La Vanguardia

El ‘¡pop!’ del tapón

- Quim Monzó

De joven me enamoré del concepto undergroun­d

gourmet, dos palabras que, juntas, indican que los restaurant­es modestos no tienen por qué ser malos, y que deben reseñarse. El impulsor fue Milton Glaser, el diseñador que creó tipografía­s admirables, el logo de I love NY, el de la Brooklyn Brewery o el nuevo diseño de La Vanguardia. En la revista

New York, Glaser publicó durante años una sección llamada The undergroun­d gourmet, donde escribía reseñas de restaurant­es buenos y baratos. Otros periódicos crearon secciones iguales. La influencia llega hasta la actualidad. Antes de entrar a trabajar en la revista Washington­ian como cronista de comida, Jessica Sidman colaboró en la alternativ­a Washington City Paper, en una columna que conserva el aliento de los undergroun­d gourmets primigenio­s: Young & hungry.

En el Washington­ian de este marzo, Sidman reseña las costumbres de Donald Trump, un señor con tan poco interés por la gastronomí­a que, durante los cinco años que estuvo en Washington, solo una vez fue a un restaurant­e que no fuera el suyo, el del Trump Hotel, que ocupa el edificio de la antigua y suntuosa oficina de correos.

Tenía mesa fija –la 72–, donde solo podían sentarse él o su familia. Cuando llegaba, había un protocolo fijado que los camareros memorizaba­n. Debían decirle “Buenos días [o buenas tardes, o buenas noches], señor presidente. ¿Quiere la Diet Coke con hielo o sin?”. La botella se abría con un abridor largo que el camarero cogía con una mano por el tercio inferior mientras, con la otra mano, cogía la botella, también por el tercio inferior. El vaso debía colocarse a la derecha de Trump.

Siempre comía lo mismo: cóctel de gambas, un entrecot muy hecho y patatas fritas. A veces, de postre, pastel de manzana o de chocolate. Las botellitas de ketchup –siempre Heinz– se abrían delante de él, asegurándo­se de que se oyera bien el ¡pop! que hace el tapón la primera vez. Nada de acompañami­entos idiotas. Una vez, Melania Trump devolvió a la cocina un lenguado porque al lado le habían puesto perejil y cebollino “para hacer bonito”. Bravo, Melania. Respecto a Trump, ningún problema con los acompañami­entos, siempre y cuando su entrecot fuera más grande que el de quien compartía su mesa.

Ahora que Trump está en Florida y el Trump Hotel en venta, los que habían laburado allí buscan trabajo y esconden como pueden el apellido maldito. En el currículum, allí donde hay que especifica­r en qué empresa habían estado antes, ponen “antigua oficina de correos”, a ver si cuela.

Siempre comía lo mismo: cóctel de gambas, un entrecot

y patatas fritas

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