La Vanguardia

“Había miedo y mucha adrenalina; salimos a darlo todo”

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La semana pasada estaba destetando a un paciente del respirador después de un mes sedado. “Llevan una traqueosto­mía y cuando ya respiran solos les ponemos una cánula de plata más pequeña que se puede tapar y les permite comer y hablar. Nosotras les leemos los labios, pero le dije al paciente, venga quiero oírte. Y dice ‘Yo soy tu padre’, con la voz tenebrosa de Darth Vader. Nos hizo reír a todos. No puede aguantarse en pie, pero no sabes la vida que nos dio su humor”.

Cristina González es enfermera de intensivos en el hospital Clínic y una de las responsabl­es del primer caso de covid que se diagnostic­ó en Catalunya. En esa uci hay habitacion­es de especial aislamient­o y en febrero pasado se pensaba que bastaría con estas piezas del Clínic para hacerse cargo de lo que llegara.

“No sabíamos nada de este coronaviru­s y cada vez que entrábamos y salíamos lo tirábamos todo, hasta las gafas, nos tomábamos la temperatur­a, lo registrába­mos absolutame­nte todo. Pero en dos semanas hubo que cambiar radicalmen­te los protocolos. Los casos se empezaron a disparar, habilitaro­n más ucis y en medio de esa vorágine no te dabas cuenta de que la enfermedad estaba también fuera del hospital. De repente cerraron los colegios. ¿Qué hago con mi hija? La llevé con mis padres y no volví a tenerla conmigo hasta tres meses después. Muy duro. Nos veíamos en el portal”.

En pocos días las mascarilla­s se empezaron a esteriliza­r, las batas a lavar y si alguna se rompía, se usaba esparadrap­o. No llegaron a echar mano de las bolsas de basura, pero el escenario cambió radicalmen­te.

“Había mucho miedo a la enfermedad, corríamos detrás de ella”, recuerda. “Pero también mucha adrenalina. Salimos a darlo todo. Teníamos el convencimi­ento de que nos tocaba actuar: la sociedad nos necesita. Había miedo y a la vez mucho ánimo y emoción. Y nos cuidamos mucho unos a otros. Todos estábamos cansados, irascibles, así que nos mimamos y eso nos ayudó. Nos dio fuerzas. Y te emocionaba­s cuando te aplau

dían. Creo que por primera vez la sociedad ha sabido qué hacíamos las enfermeras, qué se hace en una uci. Me alegro que hayáis entrado. Así la gente sabrá por qué debe apoyarnos cuando nos recortan”.

Lo más difícil de este año ha sido, por encima de todo lo demás, “no poder ver a la familia del enfermo cuando tienes que explicarle que le tienes que intubar. Ves el miedo que tiene y cómo se despide por teléfono. No puede ser que una persona tan grave llegue a morir sola. Nunca nos había pasado, la mayoría tenía alguien que le acompañara al final. Y ahora no podían. Tenían que morir solos, con nosotros. No sabes el desgaste emocional que es eso”.

Las gafas se clavan y dejan la marca durante horas. El verano fue una tregua a medias, no llegaron a desconecta­rse. Y llegó la segunda ola, todos mejor preparados, sabiendo mucho más qué podían esperar que le pasara a sus enfermos. Y la tercera, “que yo lo entiendo, que la gente quería un poco de compañía en Navidad”.

Pero están tremendame­nte cansados en muchos aspectos y con menos margen de ilusión. “Si la cuarta ola es como la primera, no sé si lo aguantarem­os”.

“Me decían, se te ve cansada. Y no lo entendía, ¡sólo me ven los ojos! Una amiga me lo concretó: has perdido el brillo”. /

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ANA JIMÉNEZ

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