La Vanguardia

“Quien no cante en la ducha no es de fiar”

- Víctor-m. Amela

Tengo 47 años. Nací en Granada y vivo en Illescas (Madrid). Soy tenor. Divorciado y con pareja, Tessa, con dos niñas, María (14) y Elena (8). ¿Política? Soy agnóstico, ya casi ateo. ¿Religión?

La gente, amo a la gente: yo soy gentófilo. Practico la simulación aérea con aviones antiguos

Usted canta. Quien no cante en la ducha no es de fiar Yo antes cantaba más. Quien canta su mal espanta.

Eso dicen.

La música es vida. Sin música, qué infernal hubiese sido el confinamie­nto.

¿Cómo llegó a la música?

Oí el latido del corazón de mi madre.

De eso no puede acordarse.

Somos ritmo. Mira el segundero de un reloj. Y repite, siguiendo su avance: pan, pan, pan...

Pan, pan, pan...

Acelera, mete tres golpes en cada segundo.

Pan-pan-pan, pan-pan-pan...

¡Ya emulas un allegro vivace! Sonaba en el corazón de mi hija como feto de ocho semanas. El ritmo de parte del Réquiem de Verdi.

Evóquem ela música de su infancia.

Mi abuela Concha escuchaba a Gardel. ¡Qué elegancia para la tragedia! Y a José Luis Perales, soy su más devoto admirador.

Pero usted es todo un tenor.

Pero no hay música clásica, hay música buena. De Bach a Radiohead, es así, o la de aquel vídeo VHS que vi en 1992, a mis 18 años.

¿Qué vídeo?

Me lo prestó un amigo, lo llevé a casa, lo puse en la tele. Cantaban tres tenores.

Plácido Domingo, José Carreras...

¡Y Pavarotti! “¡Que vuelva a cantar ese!”, aplaudía mi abuela... Me emocioné.

¿Qué tenía Pavarotti?

Su voz solar, mediterrán­ea, inconfundi­ble, punzante, squillante. ¡Quién iba a decirme que le conocería! Yo, un niño de familia arruinada de un barrio de Granada.

¿Familia arruinada?

Mi padre dejó el camión y abrió un bar. Yo serví mesas en la terraza. Qué ruina. Mi madre intentó suicidarse, y la música me salvó.

¿Cómo?

Me refugiaba en mi guitarra y cantaba por Perales, lo que ya me había salvado de niño.

¿Y eso?

Yo era niño gordo, diana de acoso escolar. Me libré tocando la guitarra, logré que aquellas bestezuela­s cantasen a mi alrededor.

¡Bien! Me hablaba del bar familiar.

Un día me probaron en un coro. “Eres tenor”, fue el diagnóstic­o. Y desde entonces yo me escabullía del bar para cantar.

Y un día llegó hasta Pavarotti, decía.

Tenía yo 33 años, y como tenor ya cantaba en los mejores escenarios del mundo. En Italia, un amigo me llevó a casa de Pavarotti.

¿Qué recuerda de aquel encuentro?

Bondadoso, simpático, generoso, era inmenso, una deidad. Yo ante él solo balbuceaba. Y cuando finalmente pude hablar un poco, le pedí consejo. “Sé paciente”, me dijo.

¿Le usted hizo caso?

Sí. Hay momentos duros: la soledad de la noche de hotel, lejos de los tuyos... Me cuesta.

¿Cuál ha sido su momento más glorioso como tenor?

Siendo el conde Almaviva en El barbero de

Sevilla, entré desde detrás en la platea del Metropolit­an de Nueva York, y te aseguro que cruzar sus 4.500 localidade­s hacia el escenario es muy emocionant­e. Y a la vez...

¿Qué?

Sentí pena. No estaban allí para verme mi abuela, mis padres, mis amigos, los míos.

¿Pensó en aquella terraza del bar?

El bar me enseñó a estar pegado al suelo. He tenido la suerte de ser invitado a fiestas de ricos, riquísimos. Y yo siempre me fijo y me identifico con los camareros que ahí veo.

¿Qué piezas son sus predilecta­s en su repertorio de tenor?

El 80%, de Rossini, cachondo hedonista, con hilarantes comedias. Me iría de cañas con él. Pero hoy mismo, por ejemplo, me subiré a un escenario en compañía de José Mercé.

Gran persona y artista.

Es de verdad, igual arriba que abajo del escenario. Como Camarón, que nació un 5 de diciembre, día en que murió Mozart. Escucha el movimiento lento del concierto n.º 23 de piano. Sentirás que él está ahí de verdad.

¿Qué otras piezas le gusta escuchar?

Pavarotti cada día, o Maria Callas, la cantante más emocionant­e de la historia. Te toca el alma. Tú escucha Mon coeur s’ouvre a ton

voix, aria de la ópera Sansón y Dalila.

¿Qué haría usted para fomentar la buena música en España?

Ponerla en las escuelas, que suene en las calles. Con música buena nuestra vida mejoraría, segurísimo. Ay, qué pena irse de esta vida sin haber escuchado ciertas piezas.

¿Cuáles?

El Vivaldi de Max Richter. Me quedo contigo de Los Chunguitos por Rosalía. Verdi, padre de la gran ópera. El Hallelujah de Cohen por Jeff Buckley. Puccini, qué melodías tan emotivas. La 5.ª sinfonía de Mahler...

¿Qué tiene Mahler?

Magnificen­cia, te descubre la vida entera en una hora y media. Está todo ahí, la infidelida­d, el dolor... Y con qué intensidad.

Se m ee mociona...

Es que su orquestaci­ón a lo bestia súbitament­e frena en seco, y entonces oyes sonar solo un arpa y ves acercarse la muerte.

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DANI DUCH

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