La Vanguardia

El desmayo de Évole

- Víctor-m. Amela

RISA. Jordi Évole se ha desmayado en vivo. Ha sido, esta semana, el momento televisivo más auténtico de la televisión, donde todo es mentira. En el plató de El intermedio (La Sexta, jueves noche) chancean El Gran Wyoming y Jordi Évole, que se ríe (“siempre me has hecho mucha gracia”), y se ríe por encima de sus posibilida­des: se desmaya. Los brazos laxos y extendidos sobre la mesa, la cabeza desmadejad­a sobre el pecho, el torso vencido a un lado y derrumbado sobre los brazos. Wyoming se ha extrañado (“este hombre se nos va a caer, ¿qué le pasa?”), no se sabe si Evole le trolea. No: Évole se ha desmayado de la risa. Literalmen­te. Évole le explicará luego al doctor Wyoming que padece cataplexia: la risa ocasiona una distensión de la musculatur­a corporal. Muchos telespecta­dores habrán conocido por primera vez esta enfermedad, variante de la narcolepsi­a, uno más de tantos insondable­s misterios del ser humano. Quizá tengamos demasiadas neuronas y la risa nos recuerda que qué nos hemos creído. El desmayo de Évole es lo más poético que he visto en tiempo en la tele. La risa es el orgasmo del alma. Hay quien se jacta de desmayar de placer a sus amantes, ahora el Gran Wyoming podrá jactarse del calibre orgásmico de su humor: ha desmayado a Jordi Évole en dos bromas bien metidas. El momento chistoso: “Me cuentan que estás muy cagado por la covid”, chinchó Évole. “No, llevo bolsa”, replicó Wyoming. Y ahí Évole se descuajeri­ngó de risa, a lo que Wyoming añadió: “¡y te regocijas en mi dolor”! Y pam, desmayo. Me ha hecho siempre gracia Wyoming, también. Y Jordi Évole igual. Aprovecho que no me desmayo para agradecerl­es a los dos las muchas risas. Y su gran sentido del humor, que mejora un poco el mundo... y que es lo último que nos va a quedar cuándo ya nada quede.

VIOLENCIA. “El poder comienza en la calle: quien pueda conquistar la calle podrá llegar al poder”, dijo uno. He pensado en esto ante las transmisio­nes de betevé (que vuelve a televisar el fuego callejero mejor que otras teles) y al ver y oír a la legión de apologetas de la violencia callejera en radios y platós. Justifican la violencia por la crisis, los tristes horizontes, un rey que robó, un juez que prevaricó, unos políticos que legislaron con los pies. Son verdades que debieran ser palanca para mejorar nuestra democracia, no para cargársela. La democracia ampara mi derecho (y el de todos) a manifestar­me: ¿a qué viene la violencia, pues? Si la uso, salto de manifestan­te a antidemócr­ata. Y veo muchos antidemócr­atas en calles y platós. Dije el martes en Planta baixa (TV3): “Pese a no ser un angelito, que no lo es, pese a no ser un demócrata, que no lo es, pese a decir barbaridad­es, que las dice, Hasél debe poder decir libremente todo sin temer una condena penal”. Lo sostengo, y la democracia es mi vía para alcanzar mi idea. Enfrente tengo a los violentos: apedrear en democracia es convocar la tiranía. A todos los violentos, luzcan las insignias que luzcan, les iguala el color de la barbarie. Ah, la frase de arriba es de aquel otro apologeta de la violencia callejera contra escaparate­s y policías que se llamaba Goebbels, y a lomos de la violencia llegó al poder. – @amelanovel­a

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