Polifonía de voces
Canto jo i la muntanya balla
Autora: Irene Solà
Dramaturgia: Clàudia Cedó Dirección: Guillem Albà y Joan
Arqué
Lugar y fecha: Biblioteca de Catalunya (17/II/2021)
Joseph von Eichendorff dice en Wünschelrute que “duerme una canción en todas las cosas / soñando sin parar / y el mundo comienza a cantar / si aciertas con la palabra mágica”. Parece explicar la escritura de Irene Solà y el despliegue panteísta y polifónico de Canto jo i la muntanya balla: entre Camprodon y Prats de Molló evoca un universo de realismo mágico con un pie en el romanticismo alemán y su devoción por el misterio ancestral del bosque y la montaña. En la traducción escénica de Clàudia Cedó, Guillem Albà y Joan Arqué ese espacio compartido por vivos, muertos, naturaleza y mitos la ensoñación adquiere protagonismo absoluto. Un lugar ajeno al tiempo que atrapa a sus personajes en un espacio liberado del paso de las generaciones.
Es tan poderosa la atmósfera de cuento que engulle la tridimensionalidad humana de actores y actrices que asumen sobre todo un rol de mediadores, de la narración y de las criaturas habitualmente sin voz propia. Un corzo o una perra cuentan su historia y cobran vida con esqueletos de madera. Los momentos reservados a los humanos son menos estelares, como si la dirección no los hubiera trabajado con igual esmero. Pero los hay: la aparición de las dones d’aigua como brujas voraces de Macbeth; el levitar de Neus para exorcizar la masía de Matavaques de una sombra olvidada; el regreso pródigo de Jaume, el hijo de los gigantes, conduciendo su coche al son del zumbido ansioso de un contrabajo. No hay mucho más espacio para el lucimiento, aunque las tres actrices (Laura Aubert, Anna Sahun y Catarina Tugoris) aportan una serenidad sacerdotal muy interesante, consagradas al milenario rito de transmitir historias.