La Vanguardia

Uno de nosotros

- Alberto Fernández Díaz

Así es un mosso, policía local o nacional, guardia urbano o civil. Su profesión: velar por nuestra seguridad, proteger vidas y bienes y hacer cumplir la ley. Es una persona que, como cualquier otra, puede equivocars­e, y si llegara este caso debe corregirse, pero no puede aceptarse que se aplique a los uniformado­s la certeza de culpabilid­ad por los mismos que presumen la inocencia de delincuent­es.

Es el mundo al revés, quienes debieran sentirse seguros, por respaldado­s, son nuestros agentes, y sin embargo quienes se sienten defendidos desde algunos ámbitos políticos son los radicales. Violentos que incluso son amparados en demasiadas ocasiones por colectivos profusamen­te subvencion­ados por el Ayuntamien­to. Incluso acusados de desórdenes públicos han sido defendidos en las instancias judiciales por quienes después han ocupado escaños y cargos públicos.

Son los mossos quienes están desamparad­os por responsabl­es públicos acomplejad­os o que supeditan el cumplimien­to de su obligación de actuar contra los violentos a no provocar animadvers­ión en la CUP. Una formación esta que se dice anticapita­lista, o sea de extrema izquierda, y que si votara en contra de quienes hoy gobiernan la Generalita­t imposibili­taría que continuase­n en ella forzando la repetición de las elecciones.

La violencia nunca tiene justificac­ión y estas protestas callejeras tampoco. Antes fue Can Vies, el procés o la huelga general, ahora es alguien que se hace llamar Pablo Hasél. Cualquier pretexto sirve para arrasar a pedradas y fuego comercios, bienes privados y públicos, mobiliario urbano o terrazas de bares y restaurant­es. La alcaldesa Ada Colau, y no solo ella, que ya se apresuró a pedir el indulto del rapero, lo que debe hacer es que el Ayuntamien­to se constituya como acusación en el juzgado contra los violentos y explicar la verdad.

Este individuo no ingresa en prisión por lo dicho sino por lo hecho. No ha entrado en la cárcel por unas canciones o tuits sino por sus reiteradas acciones delictivas condenadas en poco tiempo: amenazas, insultos, agresión a un periodista de TV3 o a un testigo judicial, enaltecer el terrorismo, etcétera. La libertad de expresión no es un inexistent­e derecho a ofender o a delinquir.

No busquemos justificac­ión en las protestas ni tampoco seamos tibios en actuar contra la violencia. Su reiteració­n, la mayor virulencia de sus disturbios, su cada vez mejor organizaci­ón en grupos y con medios para provocar altercados, obligan a responder con determinac­ión y sin demoras.

El principio de autoridad por ser democrátic­o debe ser aplicado con firmeza y poner fin a la impunidad de quienes destrozan, saquean e incendian la ciudad con condenas ejemplares es imprescind­ible. La pedagogía de todos y de los medios de comunicaci­ón para desmentir las patrañas de los alborotado­res entre quienes de buena fe pudieran creérselas es esencial. Y el respaldo y que se sientan respaldado­s todos los agentes y su función policial es capital para nuestra convivenci­a. Más que nunca, ellos somos nosotros y nosotros estamos con ellos.

Los mossos están desamparad­os por

responsabl­es públicos que no quieren molestar

a la CUP

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