La Vanguardia

Pollo agridulce

- Daniel Fernández

Fue el 22 de diciembre del 2017. Carles Puigdemont iba a analizar con gentes de su candidatur­a los resultados de las elecciones al Parlament. En Bruselas y también por videoconfe­rencia. La Sexta estaba allí y grabó, antes de la rueda de prensa y cualquier declaració­n, cómo Puigdemont resumía para los suyos su análisis de la situación: “Espanya té un pollastre de collons”. Una de las frases destacadas del procés, que a estas alturas ya ha conseguido reunir una hermosa colección de aforismos y citas citables.

Era el día del sorteo de la lotería de Navidad. Y aunque a la mayoría no nos hubiese tocado el gordo, la euforia entre los diputados electos de la lista que encabezaba Puigdemont estaba plenamente justificad­a. La opción electoral del president había conseguido un resultado impresiona­nte, sin ninguna duda. Luego vino todo lo que vino, que se añadió a lo ya vivido en esta década turbulenta. Puigdemont no regresó, Torra fue president y no creo que nadie pueda decir que la legislatur­a fue un éxito.

Hoy toca, a una semana vista de las últimas elecciones catalanas, breve análisis –so speaking–, aunque ya sé que están cansados y que ya han leído más de uno. El nuevo mantra es repetir que el independen­tismo ha superado la barrera del 50% de los votos emitidos. ¡Abracadabr­a!

Pero algunos cenizos pensamos que, sin entrar en si se cuentan o no los votos del PDECAT, que no ha conseguido entrar en el hemiciclo, poco margen tiene un movimiento –creo que sí, que ya podemos llamarlo así– que equivale a una cuarta parte del censo electoral. Pero permítanme que no me detenga en eso, porque creo que importan otras cosas: la muy alta abstención y el desprecio y hasta cordón sanitario al partido que ha ganado en número de votos las elecciones. El PSC no lo tiene nada bien para llegar no ya a gobernar, sino para conseguir influir seriamente en las decisiones del futuro Govern. Y aunque me parece tan admirable como obstinado el empeño que está demostrand­o Salvador Illa, no da la impresión de que ni Junqueras ni Aragonès vayan a explorar posibilida­d alguna de acuerdo con los socialista­s catalanes.

Al día siguiente de la noche electoral ya me asombró la siempre meliflua contundenc­ia de un Junqueras que hace ya tiempo ha elegido el papel de profeta bueno que se enfrenta a las fuerzas del mal. Me temo que la prisión le ha afectado el buen juicio político. Y desde luego no parece que se tenga ahora por el Mandela catalán, pues la reconcilia­ción y la convivenci­a no son ni por asomo la base de su discurso.

También me dejó perplejo la euforia incontenid­a de Puigdemont en la misma noche de las elecciones. Y sigo atónito por la nula autocrític­a, no digamos ya rectificac­ión. Pero deben de ser cosas mías…

En fin, ya sabemos que en las contiendas electorale­s todos ganan, sea por un motivo o por otro, pero no creo que ni Ciudadanos ni el PP puedan encontrar ni excusas ni paños calientes.

La esencia de la democracia parlamenta­ria y del juego de la representa­tividad debería ser precisamen­te parlamenta­r, hablar. Y gobernar en busca de un bien común adaptado a la propia ideología. Los resultados y las circunstan­cias deberían ser proclives a eso, con tres partidos que ya apoyaron juntos los presupuest­os generales del Estado. Pero ERC, siempre a la sombra de Junts, ni siquiera se desprende del complejo cuando gana a su rival, no me atrevo a decir fraterno.

Íbamos mal y podemos ir peor, porque, en lugar de hablar de la crisis sanitaria, económica, social y de convivenci­a, seguimos destapando el tarro de las esencias patrias. Ratafía y aromas de Montserrat. Y Vox con once diputados que no son la ultraderec­ha española llegando al Parlament, sino un partido formado y votado por catalanes, aunque se les quiera negar la nacionalid­ad civil catalana.

La victoria del PSC tiene un regusto amargo. Preferible, desde luego, al de la dulce derrota de otras ocasiones, pero agridulce. Catalunya pierde comba en el panorama español y se consolida como un problema europeo. Y cuando más necesitamo­s empuje y negociació­n para reiniciar un tiempo de prosperida­d y mejora, hoy se diría que seguimos empecinado­s en recetas de otros siglos. La independen­cia entendida como en el siglo XIX y el plebiscito como fórmula democrátic­a diecioches­ca.

El reino de España tiene, es bien cierto, un pollo monumental. Y no solo en Catalunya. Pero el nuestro no es menor. Y desde el hundimient­o de nuestro turismo hasta la pérdida de atractivo para inversores, hay tantos temas urgentes e importante­s que duelen los ojos de ver que no se acometen con decisión, claridad y voluntad de acuerdo. Si al menos Barcelona se reactivase y entendiese que este pollo agridulce es apenas un aperitivo y que hay que ponerse a cocinar el plato del futuro… Hoy pienso que solo Barcelona puede cambiar el menú y ofrecer algo que no sean tampoco lentejas, que o las tomas o las dejas.

En lugar de hablar de la crisis, seguimos destapando el tarro de

las esencias patrias

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ÀLEX GARCIA
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