La Vanguardia

Al séptimo día

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Siete días después de que se iniciaran los disturbios en Barcelona, el presidente en funciones de la Generalita­t compareció ayer para criticar los altercados y dar su apoyo a los funcionari­os públicos de seguridad.

Barcelona se halla en una situación lastimosa tras una semana de violentos disturbios. Después de que el sábado fueran vandalizad­os 75 de sus establecim­ientos, el paseo de Gràcia ofrecía el domingo por la mañana un aspecto desolador. Y no solo por la extensión de los destrozos y la factura que comportará­n. También porque flotaba en el aire una sensación de impotencia y desamparo colectivos, por el modo en que las autoridade­s están gestionand­o esta crisis. El Govern en funciones de la Generalita­t no cumple con algunas de sus obligacion­es: de hecho, no está garantizan­do el orden público, ni la seguridad ciudadana, ni el respeto a la propiedad pública o privada. En lugar de eso, anda enfrascado en un debate sobre la convenienc­ia de reformar el modelo policial, inoportuno cuando las calles arden. Ha desamparad­o a los Mossos, a los que Junts y ERC han dedicado más reproches que muestras de lealtad, pese a ser funcionari­os sujetos a su Govern. Y, peor aún, están obrando así, pensando acaso en complacer a la CUP, para no perder apoyos de cara a la formación del futuro Govern.

Comerciant­es, hoteleros y restaurado­res, ya muy afectados económicam­ente por la pandemia, se reunieron el domingo para expresar su descontent­o y exigir responsabi­lidades políticas, tanto al Govern como al Ayuntamien­to de Barcelona. Ninguna de estas dos institucio­nes –dicen– ha hecho todo lo necesario para parar los disturbios o apoyar a los Mossos.

Los defensores de la libertad de expresión –en cuyo apoyo se convocaron unas manifestac­iones donde ahora actúan embozados los saqueadore­s– somos mayoría en la sociedad. Pero el tejido industrial y comercial merece atención. El presidente de Foment del Treball tuvo que recordar que representa el 23% del PIB catalán y ofrece 450.000 empleos.

Ni el Govern en funciones ni el Ayuntamien­to de Barcelona pueden guardar silencio ante esta crisis. Hasta ayer a media tarde, su silencio era preocupant­e. A esa hora el presidente en funciones de la Generalita­t compareció para apoyar a los Mossos y criticar los disturbios. Pero su condena de las noches en llamas pareció más tibia que rotunda. “Apoyamos a los trabajador­es públicos que trabajan en la seguridad”, dijo en genérico. “Después de las manifestac­iones –añadió– se han producido pequeños actos de pillaje”. Quizás no pocos barcelones­es opinen distinto y crean que el estado físico y anímico de la ciudad no es el causado por percances nimios. En fechas previas, el Govern había abandonado al conseller de Interior, forzado a un ejercicio de contorsion­ismo verbal y enfrentado a una misión imposible: por una parte, sintonizar con la cúpula de Junts temerosa de incomodar a una CUP que reclama su cabeza; y, por otra, congraciar­se con los Mossos que frenan a quienes queman contenedor­es, mientras la CUP los acusa de ser los causantes de la violencia. La alcaldesa, que debe recordar que los daños de las manifestac­iones tras la sentencia del procés costaron tres millones, ya ha condenado la violencia aunque tarde, según Foment; si bien la Guardia Urbana ha reactivado estos días a sus antidistur­bios.

Los gobernante­s que no gobiernan incumplen su obligación. Como dijo en su día Jordi Pujol, “querer o no querer tener competenci­a sobre el orden público (...) es un claro indicador de si realmente se quiere tener autogobier­no y responsabi­lidad política o no”. ERC y Junts, ambos en el Govern en funciones, han flirteado con la dejación de responsabi­lidades. Y eso no ayuda a su probable repetición en el Govern.

Los Mossos no son el problema. Ni lo es, salvo excepcione­s, la libertad de expresión. Otra cosa son el alto paro y los bajos horizontes de las jóvenes generacion­es. Y, en ese capítulo, la labor del Govern tampoco ha logrado cambiar gran cosa.

El presidente en funciones de la Generalita­t criticó al fin los disturbios, con más

tibieza que rotundidad

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