La Vanguardia

Emergencia nacional

- Juan-josé López Burniol

Hace unos días, Juan Carlos Merino y Pedro Vallín publicaron una extensa crónica bajo este ajustado título: “La tensión en la coalición de Gobierno escala hasta niveles de emergencia”. Comparto su juicio y lo extiendo a un ámbito más amplio: es toda España la que se halla en una situación de emergencia nacional por la concurrenc­ia de diversas causas, entre las que figura el aberrante apoyo de Podemos a las protestas por Hasél y al desafío callejero subsiguien­te, bajo el hipócrita manto de la libertad de expresión. Lo que –para más inri– ha dado lugar al habitual cuestionam­iento por los de siempre de la actuación de la fuerzas de orden público, que en Catalunya se ha concretado en la demanda de un nuevo modelo policial por parte de la CUP y Junts per Catalunya, petición a la que Esquerra se ha adherido rauda y veloz. Total, el mundo al revés. Dicho lo cual, permítanme que ponga un ejemplo para precisar lo que quiero decir.

Imagínense una empresa de fabricació­n de embutidos gobernada por un consejo de administra­ción en el que figurase un consejero en representa­ción de un socio minoritari­o; y piensen en lo que sucedería si este consejero se prodigase en los medios de comunicaci­ón repitiendo, con aquel tono de voz melifluo con el que los viejos predicador­es evocaban los novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria), que el proceso productivo no garantiza una salubridad “plena” del producto, entre otras razones porque la materia prima utilizada es de mala calidad. Ante esta situación, si lo dicho por el consejero es falso y no tiene más objetivo que provocar la quiebra de la compañía para constituir otra nueva controlada por él, la reacción de la junta general sería fulminante: la destitució­n del falsario por deslealtad flagrante.

Dicho lo cual, no tengo ninguna duda de dos hechos: 1) La presencia en el Gobierno de España de Pablo Iglesias y demás ministros de Podemos en este grave momento de crisis sanitaria, económica y social merma la autoridad del Ejecutivo, perturba la adopción de decisiones y aumenta la crispación social, hasta dar lugar a una auténtica situación de emergencia nacional; sin que sea cierto el aserto de que mejor que estén dentro que fuera, pues su constante labor de zapa antisistem­a entraña un daño irreparabl­e; 2) La única salida de esta situación de emergencia sería que el Gobierno gozase de un suficiente apoyo parlamenta­rio, distinto al de cuantos cuestionan el sistema y deslegitim­an las institucio­nes en aras de sus particular­es intereses.

Así las cosas, he sentido envidia al escuchar unas palabras de Luciano Fontana, director del Corriere della Sera, comentando el reciente discurso de Mario Draghi en el Senado italiano. No ha sido –dice Fontana– el discurso de un tecnócrata, sino un discurso dicho con emoción, evocando los valores del pasado y apelando a la unidad y la responsabi­lidad de todas las fuerzas políticas “en una emergencia dramática”, para que sea posible asumir un doble desafío: afrontar a corto plazo los problemas urgentes y trazar un proyecto de Italia para los próximos años. O sea, unidad y responsabi­lidad.

No es posible algo similar en España. No tenemos los mimbres para ello. Pero sí hay que hacer algo para afrontar una emergencia semejante a la italiana, con idénticos valores de unidad y responsabi­lidad a como lo hacen nuestros vecinos. Y este algo pasa –lo repito otra vez– por un acuerdo entre el PSOE y el PP. Un acuerdo (abierto a quien quiera sumarse) prolongado temporalme­nte, como mínimo el tiempo preciso para culminar el período de vacunación de todos los españoles, y centrado en tres temas: el reforzamie­nto institucio­nal mediante la renovación de todos los cargos pendientes, la lucha contra la pandemia y sus efectos, y la gestión de los fondos europeos. El presidente Sánchez debería llevar la iniciativa, puesto que ocupa el puesto de mayor responsabi­lidad y poder; el líder popular –Pablo Casado– debería entender que la recuperaci­ón de su partido no pasa por medidas cosméticas como el cambio de sede, sino por suscitar la confianza y atraer el voto del centro; y ambos deberían recordar que –como decía Cambó– “solo en los pueblos débiles continúan las luchas políticas planteadas en el terreno de los principios abstractos y de las ideas generales”. Por tanto –y parafrasea­ndo a Ortega–, “¡españoles, a las cosas!”.

Que una propuesta de alcance tan modesto sea vista como inviable por la mayoría de los políticos constituye buena prueba de la profundida­d del mal que nos aflige. La invertebra­ción de España ha alcanzado cotas de alto riesgo. No terminará el año sin comprobarl­o.

La constante labor de zapa

antisistem­a por parte de Pablo Iglesias entraña

un daño irreparabl­e

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