La Vanguardia

Barcelona no merece un paraurbani­smo tan cutre

- Josep Acebillo

Aestas alturas, es obvio que la conjunción entre la crisis económica y la pandemia genera una crisis sistémica de consecuenc­ias tan imprevisib­les que tal vez nos está señalando el final de una época. Pero, desgraciad­amente, en periodos de tanta incertidum­bre y confusión, no todos arriman el hombro del mismo modo. Hay personas y grupos que entre la espesa niebla ven grietas por las que poder colar no revolucion­es, ni renacimien­tos, sino simples posicionam­ientos tácticos que como bombas de relojería explotarán y despejarán el camino para ocupar, llegado el momento y una vez superada la pandemia, la pole position en una futura confrontac­ión. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores!

Son los populismos demagógico­s, de derechas y de izquierdas, iniciados en Estados Unidos en los setenta a base de devaluar el concepto de sociedad civil, hábilmente difundidos por los nuevos telepredic­adores, apoyados entonces por el hiperliber­alismo de Reagan, que tanto concuerdan, a través de Trump, Salvini o Bolsonaro, con la coyuntura actual, tan condiciona­da por la manipulaci­ón y la posverdad.

Este tipo de populismo nada tiene que ver con los anteriores. Denota una gran amnesia ideológica propiciada por su decisión de im-pensar la historia, pero precisa de un caldo de cultivo para desarrolla­rlo con facilidad. El denominado urbanismo táctico, anclado en el populismo demagógico y resguardad­o coyuntural­mente bajo el paraguas de la covid, es la táctica elegida.

El urbanismo táctico, propiciado por el populismo demagógico, no es ningún invento.

Su fobia por lo urbano ya fue argumentad­a por el Desurbanis­mo, una corriente urbanístic­a desarrolla­da durante 1929-1930 en la Rusia soviética que decía: “No se trata de transforma­r el campo en ciudad, ni de reducir su dimensión, sino de dispersarl­a lo más posible a fin de eliminar la ciudad en general”. No se trata de combinar de otro modo la ciudad y el campo... ni de conciliar el campo y la ciudad... se trata de “una nueva deslocaliz­ación de la humanidad”.

Semejante barbaridad, fruto de la mala interpreta­ción urbanístic­a del conflicto campo/ciudad tan vehemente analizado por Marx y Engels, no tuvo ningún éxito, y se estrelló cuando su proyecto estrella Moscú, Ciudad Verde, intentó disolver la capital. Entonces Stalin entendió que ni con el capitalism­o ni con el comunismo era socioeconó­micamente factible un territorio sin la movilidad adecuada y decidió encargar a Ford la producción masiva de automóvile­s, camiones y tractores (200.000 vehículos al año), que implicó la construcci­ón en Stalingrad­o de la mayor fábrica de vehículos del mundo (40.000 por año).

De estas experienci­as deberíamos sacar algunas conclusion­es: ¡es necesario un modelo de movilidad que propicie el nivel de producción capaz de garantizar el stock de capital suficiente para poder implementa­r las políticas de bienestar! Y también que ¡los intentos de naturaliza­r la ciudad mediante soluciones estrambóti­cas ajenas a su cultura (huertos urbanos, jardines verticales, plantas en los alcorques, decoración verde…) solo contribuye­n a su desnatural­ización y a su degradació­n ecológica!, pues está demostrado que el verde urbano, ¡no los árboles!, suele producir un balance ecológicam­ente negativo, porque su mantenimie­nto casi siempre implica una producción de CO2 superior al que es capaz de absorber.

En este sentido, antes de pensar en un nuevo Plan Cerdà del siglo XXI, los responsabl­es del urbanismo barcelonés deberían explotar al máximo su potencial y ser consecuent­es con su idea original, por ejemplo, intensific­ando la implementa­ción en los patios de manzana de jardines públicos que, dotados de abundante arbolado y wifi gratuito, promoverán mayor eficiencia social.

El urbanismo táctico, propiciado por el populismo demagógico, desconfía de la idea moderna de progreso humano y en aras de su idea, más emocional que científica, sobre el decrecimie­nto, desprecia la producción a cualquier escala (emprendedo­res o empresas), propiciand­o una sociedad altamente subvencion­ada que a medio plazo generará una “proletariz­ación de las clases medias”, un estatus deseable para el populismo demagógico porque gestionará las reivindica­ciones que ellos mismos han provocado al despreciar la generación de riqueza.

El populismo demagógico que alimenta al urbanismo táctico “sustituye la argumentac­ión científica­mente razonada por el relato emocional” (Walter Benjamin ya nos advirtió que esta opción era nefasta para el progreso ideológico) y abusa de una argumentac­ión tautológic­a que convierte la subjetivid­ad en un concepto determinis­ta a fin de asegurar el protagonis­mo de una cierta individual­idad que entiende moldeable, blanqueand­o conductas como “el fin justifica los medios” o el “todo vale”, actitudes inadmisibl­es en una sociedad que aspira a rearmarse ideológica­mente sin perder sus valores ético-morales y que distingue claramente entre el ¿qué se hace? y el ¿cómo se hace? Por eso, para vestir al santo recoge parcialmen­te y fuera de contexto algunas tesis de Foucault que entienden “la subjetivid­ad como una táctica aleccionad­ora y generadora de técnicas capaces de conseguir individuos disciplina­dos”, y aquellas de Guattari que señalan que “el subjetivis­mo se puede manipular y producir masivament­e mediante instrument­os como los medios de comunicaci­ón, la publicidad, las encuestas y los sondeos, capaces de prefabrica­r opiniones y narrativas estereotip­adas”. Ahora, el problema no es solo que los bloques de hormigón en las calles del Eixample sean peligrosos y feos, sino constatar que su presencia apunta a un modelo urbano donde el diseño, la creativida­d y la productivi­dad no tienen cabida.

El urbanismo táctico propiciado por el populismo demagógico utiliza las infraestru­cturas y el espacio urbano para agudizar la fobia por lo urbano, pero no como escenario de movilidad interactiv­a ni de confrontac­ión de nuevas ideas y proyectos. Al ver las infraestru­cturas como algo faraónico y superfluo, no valoran que por su condición de capital social fijo, el raquitismo infraestru­ctural debilita a la sociedad civil, porque limita su capacidad operativa y creativa.

Esta actitud explica su apriorísti­ca inhibición propositiv­a y su tendencia del “no a todo”.

Frente a esta actitud hay que actuar proactiva y propositiv­amente: hay que discrimina­r el coche que contamina respecto del que no lo hace y priorizar la movilidad necesaria para garantizar la productivi­dad y la interacció­n social; establecer medidas para contribuir a mejorar las telecomuni­caciones; promover una plataforma energética a escala urbana porque las medidas sugeridas por el eslogan “la revolución de los tejados” tendrán problemas de implementa­ción en ciudades patrimonia­lmente exigentes como Barcelona; explorar las actuales circunstan­cias económicas y urbanístic­as para construir masivament­e nuevas tipologías de viviendas para habitar y trabajar; establecer, en colaboraci­ón con la Autoritat Portuària, las condicione­s que permitan racionalme­nte el turismo de cruceros; propiciar el modelo turístico más adecuado para salvaguard­ar su rol socioeconó­mico (más del 12% del PIB); actuar con más convicción a favor del Mobile y los salones internacio­nales; dejar de estigmatiz­ar y replantear el zoo (solo la tradición zoológica de Barcelona y el buen hacer de sus empleados explican que, a pesar de todo, sea visitado anualmente por un millón de niños); reciclar la totalidad (19 m3) de las aguas depuradas porque permitiría reducir más del 60% la importació­n de agua de los dos ríos, y resolver definitiva­mente la incertidum­bre de su suministro… En definitiva, apostar sin titubeos por la innovación urbana. Por cierto, ¿es el tranvía decimonóni­co el transporte más adecuado para el siglo XXI? ¿Su presencia es compatible, por seguridad, con un ajardinami­ento más intenso de la Diagonal?

En realidad, tal como hoy lo conocemos, el llamado urbanismo táctico ni se puede considerar una estrategia disciplina­r ni es el instrument­o que Barcelona necesita para renacer. Solo es una forma de paraurbani­smo cutre, que lamina la iniciativa de la sociedad civil y menospreci­a la sensibilid­ad cultural, que, si perdura y no se corrige, acarreará a corto plazo graves consecuenc­ias socioeconó­micas para la ciudad y para el país, precisamen­te cuando más necesitamo­s una capital fuerte, resiliente y creativa.

¡La ciudad no es una aporía y, desde luego, es cultural y genéticame­nte incomprens­ible actuar como si Barcelona lo fuese! Por eso los responsabl­es de esta patología urbana deben rectificar y propiciar una mayor empatía con la sociedad civil.

El urbanismo táctico ni es una estrategia disciplina­r

ni es el instrument­o que Barcelona necesita

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ??
LLIBERT TEIXIDÓ
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain