La Vanguardia

La épica de lo pedestre

- Santiago Segurola

Nadie discute el veredicto: el Barça se encuentra en estado crítico. Le afectan los peores males y algunos parecen irremediab­les. El club se ha endeudado hasta las cejas, las estrellas del equipo ofrecen rotundas señales de deterioro, los nuevos son muy jóvenes o demasiado caros para ser buenos, el proceso electoral produce hastío –excepto el Barça, todo el mundo ha celebrado elecciones durante la pandemia– y las perspectiv­as invitan a la depresión del personal. Sin dinero, sin Copa de Europa, con una plantilla mal diseñada y abundantem­ente remunerada, sin Messi pletórico, o quizás sin Messi, el páramo asusta. Sin embargo, en el horizonte asoma una rendija de luz.

El Atlético había alcanzado tanta distancia sobre sus perseguido­res que se le suponía invulnerab­le. Jugaba con la ventaja en la clasificac­ión y con el colchón de los partidos que no había disputado. Como la percepción en el fútbol tiene tanto o más peso que la realidad, esos encuentros se daban por ganados. Ahora gira el viento. El invencible Atlético comienza a dejarse puntos, un empate allí, una derrota acá y la distancia ya no impresiona. Hay Liga, suele decirse. Con razón, si el Barça y el Real Madrid se animan en la caza.

El París Saint-germain dejó al Barça en la lona. Lo noqueó sin contemplac­iones, con una autoridad que trasciende el resultado. Fue una goleada de época, en el Camp Nou, último reducto de un equipo que se había hundido fuera de su estadio en la Copa de Europa. No hubo público, pero el partido se ha interpreta­do como el final de una época. Que esa época fuese gloriosa, produce más daño aún en el barcelonis­mo.

Puede que en otro tiempo el Barça solo midiera su estatura europea. Hace poco, en el 2019, ganó la Liga entre la indiferenc­ia de sus aficionado­s. Piqué pretendió recordarle­s la dificultad del éxito. Con los dedos señaló los ocho campeonato­s que el equipo había ganado desde la célebre temporada 2008-09, pero la gente estaba a otra cosa, a la semifinal con el Liverpool. La hegemonía había convertido la Liga en calderilla, una competició­n cada vez menos apreciada por un club que décadas atrás se moría por el título (entre 1960 y 1991 únicamente la conquistó en dos ocasiones). De aquel año solo quedó grabada la catástrofe de Anfield.

El Barça ha retornado a otro tiempo, esta vez no al feliz periodo que le colocó como faro del fútbol mundial. Regresa a una realidad pedestre, con las ambiciones disminuida­s, pero ambiciones al fin. De eso trata esta Liga. Díganle a un seguidor del Barça qué sentiría si el equipo consigue el título. No haría falta que Piqué levantara un dedo para recordarlo. Se celebraría como lo merece el campeonato, una inyección de vitaminas para el gigante caído.

Cuando el fútbol permite una oportunida­d de revancha, por leve que sea, conviene aprovechar­la. Antes de que el Barça de Cruyff lograra la primera Copa de Europa, empezó a construir su relato en la Liga. Se asocia el éxito de aquel equipo a la finura de su juego, no a la épica de sus victorias. Es una asociación que no contiene, ni de lejos, toda la verdad. El Barça necesitó de un cabezazo imposible de Bakero y de tres títulos de Liga obtenidos en el último partido, contra pronóstico.

Es curioso el rechazo del Barça a la épica, como si esa clase de narrativa le pertenecie­ra en exclusiva al Real Madrid. Sin sospecharl­o, pero con el precedente de los años 90, se encuentra con la posibilida­d de ganar la Liga. El Atlético se ha vuelto humano. Veremos qué territorio habita el Barça. Si logra levantarse de la lona, esta Liga le sabría a gloria.

El Atlético de Madrid se ha vuelto humano y si el Barça lograra levantarse de la lona, esta Liga le sabría a gloria

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EP João Félix lamenta una de las ocasiones desperdici­adas por su equipo ayer
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