El móvil y el desierto
Por boca de un profesor de Esade oí en cierta ocasión que la búsqueda de información antes de la era digital se parecía a un beduino del desierto, porque costaba mucho de encontrar y los medios eran escasos; ahora, en cambio, se parece más a una jungla porque, de tanta que hay, se hace difícil saber cuál se tiene que escoger. La pregunta es: ¿estamos realmente mejor informados por esta avalancha de informaciones o más bien esta avalancha nos empobrece?
James Williams, que había sido ingeniero de Google, explicaba no hace mucho a este mismo diario que la digitalización compulsiva de nuestras opiniones empobrece el debate público y nuestro propio cerebro. Porque el cerebro humano piensa al ritmo de la evolución natural, y el ritmo frenético digital lo está degradando. Todo lo que vale la pena en la vida, dice Williams, requiere atención, y la digitalización nos roba esta atención sin dejarnos tiempo para reflexionar. Pensemos que el usuario medio consulta su móvil 150 veces al día y lo toca más de 2.600. No solo perdemos este tiempo que dedicamos al móvil, sino que perdemos también la oportunidad de vivir otras experiencias que sí que valen la pena.
Algunos pensaban equivocadamente que la digitalización democratizaba el conocimiento, cuando aquello que provoca realmente es dar poder a la banalidad y, además, hacer ricas a las élites. Dice James Williams que los mejores cerebros de su generación diseñan click baits que nos hacen leer contenidos basura por impulso, y eso nos esclaviza. Es como si nos regalaran un GPS, pero decidieran por dónde tenemos que ir. Una cosa parecida es lo que hace la industria de la atención: potenciar la oferta de contenidos tentadores a través de la pantalla en todas partes y a toda hora. Consultamos el móvil de la misma manera que el obeso ingiere comer porquería: sin saborear la lectura, la escritura o la reflexión. La paradoja es que cuanto más apetitosa es la basura que deglutimos, menos nos alimentamos; cuanta más atención prestamos a “contenidos basura” digital, menos nos enteramos de lo que pasa y menos relaciones de verdad tenemos.
¿Es posible combatir esta degradación que nos ofrece la tecnología? ¿Cómo eludir esta tentación constante de las redes? Para hacerlo hace falta saber aislarse de la jungla y volver al desierto. No al desierto físico, sino al desierto metafórico. El desierto es la metáfora del lugar donde no hay ninguna distracción y donde nos podemos concentrar en lo esencial. Es una figura recurrente en la Biblia que durante este tiempo de cuaresma se nos hace más presente. Es el lugar donde Jesús fue tentado y encontró la fuerza para resistir a las tentaciones. Toda tentación es una seducción que esconde un engaño. Se trata de desenmascarar el engaño y no dejarse seducir por la tentación. Eso es lo que hacía Jesús cuando el tentador le ofrecía falsos mesianismos: convertir las piedras en panes, tirarse desde el pináculo del Templo o postrarse y adorarlo para poseer un imperio terrenal.
Las respuestas de Jesús son conocidas: el hombre no vive solo de lo material, ni de la gloria efímera, ni del poder engañoso. Estas seducciones se presentan como una vida plena y auténtica, pero no son nada más que falsas promesas vacías de contenido.
Lo mismo sucede con la tecnología digital. El móvil puede ser de gran utilidad, pero también nos puede esclavizar. No se trata simplemente de renunciar, sino de utilizar el tiempo que dedicamos al móvil a usos más interesantes y enriquecedores: lecturas de libros que nos hagan pensar, conversaciones enriquecedoras con los amigos, visionado de películas que nos interroguen, visita de exposiciones o monumentos artísticos que nos satisfagan. Solo conseguiremos prescindir de los contenidos basura digitales si los sustituimos por contenidos más relevantes que nos llenen plenamente y nos humanicen.
El tiempo de cuaresma se inició con el miércoles de ceniza que nos recuerda que venimos del polvo y volveremos al polvo: una metáfora para decir que la vida es efímera y que vale la pena centrarnos en lo esencial. Menos móvil y más reflexión podría ser un buen lema para esta cuaresma.
Algunos pensaban que la digitalización democratiza el conocimiento, pero resulta que da poder a la banalidad