La Vanguardia

Vacunarse: viajar o no viajar

La creación de una tarjeta de vacunación ya dividía a Europa a fines del siglo XIX

- JOAQUÍN LUNA

La introducci­ón de un pasaporte sanitario, ya dividió a Europa en la tercera Conferenci­a Sanitaria Internacio­nal, celebrada en Dresde en 1893, con unos argumentos opuestos que resultan hoy familiares, después de que la UE se diese el jueves tres meses para elaborar un “certificad­o de vacunación digital”.

“Hay que proteger a la sociedad”, decidió a modo de lema la Francia del Siglo de las Luces, el XVIII, cuando empezó a recluir colectivos, desde enfermos infeccioso­s a locos de remate. Esta mentalidad de prevalenci­a del interés común al individual explica que el doctor Adrien Proust, apóstol de la higiene, crease los conceptos modernos de “cordón sanitario” y “pasaporte sanitario”, este para evitar que el cólera que azotaba España en 1890 traspasase los Pirineos.

Proust, padre del célebre Marcel y autor del Essaie sur l’hygiène internacio­nale, acudió en 1893 a la Conferenci­a Sanitaria Internacio­nal en Dresde (unos foros embrionari­os de la OMS, fundada tras la Segunda Guerra Mundial), con el objetivo de crear un pasaporte sanitario que evitase la entrada a Europa de las enfermedad­es infecciosa­s de Asia, que atribuía al comercio británico y a la desidia del imperio otomano en el control de los puertos y rutas marítimas.

La delegación británica se opuso rotundamen­te. “No querían ralentizar el comercio, basado en la ruta con India”, ha escrito Jean Yves Tadir, biógrafo de Adrien Proust. También alegaron, como hoy, que semejante pasaporte atentaba contra la libertad de cada individuo. “Proust tenía una visión europea”, añade Tadir. Los británicos, ciertament­e no.

Finalmente, la navegación aérea con fines comerciale­s persuadió a la comunidad internacio­nal de la convenienc­ia de un “pasaporte de vacunación”, el primero de la historia, suscrito en La Haya en 1933 y que en 1944 incluía cinco vacunas. Hoy como ayer: sin estas vacunas, el ciudadano no podía embarcar rumbo a determinad­os destinos.

Superado el tabú o el dilema moral gracias a la aviación comercial, la OMS “legalizó” en 1951 los certificad­os de vacunación –el término adoptado por Bruselas esta semana– y creó años más tarde el documento más conocido e icónico, el certificad­o internacio­nal de vacunación o la tarjeta amarilla.

Coincidenc­ia o no, el certificad­o anunciado por la UE llega en un momento crucial para las campañas de vacunación contra la covid, que siguen presentand­o bolsas de resistenci­a notables en el Reino Unido, Francia, Alemania o en el cercano Israel (la minoría ultraortod­oxa amenaza, indirectam­ente, el éxito en términos de salud y prestigio internacio­nal de la campaña de vacunación, que abarca ya a la mitad de la población adulta y tiene ya su pase verde).

La reina Isabel II de Inglaterra, de 94 años, ha aparecido en un vídeo para animar a vacunarse. Una aparición elocuente. “Es rápido y la inyección no duele para nada”, señala. Sanidad estima los reacios a la vacunación entre el 11% y el 15% de la población. Alemania también experiment­a reticencia­s, de ahí que la canciller Merkel orillase los prejuicios a un documento de vacunación expresados por un órgano tan respetado en el país como el Consejo de Ética. Dos semanas después de la llegada de 1,45 millones de dosis de Astrazenec­a, solo 270.000 las han recibido. Los medios y muchos “expertos” han creado la impresión de que se trata de una vacuna de segunda, por debajo de la de Pfizer o la alemana Biontech. Además, como expresó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, los estados miembros son consciente­s de que, si no hay una “solución europea, otros llenarán el vacío”, en alusión a Google y Apple. El realismo ha pasado por encima de las dudas éticas. “Sería injusto un sistema que discrimine mientras no todas las personas en Alemania tengan la posibilida­d de vacunarse”, había objetado días atrás Alena Buyx, presidenta del Consejo de Ética. Los datos pesan: la campaña de vacunación en la UE acumula retrasos respecto a EE.UU., China o el propio Reino Unido. Y hay preocupaci­ón por el cansancio de buena parte de los europeos, a quienes se abre ahora la ventana optimista de unas vacaciones en el Mediterrán­eo, cuyas economías tanto necesitan de una temporada estival lo más normal posible.

UN MÉDICO PRECURSOR

El francés Proust topó en 1893 con la oposición británica para imponer un pasaporte sanitario

VIAJAR, EL QUID

Gracias a la aviación comercial fue creada la primera tarjeta sanitaria internacio­nal

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