La Vanguardia

Cuidado con ese otro 50%

- Llàtzer Moix

El 51% de los votos logrados por los independen­tistas el 14-F está dando mucho que hablar. Veníamos del 47,5% en las catalanas del 2017, y este salto ha motivado el alborozo soberanist­a. Para algunos, superar la cota del 50% da argumentos para volver a tirarse a la piscina desde el trampolín unilateral. Para otros, hay que ensanchar mayorías (y, ya de paso, esperar a que en la piscina haya agua). En cambio, para los que prefieren la senyera a la estelada, el 51% de votos del 14-F se reduce en términos censales al 27%: tal fue el porcentaje de independen­tistas entre los catalanes con derecho a voto que se tomaron la molestia de depositar su sufragio.

Da igual: dicho 51% sigue dando que hablar, aún siendo improbable que baste para emprender cambios de calado. O precisamen­te por eso. En los últimos años se ha fabulado mucho con cambios a mejor, pero solo los hubo a peor. Son el efecto colateral de una ilusión estéril en cuya pira quemamos la energía del país.

Así las cosas, quizás el 50% que debería dar más que hablar es el que rozó la abstención el 14-F, al situarse en el 46,4%, 1,3 puntos por encima de la de 1992, que hasta ahora marcaba nuestro récord de desidia electoral. Con la diferencia de que aquellas elecciones se celebraron en vísperas de los Juegos Olímpicos, en una sociedad unida y esperanzad­a, convencida de que el sueño iba a hacerse realidad. Y así fue. En cambio, las del 14-F se han celebrado tras diez años de procés, con el país mal gestionado, dividido, atascado e impotente.

¿Cómo es posible que el 46,4% de los llamados

No interesa dar más vueltas a una noria que no lleva a ninguna parte, y además es la noria equivocada

a votar se quede en casa? ¿Fue de veras por la pandemia? ¿Por el día nublado? Puesto que en el 2017 la abstención fue 25 puntos menor, quizás esas dos razones no basten. Quizás haya otras y tengan que ver con la sensación de que votar, en este país hechizado, perdido en su laberinto, ya parece inútil. Incluso en las convocator­ias calificada­s de decisivas. Porque ya todas se presentan como tal, pero ninguna acaba siéndolo.

¿Qué significa tanta abstención? ¿No se deberá al desinterés por seguir dando vueltas a una noria que, como tal, no lleva a ninguna parte, y que además es la noria equivocada? ¿Al rechazo a las políticas que se hacen aquí, por su bloqueo, por su populismo creciente y por esa radicaliza­ción que ya aplaude a quienes excluyen, insultan o lapidan, según cae en desuso el diálogo o el compromiso?

Es verdad que el 14-F, con su doble posibilida­d aritmética de mayoría, ha abierto una grieta en el bloqueo. Pero los independen­tistas acérrimos siguen creyendo que su plan tiene un potencial de crecimient­o ilimitado, como antes se creyó que la economía lo tenía (y ya se vio que no). Pese a que, desde que arrancó el procés ,su voto está parado: en el 2010 andaba por el 50%; ahora, por el 51%.

¿Y si resulta que lo que tiene un potencial de crecimient­o ilimitado es la abstención? ¡Cuidado con ese otro 50%!

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