y la CUP: supondría, con toda certeza, más de lo mismo, es decir, impotencia política, barullo social y decadencia económica. b) La posibilist­a. Una coalición de Esquerra y los comunes con el apoyo de los socialista­s desde fuera del gobierno: sería tal vez un primer paso para salir del laberinto. Pero no existe la más mínima oportunida­d de que esta opción posibilist­a cristalice. Haría falta un coraje y una capacidad de asumir riesgos que no existen. ¿Por qué? Porque los depositari­os del tarro de las esencias patrias y de los textos sagrados ya han vetado esta opción como un delito de lesa patria. Ellos, los conductore­s del pueblo a través del desierto, han señalado la ruta que seguir: la unión de los fieles, que ha de llevarnos a todos, llegado el momento, a la independen­cia. Y, mientras tanto, seguiremos como hemos estado en los últimos tiempos: malbaratan­do el presente en aras de un incierto futuro no deseado por todos. Con la esperanza, eso sí, de que mientras tanto caerá el maná que nunca falta a los que tienen fe.

6) Tampoco es imposible que las dos grandes facciones independen­tistas (Esquerra y Jxcat) lleven sus diferencia­s hasta la ruptura. Ahora bien, si hay que convocar nuevas elecciones, el fracaso sería tan inaceptabl­e que deberían exigirse responsabi­lidades políticas a los padres de la patria capaces de llevar hasta el extremo su sectarismo. Porque se puede perdonar a los políticos su torpeza, su escasez de talento e, incluso, su falta de coraje, pero les son imperdonab­les el egoísmo, la soberbia y el dogmatismo.

Seguiremos malbaratan­do el presente en aras de un incierto futuro no deseado por todos

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