La Vanguardia

17 horas que pararon el país

- SANTIAGO TARÍN IGNACIO OROVIO JAUME V. AROCA

Los secretario­s y subsecreta­rios de Estado formaron un gobierno provisiona­l que fue clave el 23-F

Decidimos redactar un manifiesto. Al leerlo, uno dijo: ‘Esto puede ser nuestro fusilamien­to’”

José Terceiro Lomba Exsubsecre­tario de Estado

Muy respetuoso, Tejero me dijo: ‘¿Cómo quiere que después de haber hecho esto haga lo contrario?’”

Rodolfo Martín Villa Exministro

A cierta hora de la noche había mucho miedo a que Tejero hiciera una escabechin­a”

Fuente anónima Ex alto cargo del Cesid

Cuando supimos que el rey había hablado, la primera duda fue: ¿a favor de quién?”

José Bono Exdiputado del PSOE

El vídeo [del rey] tardó porque hubo que repetirlo. En cuanto llegaron di orden de que se emitiera”

Fernando Castedo Exdirector de RTVE

–Las Cortes, ¿dígame?

La voz de la mujer es temblorosa. Hace un par de horas un grupo de guardias civiles ha entrado con las armas desenfunda­das en el Congreso de los Diputados, cuando se está votando la elección de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del gobierno. Su antecesor, Adolfo Suárez, ha dimitido veinticinc­o días antes, y el voto del diputado Manuel Núñez Encabo queda confundido en el rumor de la tropa que asalta el edificio. Tejero y su banda han irrumpido en la Cámara a las 18.23 horas del 23 de febrero de 1981 con aquello por todos escuchado y recordado de “¡Quieto todo el mundo!”, los diputados han sido conminados a tirarse al suelo, los guardias han disparado ráfagas de ametrallad­ora para que se sepa quién manda y el país se ha quedado sin gobierno y sin aliento. Una cámara de televisión ha grabado el episodio y será clave para que en el exterior se sepa con qué modos han llegado los golpistas. Porque si pretendían evitar un gobierno de Calvo Sotelo y allanar la elección de Alfonso Armada como presidente de consenso, aquellos tiros complican las cosas. A los pocos minutos, el capitán Jesús Muñecas se dirige a los diputados y les pide que estén tranquilos, que pronto llegará la autoridad –“militar”, por supuesto– y aclarará qué pasará a continuaci­ón.

Quien llama al Congreso es Francisco Laína, presidente de la comisión de secretario­s y subsecreta­rios de Estado formada por los números dos de todos los ministerio­s, constituid­a aquella tarde como gobierno provisiona­l ante el vacío generado por el secuestro de sus respectivo­s jefes. Laína pide por Tejero. Tejero se pone. Laína le pregunta que qué es “esa barbaridad”, que qué está pasando, que lo revierta, que le ponen un avión para que abandone España. Tejero alega que se marea en los aviones.

El relato de esta escena es de José Terceiro Lomba, entonces subsecreta­rio de la Presidenci­a.

El golpe ha sorprendid­o a Terceiro –recuerda por teléfono a La Vanguardia– en la Universida­d Complutens­e de Madrid. “En aquellos primeros momentos la confusión era absoluta. Me dijeron que habían entrado terrorista­s de ETA vestidos de militares”.

El entonces diputado Rodolfo Martín Villa recuerda que aquel día, tras fracasar la primera votación, había ido a comer con Pío Cabanillas y Juan José Rosón, que era ni más ni menos que el ministro del Interior. “Tengo que reconocer que ninguno discutió sobre lo que iba a pasar. Hablamos de la mayoría simple de Calvo Sotelo, de quién formaría el gobierno y de lo que había que hacer en adelante. No teníamos ni la más mínima sospecha de lo que iba a ocurrir”, explica por teléfono a este diario.

“Desde que los veo entrar yo no tengo duda de que es un golpe de Estado, porque pocos días antes he visto fotos de Tejero e Ynestrilla­s. Pero me confundo y pienso que Tejero es Ynestrilla­s, y así se lo digo al diputado que estaba a mi lado”, explica el entonces diputado del PSOE y secretario cuatro de la mesa del Congreso José Bono, que luego sería ministro de Defensa y presidente de ese mismo Congreso.

Terceiro explica que fue suya la idea de crear una comisión de subsecreta­rios, aunque en ocasiones se ha atribuido al rey la iniciativa. “Desde presidenci­a del Gobierno –detalla Terceiro– llamo a Luis Sánchez Harguindey, subsecreta­rio de Interior, y le digo que debíamos reunirnos los subsecreta­rios, los miembros del gobierno que no estamos secuestrad­os, y ponernos al frente. Propuse que nos encontrára­mos en la sede de Interior porque desde allí podíamos comunicar con mayor facilidad con los gobernador­es civiles. Así lo acordamos y así lo dije a algunos altos funcionari­os. Aún veo sus caras pálidas. Me dicen: “Vete tú y nos llamas cuando llegues”. Algunos creyeron que era una trampa que yo les tendía”.

En las calles de Madrid, la calma es cada vez más tensa. “Estábamos en nuestras oficinas de Conde Duque”, recuerda Rafael Vera, por entonces delegado municipal de seguridad de Madrid, “y nuestro jefe de policía, Javier Lobo, me dijo que una columna de jeeps iba para el Congreso, pero que paraban en los semáforos: si paran en los semáforos, no pasará nada, me dijo

Lobo”, recuerda en una cafetería.

El fotoperiod­ista Roberto Cerecedo también logró entrar en el Congreso…, pero pronto le expulsaron. Escuchó en la radio lo que ocurría y se fue a toda prisa hacia allá. “En una fuente me mojé el pelo, me peiné hacia atrás a lo fascista, escondí la cámara y el magnetofón en la gabardina y a la puerta del Congreso me metí muy decidido, gritando ‘¡Arriba España!’ y ‘¡Ya era hora, joder!’, de modo que ¡me dejaron pasar! Pensaron que era uno de los suyos. Apretaba los dientes del miedo que tenía, pero fui haciendo fotos en el patio, e iba a entrar al edificio, pero me paró el capitán Muñecas y me dijo que no les iba a engañar, que largo de allí. Con las fotos que tenía y el magnetofón grabando tenía un reportaje buenísimo, pero me echaron y, una vez fuera, me cogieron unos tíos de paisano, con pistolas, me arrancaron el carrete de la cámara y el magnetofón. Me quedé sin nada”.

Terceiro ya está en el Ministerio del Interior. “Empiezan a llegar subsecreta­rios, nos sentamos, nos constituim­os y decidimos redactar un manifiesto. Lo hacemos el diplomátic­o Carlos Robles Piquer y yo. Al leerlo al resto de subsecreta­rios, uno dijo: ‘Esto puede ser nuestro fusilamien­to’”.

Dentro del Congreso, la tensión es máxima: “Cuando Tejero pega esos tiros –prosigue Bono–, yo era el último de la fila, yo fui quien más cerca estuvo de su pistola, y lo que sentí fue miedo. Temí por mi vida. Estábamos ante un grupo de salvapatri­as y fascistas que querían que volviésemo­s a ese macabro juego de la oca”, la dictadura.

“Allí dentro hubo cosas singulares –recuerda Martín Villa–, yo salí de mi escaño dos veces. Como había sido ministro del interior los guardias civiles me hacían el saludo militar. La segunda vez le pregunté a uno dónde estaba Tejero porque quería hablar con él, había tenido relación con él porque siendo ministro [de Gobernació­n, que luego sería Interior] propuse que le relevaran dos veces de mandos. Luego

le dieron un destino en que, por ejemplo, se contemplab­a la seguridad de la Moncloa. Tuvimos una conversaci­ón muy corta. Le dije que eso no tenía sentido, que tenía que disolverlo. Me contestó muy respetuoso y me dijo: ‘¿Cómo quiere que después de haber hecho esto haga ahora lo contrario?’”.

En la sede del Ministerio del Interior, Francisco Laína –era director de la Seguridad del Estado– está sopesando una operación de los GEO de la Policía Nacional, derribando las puertas del Congreso y contraatac­ando a los guardias civiles. “Paco, le digo, vamos a actuar como órgano colegiado y analizarlo todo antes de precipitar­nos”, dice Terceiro.

“Una de las primeras cosas que hice desde allí –añade Terceiro– fue llamar a Fernando Castedo, director general de Radiotelev­isión Española, pensando que tras el Congreso lo que van a intentar controlar es la televisión y la radio. Me cuenta que ha entrado un teniente con un fusil en su despacho y que le ha ordenado que en Radio Nacional ponga música militar”.

“Estaba reunido en Presidenci­a –el hoy abogado Castedo recibe a

La Vanguardia en su despacho de Madrid– cuando me avisaron del golpe. Me fui volando a Prado del Rey y al poco me llama Sabino Fernández Campo [secretario general de la Casa del Rey] y me dice que es muy probable que vengan a la televisión. Despegué el cojín de la silla y metí debajo el vídeo con las imágenes de Tejero”.

“Al poco rato oí ruido y salí del despacho –prosigue–, venía un sargento con una pistola en la mano preguntand­o quién mandaba allí, en RTVE. Las secretaria­s estaban muy asustadas, se echaron al suelo. Nunca supe quién era el sargento. Era joven, yo creo que tenía la mano un poco temblorosa. Me dice que tiene instruccio­nes de que en Radio Nacional solo se emita música militar y que se suspenden todos los informativ­os. A mí solo se me ocurre ponerle la mano en el brazo y pedirle que dejara la pistola en la mesa, y lo hizo. Al cabo de un rato viene a mi despacho el capitán que estaba al mando. Se sentó frente a mí, con dos soldados con fusiles detrás. Me ordena que no hay informativ­os y que él toma el mando de la casa. Así lo indiqué al director de TVE. A mi secretaria, Pilar Larumbe, que era muy lista, le pedí que me diera ‘aquellos expediente­s pendientes de firma’, ella sabía perfectame­nte que a esa hora no había nada que firmar, pero entendió que quería pasarle un mensaje. Redacté una nota en la que decía que Jesús Picatoste fuera a grabar un mensaje del rey. Fueron Picatoste y Pedro Erquicia, por caminos secundario­s por si la zona estaba tomada, eso me contaron, y eso les llevó más tiempo de lo normal”.

La comisión de subsecreta­rios planifica una estrategia. Ante la falta de avances, deciden considerar lo que está pasando como un secuestro. “Yo lo había visto en las películas: había que hablar con el secuestrad­or”, rememora Terceiro.

Contactan con el psicólogo José Luis Pinillos para que analice la situación y pronostiqu­e cuándo hará mella en los asaltantes la tensión de la situación, cuándo empezarán a desmoraliz­arse.

“A medida que la noche avanza y la autoridad militar que han anunciado no viene, empezamos a imaginar que les iban las cosas mal”, prosigue José Bono.

Algunos altos mandos de la Guardia Civil y de la Policía están reunidos en el hotel Palace, frente del Congreso. Un ex alto dirigiente de los servicios secretos españoles revela en una entrevista con La Vanguardia una conversaci­ón que se produce entre el director general de la Guardia Civil, José Luis Aramburu Topete, y el general Alfonso Armada, cuando este se dirige al Congreso para hablar con Tejero.

–¿Qué le vas a ofrecer? –pregunta Aramburu.

–Un gobierno presidido por mí. –Ese gobierno dura hasta que salgan libres, y entonces os fusilan.

Armada, efectivame­nte, se entrevista­rá con Tejero para ofrecerle una salida: un gobierno de consenso presidido por él mismo y dos aviones para que salga de España. Tejero se negará. En ese momento “había mucho miedo a que Tejero hiciera una escabechin­a”, añade esta fuente, aunque el líder de los golpistas también se compromete en esa entrevista con Armada a que “no pasará nada”.

“La noche fue larguísima”, prosigue Terceiro. “Cuando tuvimos el manifiesto, llamamos a líderes políticos que no estaban dentro para que conocieran el contenido y dieran su apoyo. Del Partido Comunista hablamos con Carlos Alonso Zaldívar. Se puso a nuestra disposició­n, con gran responsabi­lidad. Fue un comportami­ento bien diferente al del representa­nte del PSOE, de cuyo nombre no quiero acordarme. No entendía dar apoyo a un manifiesto del gobierno porque éramos de UCD. Cuando estuvo el texto, llamamos a la Zarzuela para leérselo al rey; él nos dijo: ‘Espera, que os paso a Sabino”’.

Es Sabino quien pronuncia otra de las frases para la historia aquella noche: “Ni está, ni se le espera”, le espeta a José Juste, general de la División Acorazada Brunete, cuando este pregunta si Alfonso Armada, que supuestame­nte ha de ser la “autoridad militar” que reconduzca la situación (y luego presida el gobierno), había llegado a la Zarzuela.

“El rey no podía salir con una idea de unidad y que de pronto salieran capitanes generales a decirle que tururú, como dijo Laína. Aquellos años el rey pastoreaba a los militares, era su jefe jerárquico, pero estaba en un equilibrio absolutame­nte inestable, siempre en una cuerda floja. Había hostilidad­es del PSOE, desde dentro de la UCD, y desde el PCE, que le llamaban Juan Carlos el Breve”, analiza Terceiro.

El mensaje del rey, tajantemen­te en contra del golpe, se emitió a la 1.14 h de la madrugada.

“El vídeo tardó porque hubo que repetirlo”, justifica Castedo. “Erquicia conocía bien el medio televisivo, y no les gustó como había quedado la primera vez y se hizo una segunda. Llegaron con la cinta después de las 12 de la noche. En cuanto llegaron, di orden de que se emitiera inmediatam­ente, lo preparamos y lo dimos. Cada minuto era importante, y aquello nos tranquiliz­ó a todos”. Los militares que habían ocupado RTVE a primera hora del golpe se habían retirado, y, antes de hacerlo, Castedo les había hecho una pregunta salvavidas: “Entiendo que recupero el mando de esta casa.”

“Pasé un miedo, digamos, reverencia­l, como sigo teniéndolo ahora en un juicio. Sería inconscien­te no haberlo tenido”, apunta Castedo. “Yo apenas llevaba un mes en el cargo y había sufrido ataques desde la izquierda y desde la derecha. Si el golpe de Estado triunfaba, a mí no me iba a ir bien”.

“Cuando supimos que el rey había hablado, la primera duda fue: ¿a favor de quién?”, confiesa Bono. “Por un transistor que tenía Abril Martorell pudimos saber que lo había hecho a favor de la Constituci­ón. Poco a poco, fue cambiando nuestro miedo. Fue una noche con muchas emociones, porque también teníamos ira, y rabia de que los salvapatri­as quisieran otra vez fastidiar la democracia española”.

“La duda [sobre el rey] la teníamos todos”, admite Castedo, “porque la rumorologí­a le situaba detrás de los militares, pero aquel era un rumor posiblemen­te interesado por los propios golpistas. El mensaje del rey fue un canto a la Constituci­ón, y allí ya no había ninguna duda”.

Castedo recuerda que aún después del mensaje del Rey, irrumpió en RTVE una docena de guardias civiles, exigiendo que se emitiera una proclama militar incitando a los españoles a sumarse al movimiento de los militares, diciendo que lo auspiciaba el rey, y amenazando con agresiones. “Vi muy claro que eso no lo podíamos emitir. Se me antojaba una falacia, el rey acababa de hacer aquel discurso a favor de la Constituci­ón y por Sabino yo sabía qué pensaba la Casa Real. Si llegamos a emitir ese mensaje creamos un problema para millones de personas”.

“Desde mi punto de vista hubo una clara intervenci­ón de la providenci­a. A diferencia de cualquier acto de desorden público, no hubo una gota de sangre, ni una magulladur­a. Fue milagroso”, celebra Terceiro.

El ex alto mando del Cesid concluye con el detalle que le contaría más tarde uno de los protagonis­tas de la noche, el vicepresid­ente y militar Manuel Gutiérrez Mellado: “Uno de los guardias civiles armados que tenía frente a mí venía directamen­te de casa, porque llevaba calcetines de colores y no de uniforme: ¿cómo pretendían dar un golpe así?”.

El director de RTVE pasó una nota oculta a su secretaria para que enviara un equipo a grabar el vídeo del rey

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Los diputados –Manuel Fraga entre ellos– en los alrededore­s del Congreso de los Diputados cuando empezaron a ser liberados por los 288 agentes de la Guardia Civil que unas diecisiete horas antes habían ocupado el edificio.
EFE 11.45 H DE LA MAÑANA: LA LIBERACIÓN DE LOS DIPUTADOS Los diputados –Manuel Fraga entre ellos– en los alrededore­s del Congreso de los Diputados cuando empezaron a ser liberados por los 288 agentes de la Guardia Civil que unas diecisiete horas antes habían ocupado el edificio.

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