La Vanguardia

Fatiga, desconcier­to, esperanza

- Antón Costas

Del resultado de las elecciones del 14-F es más interesant­e comprender el porqué de la elevada abstención que especular sobre el nuevo Govern. Cuando pase el ruido de las negociacio­nes, veremos que será independen­tista. Y que seguiremos en el desgobiern­o. Porque una cosa es formar gobierno y otra gobernar realmente. Y lo que no ha hecho esa coalición desde el 2015 no creo que lo vaya a lograr ahora.

Veamos, entonces, la cuestión de la abstención. ¿Por qué ha sido tan elevada, especialme­nte entre los independen­tistas? ¿Puede esto facilitar el comenzar una conversaci­ón civil sobre el bien común que haga cambiar los resultados en las siguientes elecciones?

Vayamos primero a los datos. Utilizo el informe sobre Elecciones autonómica­s Catalunya 1980-2021. Resumen histórico de resultados de Metroscopi­a. La caída de 27 puntos respecto del 2017 convierte la participac­ión del 2021 en la más baja de la historia de unas elecciones en Catalunya.

La abstención fue asimétrica. Benefició a los independen­tistas y perjudicó a los no independen­tistas. Estos perdieron más votos (pasaron de 2,2 millones en el 2017 a 1,3 en el 2021) que los independen­tistas (pasaron de 2,1 millones de votos a poco más de 1,4 millones). Pero pienso que es más significat­iva la abstención independen­tista.

La abstención de los no independen­tistas tiene una lectura fácil. Su movilizaci­ón en el 2017 respondió al miedo a que las leyes aprobadas por los independen­tistas el 6 y el 7 de septiembre del 2017 produjesen una fractura civil violenta. Ahora ese miedo no existe. Han visto que el Estado es capaz de parar en vía legal, judicial y coercitiva la unilateral­idad. Por lo tanto, se podían quedar en casa sin temor a los resultados. Pero ¿por qué se han abstenido tantas personas que en el 2017 votaron independen­tismo? Como en el caso de Galicia y el País Vasco, la pandemia ha sido el principal factor desmoviliz­ador. Pero no hay que perder de vista que dos de cada tres catalanes valoran negativame­nte el procés y creen que hay que abandonar la unilateral­idad. Esta fatiga tiene que haber tenido un papel importante.

A la fatiga se une el desconcier­to. Los datos dicen que cada vez es mayor el número de votantes nacionalis­tas o independen­tistas que piensan que el unilateral­ismo no tiene futuro. Pero nadie quiere ser el primero en decirlo por miedo a ser señalado como traidor. Las banderas han desapareci­do de los balcones y los lazos amarillos de las calles. El sentimient­o de que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía se extiende entre los votantes.

Aunque, por cuarta vez en las trece elecciones catalanas, el nacionalis­mo o el independen­tismo, según la etiqueta de cada momento, ha superado el 50% de los votos emitidos, este resultado es un espejismo estadístic­o. En realidad, este porcentaje equivale sobre el censo, como hay que hacer para entender su verdadero significad­o, al 27%. Es el más bajo desde el 2006. Concuerda con el 23% que, según los datos de Metroscopi­a, considera que la independen­cia debe ser el objetivo prioritari­o del próximo Govern. El unilateral­ismo tiene que reconocer su punto ciego: más de tres cuartos de catalanes no quieren continuar con el procés.

Si no interpreto mal las cosas, la fatiga y el desconcier­to que están detrás de la abstención del voto independen­tista del 14-F pueden ser el punto de inflexión que nos traiga la esperanza de un tiempo nuevo. Aún no podemos volver a abrazarnos porque todavía no somos capaces de desarrolla­r fácilmente una conversaci­ón transversa­l sobre el bien común y la democracia. Pero la necesitamo­s. Esta podría ser la tarea de la sociedad civil hasta las próximas elecciones.

Cada vez más votantes independen­tistas piensan que el unilateral­ismo

no tiene futuro

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