La Vanguardia

La ley de Goodhart

- David Carabén

En 1975, el economista Charles Goodhart escribió un artículo que más adelante citarían a menudo a los críticos de la política monetaria del gobierno Thatcher, demasiados centrada en satisfacer indicadore­s macroeconó­micos, en vez de resolver desajustes reales. Unos años más tarde, la antropólog­a Marilyn Strathern, ensanchó la aplicación de la tesis principal del artículo y la sintetizó de manera brillante en lo que hoy día se conoce como la Ley de Goodhart: “Cuando un indicador se convierte en el objetivo, deja de ser un buen indicador”.

Os seré franco. Por mucho que trate de hacer el bobo delante de otros escaparate­s, o que me deje seducir por nuevos entusiasmo­s, mi manía principal siempre vuelve a aparecer meneando la cola, como si me quisiera recordar que ya es hora de salir de paseo... Cuando el otro día oí hablar por primera vez de la Ley de Goodhart, pensé en la situación actual del Barça.

Fijarse solo en los resultados es un error. Fijarse demasiado, también. Entre otras razones, porque tanto los ganadores como los perdedores comparten el objetivo de obtener buenos resultados. No es pues eso, lo que separa a unos de los otros. Por narices, los ganadores se han impuesto antes otros objetivos y se rigen por indicadore­s mucho más útiles que el resultado.

El Barça de Koeman, un equipo en construcci­ón, que apenas empezaba a tener fe en las propias capacidade­s, de remontar marcadores adversos en la Liga, de sumar victorias y ser fiable, al menos contra rivales humildes, se ha cruzado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, sino cuando tocaba, con dos equipos sólidos, robustos, bien trabajados, y ambiciosos: el Sevilla, en la Copa, y el París Saint Germain, en la Liga

Ganadores y perdedores tienen el objetivo de obtener buenos resultados. No es pues eso, lo que separa a unos de otros

de Campeones. Tocaba ahora mismo darse cuenta de que todavía se tiene que mejorar mucho. De las dos derrotas, quizá la europea ha hecho más daño, por la animadvers­ión natural de los culés hacia la arrogancia bling-bling del PSG; porque nos despertó sin miramiento­s de la absurda ilusión de que, a base de sumar fragilidad­es, había la posibilida­d de generar alguna consistenc­ia; y claro, por el eco atronador de las grandes debacles europeas, que resonó demasiado pronto, y demasiado fuerte, sobre todo en la cabeza de los jugadores veteranos, como si se tratara de una condena divina...

En el ambiente, había un temor excesivo ante las carencias de la defensa, como si el envidiable palmarés del Barça se hubiera basado jamás en defensas infranquea­bles. Este equipo crecerá cuando recupere la confianza en las posibilida­des de golpear en la portería contraria, que apenas empezaba a mostrar; cuando se empiece a creer sus amenazas en lugar de temer sus flaquezas. ¿La primera oportunida­d? Mañana, mientras comemos, contra el Cádiz.

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