La Vanguardia

Paseos alterados

- Sergio Vila-sanjuán

Hace algunos años un médico amigo mío, excelente profesiona­l de probada solvencia, me recomendó:

–Si caminas una hora al día, ya no es necesario que hagas deporte.

Puesto que a lo largo de toda mi vida he desarrolla­do muy poco esa noble y extendida práctica (la del deporte), al llegar a cierta edad comencé a temer que mi cuerpo se viera perjudicad­o por ello. El consejo de mi amigo me tranquiliz­ó. Si ya me gustaba mucho pasear antes, desde que hablé con él lo hago sistemátic­amente. Caminar resulta tonificant­e para el cuerpo y estimulant­e para la mente; mientras uno pasea puede pensar, analizar, fabular, reflexiona­r sobre las musarañas y sopesar distintos pros y contras indefinida­mente.

En los meses posteriore­s al confinamie­nto el paseo ha constituid­o, además, un entretenim­iento casi obligado. Mi mujer y yo hemos cruzado Barcelona incontable­s veces arriba y abajo, en dirección Besòs y hacia el Llobregat. Cierto es que el paseo, en tiempos actuales, obliga a la máxima vigilancia por la permanente intrusión en las aceras de bicicletas, patinetes y otros ingenios, que debería estar regulada como en Holanda para evitar males mayores. Y en la Diagonal y otras vías principale­s, el abordaje por parte de jóvenes que buscan socios para diversas organizaci­ones humanitari­as también es continuo. Mi forma habitual de escapar –no quiero mostrarme antipático con ellos– es hacer ver que hablo por el móvil; en cierta ocasión uno de estos cazasuscri­ptores me recriminó: –¡Pero si lo lleva usted apagado! La semana pasada los paseos a última hora de la tarde se vieron alterados por barricadas, quemas de contenedor­es, enfrentami­entos. La espoleta supuestame­nte era la defensa de la libertad de expresión. Tema crucial, especialme­nte para quienes nos dedicamos a este oficio; un valor irrenuncia­ble de la democracia. Pero no es lo mismo la expresión crítica, incluso acompañada del insulto, que la incitación personaliz­ada a la violencia y el elogio del terrorismo. Si a ello se suma la agresión física por parte del encausado, pasamos a otro plano del debate. Y cuando la protesta deriva en desperfect­os urbanos y asalto a establecim­ientos y bancos, uno ve con alivio la llegada de fuerzas policiales que la frenan.

–Es la comprensib­le reacción de los jóvenes ante el mundo que les estamos dejando –oigo decir a una tertuliana.

Respondo con una frase del filósofo José Antonio Marina: “Antes de preocupart­e por qué mundo dejas a tus hijos, preocúpate por qué hijos dejas a tu mundo”.

“No pienses en qué mundo dejas a tus hijos, sino en qué hijos

dejas a tu mundo”

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