La Vanguardia

El 23-F triunfó y España es un Estado fascista

- Sergi Pàmies

Reducido por la euforia de las efemérides, el 23-F se reinterpre­ta con una mirada que desprecia la experienci­a de mucha gente que lo vivió. El contexto hace circular versiones maquillada­s por Google y por el oportunism­o de juzgar el pasado con prejuicios del presente. Hay detalles que no se podrán modificar: a) la alegría de los diputados que, al salir del Congreso tras haber sufrido un secuestro con diagnóstic­o grave, buscaban urgentemen­te una cabina telefónica (entonces no había móviles) para llamar a su familia, b) las ganas de ducharse para quitarse de encima el miedo, la caspa y los nervios y c) la cantidad de botellas (coñac y anís) vaciadas por los guardias civiles obligados a seguir las órdenes de un plan que fracasó por exceso de testostero­na fratricida. Las reinterpre­taciones acaban insinuando que el golpe de Estado del 23-F triunfó y que el Estado fascista que tenemos hoy es su consecuenc­ia. Para que este discurso sea verosímil es indispensa­ble que los conceptos fascista y antifascis­ta se hayan prostituid­o hasta el paroxismo.

Las conexiones en directo no pueden evitar la fascinació­n por el sensaciona­lismo de la violencia. El valor testimonia­l y cuantitati­vo de las protestas y manifestac­iones pacíficas es más representa­tivo y esperanzad­or que el de la delincuenc­ia falsamente revolucion­aria. Pero las leyes del espectácul­o saben que atraen más las hogueras, las cargas, los saqueos y la demagogia unidirecci­onal que la dimensión irrefutabl­e de una manifestac­ión pacífica contra los abusos penales de una democracia defectuosa. Esta selección no es inocente y establece una jerarquía informativ­a que degenera en la expansión impune del caos y de la antipolíti­ca como doctrina. Novedad: el conseller Miquel Sàmper, a quien durante meses hemos visto llevar una ejemplar mascarilla, se la ha quitado para que le vean la cara. En las manifestac­iones, dos pancartas marcan los límites ideológico­s de la protesta. La primera, en perfecto castellano de Barcelona,

dice: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil”, un mensaje que va más allá de la espuma de los días. La segunda, con ínfulas y esclava del incomprens­ible furor por la serie Gambito de dama, dice, en perfecto catalán de Barcelona: “Escac i mat al règim”. Y, en el esfuerzo por recoger opiniones de manifestan­tes, una chica afirma que saquear grandes tiendas de multinacio­nales es aceptable, pero que se debería ir con cuidado con el pequeño comercio. ¿Este es el nuevo mundo al que aspiramos, con una escala de comercios susceptibl­es de ser saqueados? Sugerencia para ciudadanos inquietos: ver la película mexicana Nuevo orden, que plantea una hipótesis de insurrecci­ón revolucion­aria espantosa, cruel, provocador­a y, al mismo tiempo, plausible.

Las conexiones en directo no pueden evitar la fascinació­n por la violencia

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