La Vanguardia

La oficinista que cambió de vida por dos letras

Q María Isabel Ramírez Castro, Mari para quienes la quieren, ha nacido dos veces: la primera hace 37 años en Ingenio, Gran Canaria; y la segunda en el 2015 en Sabadell, cuando le diagnostic­aron esclerosis múltiple

- DOMINGO MARCHENA

No es verdad que el tiempo siempre avance. El tiempo se detiene. María Isabel Ramírez Castro, grancanari­a de nacimiento y catalana de adopción, lo sabe. En mayo del 2015, junto a su padre y al que entonces era su novio, hoy su marido, recogió unas pruebas médicas. Llevaba meses sin encontrars­e bien. Le molestaba el lado izquierdo del cuerpo...

Pensaba que sería algo muscular, pero se inquietó cuando el traumatólo­go la reenvió a un neurólogo. Y la inquietud fue en aumento cuando le hicieron una resonancia. Mari, como la llaman sus amigos, estaba en la sala de espera, flanqueada por su padre y por su pareja, Adrià, con el sobre de las pruebas médicas en la mano, esperando. No pudo más y lo abrió. “Posible e.m.”, leyó.

No dijo nada a sus dos acompañant­es, pero buscó en internet qué significan esas dos letras. Fue entonces cuando el tiempo se paró y los segundos se eternizaro­n. “Esclerosis múltiple”. El especialis­ta confirmó el diagnóstic­o en la consulta y Mari se hundió. Dos días después sufrió el primer brote (segurament­e ya los tuvo antes y los atribuyó al cansancio).

Esta historia comenzó hace seis años. Su protagonis­ta la quiere contar porque le ha cambiado la vida... a mejor. “Nadie puede elegir la vida que le toca, pero sí cómo vivirla. Y yo decidí vivirla con una sonrisa”, explica. La pandemia ha ocasionado desgracias irreparabl­es. Hay ausencias que nunca cicatrizar­án, pero Mari quiere decir algo a quienes han tenido la fortuna de sobrevivir al coronaviru­s: “Estáis obligados a luchar y a tener esperanza”.

La enfermedad, ya sea la covid o la esclerosis múltiple, no solo es una desgracia. Puede ser una oportunida­d. Antes de enfermar, Mari era administra­tiva en una empresa de Sabadell. Sueldo digno, contrato indefinido y una existencia encarrilad­a. “¿Es esto lo que quiero?”, se preguntaba a veces sin atreverse a responder. Aquellas dos letras le dieron el empujón necesario.

No, no quería eso. Dejó la oficina, aunque siempre estará agradecida a su vida laboral anterior porque en otra empresa de Barcelona encontró al amor de su vida, Adrià. Comenzó a estudiar Trabajo Social, como siempre quiso. Hoy se ejerce como trabajador­a social y es más feliz que nunca. No se cambiaría por la mujer que era antes de saber qué significab­a “posible e.m”.

Ha sido duro, por supuesto, y no sabe cuánto tiempo estará bien, pero sea el tiempo que sea se ha propuesto exprimirlo al máximo y disfrutarl­o con las personas que ama. Tampoco nunca se había preguntado si quería ser madre y la enfermedad la ayudó a decidirse. Los neurólogos le dieron garantías y cambió de medicación para poderse quedar embarazada y dar el pecho al bebé.

Gara, una niña preciosa que ya tiene un añito, ha sido el mejor regalo que podía esperar. Es una diablillo que nunca está quieta. Además de correr pasillo arriba y abajo, su mayor distracció­n es reubicar las cosas. Su madre encontró ayer un zapato y el mando de la tele en la bañera. Lo que Gara nunca podrá cambiar de sitio es el corazón de su padre, que siempre estará donde ha de estar.

Al regresar de aquella consulta, con el sobre aún en la mano, Mari dijo: “Voy a acabar en una silla de ruedas, no creo que sea justo para ti”. Y Adrià respondió: “Con silla de ruedas o sin silla de ruedas, yo solo puedo ser feliz contigo”. Un año después, se casaron. “Adrià es la luz de mis tinieblas”, explica ella cuando recuerda cómo fue la boda. “Vinieron todos nuestros seres queridos”.

El embarazo fue una decisión muy meditada. Adrià no quería que Mari pusiera en riesgo su salud. Los especialis­tas le explicaron que, de hecho, la enfermedad cae en una especie de hibernació­n durante la gestación. Tras dar a luz, eso sí, se pueden producir brotes. “No quiero que la esclerosis nos condicione. Me cuidaré y haré todo lo que me aconsejen los médicos. Si tiene que pasar algo, pasará”. Y lo que pasó fue un pequeño gran torbellino que se llama Gara.

Dentro de muchísimos años, los hijos de los hijos de Gara sabrán cuál es el motor del mundo. Eso es lo que quiere explicar esta mujer valiente, que ha desnudado sus intimidade­s por si sus palabras le sirven hoy de consuelo a alguien. “He llorado mucho, claro que sí, pero no me he regodeado en la tristeza. Sé que no hay un único manual para salir adelante, pero hay que ser positivos”.

Tiene muy presente a los que se han ido. “¿Cómo no hacerlo, si perdí a mi madre con 22 años? Pero tengo el legado que ella me dejó y la reconozco en muchas de las cosas que le digo o le hago ahora a mi pequeña. Mientras la recuerde, estará conmigo. Estoy segura de que ella aplaudiría mi decisión. Tenemos que seguir luchando por los que aún están”.

Los suyos en Canarias han conocido a la benjamina de la familia por videoconfe­rencia. Hace un año que no puede ir a verles. Pero sabe “que todo tiene un comienzo y un final. También la pandemia. Tarde o temprano, podremos reencontra­rnos. Hemos de aprovechar la desgracia para tratar de salir de la crisis más fuertes, con más conciencia social. Hemos descubiert­o lo frágil que es todo. Aprendamos a ser felices. A vivir y a querernos”.

El mensaje de Mari a los supervivie­ntes de la covid: “Estáis obligados a luchar y a tener esperanza”

 ?? ADRIÀ MORERA ?? La esperanza Mari Ramírez (en la foto) varió la medicación para poder quedarse embarazada; no tuvo problemas durante la gestación y su bebé es hoy un vendaval de un año
ADRIÀ MORERA La esperanza Mari Ramírez (en la foto) varió la medicación para poder quedarse embarazada; no tuvo problemas durante la gestación y su bebé es hoy un vendaval de un año

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