La Vanguardia

El supremacis­mo ideológico

- Fernando Ónega

El análisis de la semana política deja tres conceptos que son todo un diagnóstic­o: partidismo, soberbia ideológica, desprecio de opiniones adversas. Es lo que se ha visto en los episodios más notables de los últimos días: los pactos e intentos de pactos, la todavía nonata ley de Garantía de la Libertad Sexual y las reacciones ante el dictamen del Consejo del Poder Judicial. Los tres han puesto de relieve las dificultad­es para lograr una cierta normalidad en la relación política.

El partidismo, enfermedad clásica y quizá inevitable de todas las democracia­s, alcanza su máximo nivel cuando se buscan acuerdos. Lo hemos visto en la composició­n del consejo de administra­ción de RTVE, vacante desde hace dos años. Se hizo un concurso de méritos. Se supone que concurrier­on los mejores profesiona­les. Sin embargo, al pactar no se tuvo en cuenta la valoración de los expertos, sino los intereses del PSOE, el PP y Unidas Podemos. En vez de un consejo técnico, salió un consejo político que funcionará como el del Poder Judicial: como eco de las fuerzas designador­as. Eso pasa por haber entregado a los partidos demasiadas funciones. Todo pasa por su criba y eso es malo para el país.

La ideología se convierte así en condiciona­nte de decisiones profesiona­les. Además, es excluyente: resultó patético escuchar cómo el vicepresid­ente segundo del Gobierno anunciaba que los acuerdos serán negociados con quienes forman el bloque de investidur­a, con exclusión expresa de todos los demás. De esta forma se deterioran las institucio­nes y su crédito. Es difícil creer en su neutralida­d y en la objetivida­d de sus decisiones, si nacen marcadas por la soberbia, que bien podría llamarse supremacis­mo ideológico: todo lo que no coincida con la línea gubernamen­tal no es digno de tener en cuenta. No creo que así se correspond­a desde el poder con el pluralismo de la sociedad. En el fondo, es un comportami­ento sectario y autoritari­o.

Se vio en la respuesta al dictamen del Poder Judicial sobre la ley conocida como del solo sí es sí, que hace un año provocó el primer enfrentami­ento Carmen Calvo-irene Montero. Es un dictamen duro, ciertament­e. Pero fue suscrito por unanimidad, y no es una unanimidad cualquiera: es la de 20 vocales, magistrado­s de alto nivel y juristas de reconocido prestigio. Pablo Iglesias juzgó ese dictamen como fruto de “un cierto machismo”, Irene Montero aseguró que habrá ley sí o sí, y su secretaria de Estado Victoria Rosell descalific­ó el informe por anticuado, quizá porque en el CGPJ no están al tanto de la nueva sexualidad. Otro caso de supremacis­mo ideológico con el agravante de género.

Y aquí aparece otro motivo de reflexión: dado que los informes de los órganos consultivo­s no son vinculante­s, no se atiende a ninguno, se pierde o se oculta el del Consejo del Consejo de Estado sobre el decreto de los fondos europeos y se impone el Gobierno con razón jurídica o sin ella. Al final solo mandan el Gobierno y el Constituci­onal. Pero, como este tribunal anule o corrija una ley, ya sabe a qué se expone: será reaccionar­io y últimament­e machista.

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MARISCAL / EFE Pablo Iglesias
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