Un agitador de familia bien
Pau Rivadulla Duró, Hasél, ha cavado solo su camino tras una plácida infancia en un hogar acomodado de Lleida
Pau Rivadulla Duró, 33 años y vecino de Lleida. Es Pablo Hasél, el rapero ahora famoso como nunca y cuyo encarcelamiento por delitos de enaltecimiento al terrorismo e injurias a la Corona –a lo que hay que sumar otras condenas por lesiones y amenazas– ha encendido la chispa de los incendios y algaradas violentas que asolan media España.
Pero ¿quién es realmente Hasél? ¿Cómo ha podido provocar alguien apenas conocido más allá de su entorno esta tensa situación? ¿Por qué sus seguidores son tan jóvenes? Son solo algunas de las preguntas que muchos se plantean ahora –con independencia de si lo critican o apoyan– vista la magnitud de las protestas. Y no tienen fácil respuesta.
En estos casos lo aconsejable es ir al principio. Pau Rivadulla es hijo de una familia acomodada de Lleida. Su padre, Nacho Rivadulla, trabajó durante años como profesor de matemáticas en el IES Gili y Gaya antes de embarcarse en diferentes negocios (la mayoría vinculados con la agricultura) y formar parte, junto con Tatxo Benet, de una truncada aventura con la Unió Esportiva Lleida. Ambos, consejeros del club, fueron absueltos tras acusarles de la quiebra de esa sociedad.
Su madre, Paloma Duró, es hija de un reputado abogado de Lleida. De pequeño era muy normal ver a Paloma (con la que Pau seguiría manteniendo una buena relación) con su hijo en las instalaciones del selecto club Tenis Lleida. Ese Hasél niño estudió en el Claver, centro privado jesuita por el que han pasado también los hijos de las faaños milias más acomodadas de Ponent.
Y ahí se pierde la pista académica de Pau, que no acabó ni el bachillerato. Jamás ha pisado como alumno la universidad, aunque la UDL sea, paradójicamente, el escenario de algunas de sus acciones más sonadas (la agresión a un par de periodistas que hacían su trabajo ) y también el recinto en el que se encerró la pasada semana, mientras pedía a gritos que fueran a detenerle o “secuestrarle”, como repetía.
El Pau niño tenía ya, recuerdan personas que compartieron con él y su familia muchas tardes en el Tenis Lleida, una mirada inquietante. “Amenazante”, dicen aquellos que han tenido algún encontronazo con el rapero. Apenas parpadea. Y otra percepción en la que coinciden quienes lo han tenido muy cerca: “roza el narcisismo”. Se quiere y le gusta mostrarse en las redes con su perro, en la playa o con una joven a la que nunca se ve la cara. Ahí ha publicado muchas fotos de su infancia, que por lo que se ve en esas imágenes fue muy tranquila y feliz.
¿Cuándo pasó Pau ha convertirse en Hasél? No queda claro, pero tal y como cuenta él en una entrevista publicada en el 2018 en Revista R@mbla, a los 14 años se saltaba ya las clases para irse a una plaza a escribir poemas y letras de canciones. Dice ser un autodidacta y no queda claro quien le inculcó las ideas que defiende. En su familia, como en la mayoría, hay un poco de todo. Un abuelo paterno franquista que daba caza a los maquis en el Pirineo, una tía militante de Iniciativa per Catalunya, parientes muy cercanos de derechas... Es lo que ha mamado en casa. “Tiene una autoestima muy alta, él está por encima del bien y el mal. Atiende solo a los que respetan sus ideas. Se cree en poder de la verdad absoluta”, dicen los que le conocen. En la cárcel mantiene esa actitud altiva; allí se ha presentado como “un preso político”.
Hasél siempre está en modo lucha. Se ha dejado ver en los últimos por Lleida en todo tipo de manifestaciones. Si hay protesta, él está ahí. Y aplica, sería un punto a su favor, la premisa del “yo me lo guiso, yo me lo como”. Pau va por libre (se presenta como comunista y antifascista) y la experiencia acumulada a sus 33 años en la movilización –ya no cree ni en Podemos, decía tiempo atrás, y su receta es la acción directa– le convierte en un “héroe” para la gente más joven, muchos precoces adolescentes. En esa entrevista del 2018 ya presagiaba que si lo encarcelaban el altavoz de su causa se amplificaría y que la “revolución” en las calles la encabezarían los más jóvenes. Ha acertado.
A Hasél no le agrada que le lleven la contraria. Algo que no deja de chocar con lo que tanto predica: la defensa de la libertad de expresión. La Audiencia de Lleida ha confirmado esta semana una sentencia de más de dos años de cárcel contra Rivadulla por amenazar de muerte a un testigo que declaró en contra de uno de sus amigos implicado en un altercado con la Urbana. Y pesa sobre el rapero otra sentencia por agredir a un periodista de TV3, que cubría una protesta de Hasél y sus seguidores porque la UDL había contratado a una profesora del PP.
Àlex Oró, el periodista agredido por Hasél en la UDL, deja claro que él no quiere ver a ninguna persona en la cárcel por cantar. “¡Claro que defiendo la libertad de expresión¡ –exclama Oró– pero mi deber moral, si te pegan por hacer tu trabajo, era denunciar esa agresión”.
Pau Rivadulla estaba condenado a acabar en la cárcel, al margen de sus canciones. Algunos creen que buscó la puerta de esa prisión para hacer más ruido. En esa hoja de antecedentes, eso lo saben muy bien los vecinos de Lleida, hay delitos que nada tienen que ver con atropellos a la libertad de expresión. Que hay que cambiar el Código Penal –“para que ningún otro cantante acabe entre rejas”, como dice Oró– es un tema que muy pocos discuten ya a estas alturas. Pero eso no borra la cuenta pendiente con la justicia de Hasél –sin un ápice de arrepentimiento– con condenas desde el 2011, algunas por graves amenazas de muerte que han quitado el sueño a sus destinatarios. Y eso, se haga cantando, de viva voz o por carta, es un delito que nadie cuestiona, por ahora, en el Código Penal.
EN LUCHA PERMANENTE
El rapero, que en la cárcel dice ser un preso político, acude siempre allí donde hay protesta
LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y MÁS
Los antecedentes del joven van más allá de sus canciones; también hay amenazas y lesiones