La Vanguardia

Misión: imposible

- Javier Melero

El señor Alejandro Fernández era el mejor de entre los candidatos que se presentaro­n a las pasadas elecciones y posiblemen­te uno de los pocos políticos con los que uno podría tomarse una copa sin agonizar entre bostezos. Tal vez ocurra lo mismo con el señor Canadell, que parece un tipo entretenid­o, ocurrente, y del que sería muy de lamentar que no ostentara algún cargo de lucimiento en la próxima legislatur­a, pues tengo la impresión de que nos daría muchos momentos de sano esparcimie­nto.

La solvencia del señor Fernández fue reconocida por los propios espectador­es de TV3 que siguieron el debate de campaña y con los que coincido plenamente. Es cierto que el día de las votaciones no cuidó demasiado su estilismo y que, entre la mascarilla, la bufanda de topos y las gafas, acababa por parecerse a un conocido político iraní, el señor Ali Jamenei, pero ese era el menor de sus problemas.

Alguien sin sentido del humor es como un chiste: como un chiste que él no sabe entender, pero este no era el caso del líder local del PP. Un hombre capaz de cantar en el Parlament una canción de Manolo Escobar dedicándos­ela al añorado señor Torra merece todo mi respeto y considerac­ión. Demuestra andar sobrado de recursos y es capaz de alegrarles el día a los sufridos diputados que dormitan rumiando los males sin cuento de la patria o le lanzan miradas aviesas al del escaño vecino.

Pero el señor Fernández no tenía la menor posibilida­d de arrastrar el fardo que le había endosado la dirección de su partido y obtener un resultado satisfacto­rio. Uno que le permitiera, al menos, contar con un grupo parlamenta­rio propio y obtener toda la visibilida­d que merece un político ingenioso: un espécimen más extraño en nuestras latitudes que un ornitorrin­co. Hablamos de un ser humano, no de un titán o un obelisco.

El problema no ha sido la corrupción en su partido. Esto, en nuestro país, nunca ha sido obstáculo para votar a nadie. Es más, convendrán conmigo en que, con alguna frecuencia, cuanto mayores son las sospechas de corrupción, con mayor entusiasmo responde el electorado. Y no hace falta que remonten sus recuerdos a los tiempos del señor Gil y Gil ni a la hermosa ciudad de Marbella. Por lo demás, no me consta que el PP catalán se haya visto afectado por investigac­ión alguna: por lo que sé, hasta la famosa paella de la señora Sánchez-camacho con otra señora (en aquellos buenos tiempos en que se apoyaba a Convergènc­ia por las mañanas y se apuñalaba al señor Mas por la tarde) se pagó con fondos de reputación más intachable que las pastorcill­as de Fátima.

Tampoco creo que el señor Fernández haya resultado perjudicad­o por la ocultación de la señora Álvarez de Toledo, que (a las últimas elecciones generales me remito) no es que se hiciera con unos resultados como los que obtenía el señor Nursultán Nazarbáyev. Ya saben, aquel presidente de Kazajistán que, en sus peores momentos, no bajaba del noventa por ciento del censo. La señora Álvarez de Toledo, a fin de cuentas, se ha convertido en la sacerdotis­a de uno de los secretos mejor custodiado­s de España: el de qué hace uno en un partido en el que no te tragan y donde el líder máximo te suelta una fresca a la que tiene ocasión.

Algún voto se le habrá escapado a nuestro hombre en dirección a Vox, pero eso parece más bien una responsabi­lidad directa del señor Casado, que tiene a gala mantener una serie de gobiernos autonómico­s y municipale­s con ellos y, en días alternos, tacharlos de cafres y energúmeno­s. Uno no tiene por qué amar locamente a sus aliados (recuerden a CIU), pero de ahí a meterles el dedo en el ojo suele mediar una cierta distancia. El señor Fernández intentó dejar claro durante la campaña que el voto de Vox no le interesaba lo más mínimo, y es evidente que esos potenciale­s electores han optado por complacerl­e. Es una lástima, porque el que un partido conservado­r no asilvestra­do pretenda liderar la derecha y limar sus asperezas más excéntrica­s y montaraces no dejaría de ser un buen servicio al conjunto de la sociedad.

Desde luego que hacia Cs no se le ha ido ningún voto, siendo como es el mayor éxito de las pasadas elecciones que este partido haya obtenido seis escaños: una meritoria proeza capaz de asombrar al más templado. Fichar a la señora Roldán solo pudo ser la ocurrencia de alguien un tanto acomplejad­o por el antiguo esplendor de Cs, pero la señora Roldán acabó por resultar un activo electoral tan atractivo como una merluza hervida o unos canelones de quinoa y algo más soso.

Al señor Fernández, los suyos llevaban demasiado tiempo chafándole la guitarra como para que pudiera salir bien librado de los comicios. Lo pusieron a los pies de los caballos los que utilizaron a determinad­os policías para destruir a sus adversario­s políticos, los que infectaron de guerra sucia el Ministerio del Interior y los que lanzaron la moda de utilizar la Constituci­ón y el Código Penal a modo de garrote. Y a esos deberá pedirle cuentas el señor Fernández, al que transmito desde aquí toda mi simpatía.

Alejandro Fernández no tenía la menor posibilida­d de arrastrar el fardo que le había endosado su partido

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ÀLEX GARCIA
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