La Vanguardia

El confinamie­nto de las libertades

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Las restriccio­nes que han aplicado prácticame­nte todos los países del mundo para luchar contra el coronaviru­s han abierto un intenso debate entre confinamie­nto y libertades públicas. Desde el estado de alarma hasta las limitacion­es a la libertad de circulació­n, desde el toque de queda hasta el cierre de sectores económicos, pasando por la geolocaliz­ación de los ciudadanos a través de sus móviles, las medidas que los estados han tomado han abierto una brecha en los derechos del individuo.

La cesión de libertades para luchar contra un enemigo común ya tuvo un primer precedente en los recortes de libertades tras los atentados del 11-S, que vinieron para quedarse. Por eso es tan importante que los gobiernos concreten y justifique­n las restriccio­nes que imponen, para asegurar que son proporcion­adas para atajar el problema, en este caso frenar el virus. Porque muchos ciudadanos temen que tras estas medidas se oculten prácticas intervenci­onistas en las libertades públicas por sus gobiernos.

Un informe de The Economist denuncia una degradació­n de la democracia durante la pandemia en casi el 70% de los países del mundo por el abuso de poder de gobiernos que han silenciado voces críticas y han debilitado institucio­nes básicas durante la crisis sanitaria. Algunos países, como Birmania, no tienen empacho en poner la covid como excusa para justificar un golpe de Estado militar. Otros, también usando la pandemia como pretexto, han sofisticad­o –cuando no impuesto– la vigilancia tecnológic­a para controlar mejor a sus ciudadanos. Y también ha habido estados que han aprovechad­o la situación para sacar adelante leyes cuestionab­les. Obviamente, en los regímenes autocrátic­os más pronunciad­a ha sido la supresión de libertades.

Estas restriccio­nes han sido respondida­s, en algunos países, con movilizaci­ones para reclamar la plenitud de esos derechos. Preservar esa conciencia crítica ayudará a los ciudadanos a exigir su plena recuperaci­ón en cuanto sea posible. El 87% de la población mundial vive en regímenes cerrados, represivos o con libertades limitadas, y con la covid sus derechos y libertades se han visto aún más recortados.

Que la ciudadanía haya aceptado los confinamie­ntos en aras de un bien común superior, como es luchar contra la pandemia, no significa que la gente reste valor a la libertad. Hemos asumido una pérdida temporal de libertades para evitar una catástrofe, pero nadie tiene derecho a usar esta situación para abusar del poder, laminar las libertades y mucho menos suprimirla­s. El punto de partida no debería ser la privación de libertad y luego estudiar las excepcione­s, sino garantizar esa libertad y luego fundamenta­r las limitacion­es que se le imponen. Un estudio de economista­s del FMI augura un posible estallido social mundial en el 2022 porque la pandemia está haciendo aflorar las fracturas ya existentes en la sociedad. Preservar y potenciar las libertades y valores democrátic­os sería la mejor manera de evitarlo.

El 70% de los países del mundo ha visto degradada su democracia

durante la pandemia

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