La Vanguardia

Apretad hasta ahogarnos

- Glòria Serra

La expresión la acuñó el entonces presidente de la Generalita­t, Quim Torra, en el primer aniversari­o del 1 de octubre: “A vosotros, amigos de los CDR, que apretéis y hacéis bien en apretar”. Se refería a los llamados Comités de Defensa de la República y, por esta invocación, se le hizo responsabl­e de los graves incidentes a raíz de las protestas por la dura sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes del proceso independen­tista. Fue una semana de manifestac­iones que acababan con incendios de contenedor­es, enfrentami­entos con la policía y que incluyó la ocupación del aeropuerto de El Prat. Centenares de detenidos, cerca de seisciento­s heridos entre manifestan­tes y policías, y centenares de miles de euros en daños.

Han sido, sin duda, los incidentes más graves que han rodeado cualquier tipo de manifestac­ión en Catalunya, pero no han sido los únicos. Cuando en el 2011 los manifestan­tes rodearon el Parlament de Catalunya para intentar evitar el pleno que debía proceder a recortes salvajes de los servicios públicos, el gobierno de la

Generalita­t los llevó a los tribunales. Algunos fueron condenados hasta a tres años de cárcel. La violencia contamina cualquier causa y las protestas esta semana por la condena y prisión para el rapero Pablo Hasél, el último de una larga lista de condenas y persecucio­nes por delitos de opinión, no es una excepción. Además, acostumbra a pasar siempre que los partidario­s de la protesta excusan o evitan condenar la violencia y los contrarios lo aprovechan para deslegitim­ar las manifestac­iones.

Esta dicotomía entre pedir que se apriete a los responsabl­es políticos o se condenen protestas violentas (que, por cierto, no es incompatib­le) ha llegado esta semana al paroxismo. En Catalunya, cuando Jxcat, con una década dirigiendo Interior, calificaba de “inaceptabl­e” la respuesta policial a la manifestac­ión y el conseller Miquel Sàmper pedía una revisión del modelo de orden público. En Madrid, el número dos de Podemos, partido también de gobierno, Pablo Echenique, animaba a los manifestan­tes mientras evitaba condenar la violencia.

Tras ambas posiciones, como es habitual, el cálculo político. El de Jxcat intentando entrar en el gobierno de ERC de la mano de la CUP. El de Podemos, marcando perfil ante el PSOE y evitando morir devorados por el hermano mayor. Con estos liderazgos, es casi imposible hacer un debate sensato sobre los delicados límites de la libertad de expresión, a pesar de su urgencia. Otra oportunida­d perdida.

Hoy es casi imposible un debate sensato sobre los delicados límites de la libertad de expresión

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