La Vanguardia

No busquen cinco pies al gato

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A algunos no les parece bien el salvocondu­cto

de vacunación para poder viajar

De entrada, más que de un pasaporte se trata de un salvocondu­cto. Un salvocondu­cto que certifica que su poseedor ha sido vacunado contra la covid. A ese poseedor de salvocondu­cto, si llegara a una frontera sin el pasaporte de verdad, no lo dejarían pasar.

A principios de semana, en este diario, hablaba de él Albert Molins Renter: “El corto alcance de la vacunación a escala mundial y el ritmo lento y desigual en los países que sí tienen acceso al inmunógeno impulsan el deseo de que, como mínimo, los que están inmunizado­s o quienes puedan demostrar que están libres del virus puedan contribuir a la recuperaci­ón económica”. Que sea la Unión Europea quien decida cómo debe ser es también lógico. Si cada Estado tuviera uno diferente, se generaría un caos demencial. Si los 27 estados se ponen finalmente de acuerdo sobre una serie de normas comunes y se crea un salvocondu­cto estándar, la cosa funcionará mejor. No hay que perder de vista que el objetivo principal es la recuperaci­ón de la industria turística, básica en este mundo naif donde amplios sectores de la sociedad

Quim Monzó no encuentran manera mejor de ganarse la vida.

Pero entonces aparecen los peros. Algunos opinan que otorgar más o menos derechos en función de sí se está o no vacunado presenta un problema ético. ¿Qué problema ético? Si no tienes carnet de conducir, no puedes ponerte al volante de un coche, aunque muchos quillos se pasen la norma por el mondongo. ¿Y la pérdida de privacidad que otros argumentan? Pues en el carnet de Catsalut llevamos un montón de informació­n médica y nadie dice que invada nuestra privacidad.

Cuando, a principios de los años setenta, viajé a Kenia y a Tanzania, días antes de coger el avión tuve que ir a un edificio situado en el puerto de Barcelona, justo al lado de donde ahora está la Ensaïmada, en el paseo que actualment­e se llama Josep Carner. Me pusieron unas cuantas vacunas contra lo que entonces llamaban enfermedad­es tropicales. Recuerdo la de la malaria, pero me pincharon dos o tres más. Y gracias a aquel salvocondu­cto médico pude viajar a aquellos países. ¿Dónde está el problema?

El profesor de Derecho Agustín Díaz Robledo explica en El Periódico que esos salvocondu­ctos no presentan ningún problema legal y que no son discrimina­torios: porque no perjudican a los que no los tienen. Lo remataba con una frase irrebatibl­e: “Es como el voto a partir de los dieciocho años. No se puede decir que discrimine a los que tienen diecisiete”. Pues exactament­e eso.

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